Hicieron el ciclo de ingreso y hoy comenzarán a cursar sociología en un penal de San Martín
"Nahuel, ¿ya hiciste los ejercicios de matemáticas?" "Sí, ¿y vos?"... El diálogo llamó la atención de los presentes en la sala de audiencias de un juicio penal. Y no era para menos. Nahuel Córdoba, guardia del Servicio Penitenciario, conversaba con soltura con el preso al que vigilaba en la Unidad 48, de máxima seguridad, de la cárcel de San Martín.
Ambos participan de la primera experiencia universitaria que sienta en una misma aula, dentro de un penal, a guardiacárceles y presos. Hoy, 34 internos y diez guardiacárceles que hicieron juntos el curso de ingreso de dos meses comenzarán tres materias de la carrera de sociología.
Llevada adelante por la Universidad Nacional de San Martín, la iniciativa incluye talleres de informática, literatura, teatro, clown y derechos humanos, entre otros temas. Para llegar desde las celdas donde viven a las aulas en las que estudian, los presos deben atravesar unos 150 metros de tejido de alambres de púas al aire libre y al menos cinco portones de hierro. En la "universidad", como llaman al pabellón cedido por el Servicio Penitenciario de la provincia de Buenos Aires a la Universidad de San Martín, hay cuatro aulas, un pequeño salón de usos múltiples y dos oficinas.
En el aula comparten las clases presos que esperan sentencia por delitos menores y otros que cumplen condenas por asesinatos o robos con uso de armas de guerra, junto a penitenciarios que extienden su horario de trabajo para estudiar.
Allí son todos iguales. "Nadie hace diferencia. Si lo miro por la pilcha [el uniforme], tengo una mirada diferente, porque hace cosas jodidas, pero si lo miro como persona, es diferente. Es un compañero más", contó a La Nacion Marcelo Ameijeiras, de 37 años, que estuvo antes en otras cárceles. Ahora estudia por las tardes y a la mañana corta el césped y hace otras tareas de mantenimiento en la Unidad 48.
Para los guardiacárceles es igual. "No hacen diferencia y me tratan con respeto", contó a La Nacion la única mujer del curso, Ivana Sena, de 22 años. Nahuel Córdoba, de 33, coincide. "Acá hablo con todos; somos iguales. Después, bueno, uno sale y es el encargado", explicó.
Claudio Molina, responsable del complejo penitenciario de San Martín (que incluye las unidades 46, 47 y 48), explicó que esta experiencia exige "amplitud mental".
Juntar a los que se enfrentan
La propuesta de juntar en un aula a quienes se conciben enfrentados por su roles fue del rectorado de la Universidad de San Martín, en respuesta al pedido de formación para el personal penitenciario que le hizo la dirección del penal.
En mayo del año pasado, cuando el rector Carlos Ruta visitó la cárcel y dijo a los presos que abrirían allí una sede, la reacción más incrédula fue del primer interno. "No le creí nada. Si no hay ni primaria, ¿cómo van a poner la universidad?", contó a La Nacion Gustavo Segovia, que ingresó a la cárcel en febrero de 2007, cuando la inauguraron. Segovia, presidente del centro de estudiantes detenidos, cumple condena por asesinato, terminó el secundario en la unidad de Florencio Varela y ahora es alumno de sociología. "Tener esto es un sueño hecho realidad", explicó.
Estudiar dentro del penal es mejor para todos, según Horacio Ruiz, subdirector de asistencia y tratamiento de la unidad y estudiante de derecho en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. "Yo trabajé en La Plata y he visto que llevar a internos a una sede universitaria fuera del penal es muy incómodo para ellos, que deben ir esposados, y para el personal que debe trasladarlos".
Según datos del Centro Universitario de Devoto de la Universidad de Buenos Aires, el índice de reincidencia de los presos que salen en libertad es del 30%. La reincidencia de los presos que participaron de alguna actividad educativa, en cambio, es del 2,7%, según reveló el secretario de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil de la sede universitaria, Carlos Almeida, de quien depende la experiencia de San Martín.
Para los estudiantes, la mayor dificultad es la carencia de cuadernos, lapiceras y libros. "Los profesores nos traen uno o dos libros, pero no tenemos fotocopiadora, así que buscamos estudiar en equipo y a veces se complica", contó Waldemar Cubilla, quien lleva un año procesado por robo y es bibliotecario del centro universitario. Gestiona los préstamos de los libros que no llenan ni dos hileras de una pequeña repisa.
La Universidad de San Martín no puede proveerlos de más muebles y material porque no cuenta con otra ayuda que los ingresos propios. Mantener activo este proyecto insume unos 150.000 pesos anuales.
"En veinte años de docencia, no había vivido una experiencia como ésta", contó José Luis Rey, profesor de matemáticas del curso de ingreso. La principal diferencia con sus alumnos en la universidad, según dijo, es que ahí hacen las tareas y ponen muchas ganas para aprender.