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Interior misterioso

Ana y los otros (Argentina, 2003) Dir.: Celina Murga Intérpretes: Camila Torres, Ignacio Uslenghi, Natacha Massera. El mayor logro de este film es que, a diferencia de otras propuestas “etnográficas”, no quiere resolver todos los enigmas, sino dejar planteadas pequeñas respuestas para el ineludible misterio que encierran las personas, los pueblos, y las ciudades ausentes. Por Marcela Raggio

01 de marzo de 2004, 11:07.

imagen Interior misterioso
En líneas generales, el así llamado “Nuevo Cine Argentino” se caracteriza, ya que no por otros rasgos estilísticos comunes, por sus protagonistas: son en su mayoría jóvenes que viven la experiencia urbana porteña. Desde la fundadora Pizza, birra faso, pasando por Silvia Prieto,hasta casos más recientes como Vagón fumador, los ejemplos no hacen sino confirmar la sospecha inicial.

Sin embargo, había ya una excepción tan fuerte que le valió un amplio reconocimiento nacional e internacional. Con La ciénaga, Lucrecia Martel vino a mostrar que la realidad argentina supera a Buenos Aires, que la mirada masculina es sólo una de las posibles, y que los alcances simbólicos de su enfoque de mujer pueden revelar el fondo de una Argentina profunda (no en el mapa geográfico, sino en el humano).

Como los propios directores se resisten a la denominación del cine que nació en los ’90, descubrir escuelas o tendencias resultaría difícil, cuando no inútil. No obstante, se pueden reconocer ciertos puntos en común que acercan algunos films entre sí más que otros. De esta manera, Ana y los otros, de la realizadora Celina Murga, aunque en una vertiente totalmente diferente de la de Martel, retoma la sana práctica de mostrar una Argentina que no está en Buenos Aires solamente; y lo hace desde la perspectiva femenina. A la vez el mundo de Ana, y de los otros, es un universo de jóvenes, como en la mayoría de los exponentes del cine contemporáneo; pero como ocurre en Tan de repente, estrenada también este año que estamos terminando, hay una complementación con otros grupos generacionales. Y por otro lado, los protagonistas de Ana y los otros no son tanto jóvenes-adolescentes, sino más bien jóvenes adultos que han vivido lo suficiente como para poder ya festejar diez años de egreso de la secundaria.

Es esta la excusa por la que Ana vuelve a su Entre Ríos natal. Y mientras dicha excusa se mantiene en pie, es decir, durante la primera mitad del film, estamos frente a un contenido de fuerte carga antropológica: más que “acción”, hay mucho contacto humano, encuentros, en los que se van revelando las expectativas, costumbres, aspiraciones y concreciones de unos jóvenes de provincia, más cercanos a los 30 que a los 20.

Ya en esta primera parte se plantea el tema que unifica el film: la posibilidad –o no- de concretar el amor. Frente a sus ex compañeros de colegio que viven en la ciudad natal y que se han casado, Ana se pregunta si no es más fácil esa existencia que la suya propia, en la capital, sin una pareja estable, en una actitud constante de búsqueda señalada por la insatisfacción.

Como respuesta a tal interrogante, la segunda mitad de la película deja desvanecer la excusa del viaje, y revela los verdaderos motivos. Ana se pone en movimiento, en acción, para ir detrás del amor, representado por el recuerdo de Mariano, un exnovio; del pasado, y, dialécticamente, del futuro. En Victoria, un pueblo que parece detenido en el tiempo y aislado del mundo (aunque se acceda a él por una autopista moderna), Ana (se) encuentra.

Es como si Victoria estuviera poblado casi exclusivamente de niños que juegan al fútbol; y con uno de ellos Ana entabla la relación más profunda del film, porque es el niño quien mejor comprende lo que Ana está buscando. En la tensión de la espera, el cambio del tratamiento formal del chico (que ve a la joven Ana como una mujer grande, como aquellas amigas que se quedaron en Entre Ríos) pasa a un informal voseo que revela una comunicación más profunda. Esto demuestra que a cualquier edad, mientras se siga buscando, está la segura posibilidad de encontrar.

El pequeño encuentra el bombo que necesita para la murga y vuelve a reunirse con sus amigos. Ana encuentra una puerta entreabierta y un Mariano a quien no alcanzamos a distinguir. Este escamoteo de interiores, de reencuentros, es tal vez el mayor logro del film, que a diferencia de otras propuestas “etnográficas”, no quiere resolver todos los enigmas, sino dejar planteadas pequeñas respuestas para el ineludible misterio que encierran las personas, las casas viejas, los pueblos, y las ciudades ausentes.

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