El muy católico Gibson ha tenido por fin su versión filológica de los misterios pascuales, muestra obscena de hiperrealidad crística que aspira a condoler y martirizar al espectador, si no fuera porque los trucos del gore —y aun del cine satánico— resultan harto sabidos y no parece que esta agitación militante, tan del agrado vaticanista, contribuya al buscado cuanto necesario ecumenismo en tiempos de intolerancia y rearme fundamentalista, en todos los frentes.
Efusión de plasma y purulentas llagas entre odios de cerril populacho, sadismo de la soldadesca imperialista, apóstoles demudados y vírgenes más estoicas que plañidoras... Un protagonista triturado —no abundan los planos de Caviezel con el rostro intacto—, guiñapo sanguinolento al servicio de una didáctica exposición de los “hechos” que pretende ser fiel y arqueológica y sólo consigue sobrepujar, por exceso, las por otro lado edulcoradas aproximaciones de los Ray, Stevens o Zeffirelli.
Igual que los avispados distribuidores italianos aprovechan la oportunidad para desempolvar la Pasión de Pasolini —infinitamente superior: lírica palestinista donde ahora sólo hay espectáculo prosaico, espectacularización de las truculentas raíces de la Iglesia—, al salir de la sala una brigada evangélica repartía octavillas con la esperanza de recabar conmovidos / convertidos discípulos para su neonato “Cuerpo de Cristo”. Detalle éste de sociología cinematográfica que nos transporta, en negativo, a las campañas contra el Jesucristo superestrella de Jewison, la tentación última de Scorsese-Katzanzakis (allí sí había un imaginativo uso del tiempo, en forma de hipotético flash-forward) o la secularizada María de Godard, por poner sólo unos ejemplos de entre muchos en que la ortodoxia se ha sentido picada ante la manifestación de una de sus bestias negras, la pantalla demoníaca.
Las religiones monoteístas, y en esto la película tampoco descubre nada, se han construido con una argamasa de sufrimiento, destrucción y muerte. En su nombre, revestidas de nuevas coartadas ideológicas (civilización democrática, hermandad panárabe), se siguen cometiendo los mayores crímenes. Por eso el exabrupto de Gibson es doblemente actual e inactual, anacrónico y terriblemente presente.
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1 de noviembre de 2024