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La banda siguió tocando

Como una en película del lejano oeste, hemos asistido silenciosos en los últimos años a la decadencia y el cierre de espacios culturales de incalculable valía como fueron los ex-cines Ópera y Lavalle. Cómo eran, quiénes asistían, cuáles fueron las causas de su decadencia y los fatales destinos de las salas más importantes de la ciudad.

14 de junio de 2004, 15:16.

Luces de neón alumbrando las veredas. Marquesinas iluminando las entradas de los teatros. Parejas mayores ingresan por la puerta principal y algunos jóvenes novios cuentan monedas para pagar la entrada. Un abuelo consiente a su nieto y compra praliné y maní con chocolate. La cola del Cóndor dobla por San Juan y la del Lavalle por San Martín. En frente, la del Ópera para trasnoche.

Era una época “donde Mendoza era un pueblo grande o una ciudad chica, donde todo pasaba en la ciudad. Lo demás era extramuros” recuerda “Pepe” Navarrete. No existía la televisión y cuando ésta llegó los televisores no abundaban. El cine era tranquilo, sin interrupciones, los mayores tenían un encuentro social obligado en las matinés y los tórtolos encontraban refugio en la trasnoche. Los ancianos descansaban de su tarea de abuelos y los niños descubrían mundos inimaginados -¡y en dos funciones!-. El caramelero salvaba a los más viejos de ir a luchar por caramelos para sus nietos en el hall y en quince minutos las mujeres salían apuradas del baño luego del retoq! ue necesario en el maquillaje para volver a la oscura sala. Las vidrieras de los cines anunciaban la llegada de la novedosa pantalla “cinemascope” para prevenirse de la potencial competencia de la incipiente TV.

Los años `40 vieron nacer al Gran Teatro Cóndor –en junio de 1946- con 1650 localidades. En 1953 el Cine-teatro Ópera abrió sus puertas y en agosto de 1960, con dos mil localidades el Gran Cine Lavalle les hizo compañía. Cines-teatro que convirtieron a la calle Lavalle en un paseo obligado de los fines de semana y dieron su máximo esplendor a la ciudad. Por sus salas desfilaron las compañías de teatro de Luis Sandrini con “Cuando los duendes cazan perdices”, obra que dio por inaugurado al Cine-Teatro Ópera en tanto que “Un Guapo del 900” de Leopoldo Torre Nilson dio inicio a las funciones del Cine Lavalle.

En 1962, en el Teatro Cóndor se presentó el elenco del Teatro Maipo de Buenos Aires. El espectáculo, basado en un libreto de Carlos A. Petit, estuvo a cargo del elenco integrado entre otros por Dringue Farías, Alfredo Barbieri, Vicente Rubino y Gloria Montes. En 1964 Ariel Ramírez presentó su compañía de folklore en las mismas tablas. El grupo estaba compuesto por músicos y bailarines. Entre los primeros se encontraba el charanguista Jaime Torres.

El negocio del teatro florecía y fue así que se creó la empresa Gran Oeste Argentino. Eso permitió que películas y elencos de teatro recorrieran Río VI, Mendoza, San Rafael, Villa Mercedes, San Luis, San Juan y La Rioja y continuaran otra vez haciendo ese circuito. Eran capitales argentinos y fundamentalmente de Mendoza.

Pero la ciudad explotó y las costumbres cambiaron. La TV hizo que la gente no saliera más de casa, que estuviera cómoda viendo todo desde un sillón. Dio la posibilidad de hacer zapping. Una doble función no remediaba las noches frías y las butacas incómodas. Los centros comerciales dieron el golpe de gracia a las grandes salas. Estos enormes cines dejaron de ser rentables. De llenarse con dos mil personas en una matinée de un domingo o un sábado a la noche a que la gente no fuera más y dar funciones casi vacías hubo sólo un paso. Las salas quedaron grandes.

Ya en los `90, con mejoras en el sonido quisieron salvar la nave. “Con el especial sonido y efecto digital, como en las grandes ciudades del mundo”. El letrero del cine Ópera no fue suficiente. El negocio naufragó. Ni siquiera las plegarias de los fieles de la Iglesia Universal pudieron evitar el remate. Los nuevos propietarios decidieron entonces invertir en el terreno que ocupaba la sala. La municipalidad de la Ciudad les negó el permiso para poner allí una playa de estacionamiento por lo que se habló de la instalación de un centro comercial o un restaurante. Es evidente que las políticas de protección urbanística o cultural, cuales fuera la aplicada al denegar el permiso para el estacionamiento, poco importan a menos de diez años de la primera negativa.

Hoy se emplazan dos playas de estacionamiento, una en Lavalle al 54 y otra al 55, una frente a la otra. La primera sobre el sitio en que se erigía el Cine Teatro Ópera y la segunda sobre el parqué del Gran Cine Lavalle –ni siquiera fue remodelado para usarse como estacionamiento-.

Esperemos que así como este año disfrutamos con la reinauguración del Teatro Independencia, las políticas cambiantes no nos sorprendan en tres o cuatro años con un hotel alojamiento instalado en sus palcos, con playa cubierta al centro y expendedora de preservativos en la boletería.

Santiago Raggio
caraycruz1@yahoo.com.ar

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