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La crisis de Brasil fuerza definiciones

La derecha cabalga sobre un escenario favorecido por el pragmatismo de un gobierno progresista. Histórica trampa a las alternativas populares cuando el bloque de poder impone “la agenda del cambio”.

Por Emiliano Guido

APM/Agencia Taller

eguido@perio.unlp.edu.ar

Y a paso lo peor de la tormenta y el presidente Luiz Inacio Lula Da Silva sigue de pie, pese a que una reciente encuesta desliza una baja de su popularidad. Las denuncias de corrupción se cobraron a buena parte de la cúpula del Partido de los Trabajadores (PT) pero esta semana la sangría suturo con la autodefensa del titular de Economía, Antonio Palocci, el ministro de las recetas ortodoxas salió airoso cuando fue interrogado en el Congreso. Lula tendrá que hacer un balance de la experiencia acumulada en el gobierno, a un año de las elecciones generales, para decidir si redefine el marco de alianzas que pueda plasmar el proyecto originario de un país soberano que apuesta a la integración regional.

Justamente, el caso de Palocci no terminó igual que el del otro ministro fuerte del gobierno petista, el ex jefe de gabinete José Dirceu, porque representa el aspecto de la administración de Lula que la oposición apoya y con el que colabora. Antonio Palocci –ostenta un crecimiento de la economía para este año del 3,4 por ciento- fue acusado por un ex asesor de recibir un soborno mensual de 20 mil dólares cuando era alcalde de Ribeirão Preto, en el interior de San Pablo.

El sondeo concluido a comienzos de esta semana por la consultora Ibope dice que el 52 por ciento de la población ya no cree en Lula, mientras el 43 por ciento aún lo hace. En junio, el humor de la calle era muy distinto: el 56 por ciento no tenía sospechas del primer mandatario, mientras el 38 por ciento temía de su complicidad con la red de corrupción montada por parte de su gobierno y su partido.

Si el financiamiento de la política fue un eje donde los partidos conservadores “condujeron” al PT, lo mismo sucede con ciertos índices sociales que miden el comportamiento de la sociedad civil, y que al ser una operación ideológica intenta naturalizar una correlación de fuerzas en la lucha política. Estos instrumentos de los medios de comunicación concentrados, como “el riesgo país” o “la imagen pública”, pueden volver a convertirse en una trampa para el gobierno brasileño en el caso de que digiten los ritmos de la discusión en la agenda pública.

No en vano el matutino porteño La Nación, vocero de la plataforma de Washington para la región, siguió aportando munición gruesa esta semana desde Buenos Aires: “La preocupación por la crisis política y por la encuesta que reveló que el presidente Lula da Silva sería derrotado si las elecciones fueran hoy, provocaron nerviosismo en la apertura de los mercados, por segundo día consecutivo”.

Repasemos el tratamiento de los medios de comunicación. Las rimbombantes declaraciones de Valdemar Costa Neto, presidente del Partido Liberal (PL) al que pertenece José Alencar, el vicepresidente de Brasil, según las cuales el Partido de los Trabajadores pagó más de 4 millones de dólares para sellar el frente de gobierno, no tienen un correlato por ejemplo con las vinculaciones del PL con La Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), de gran expansión en Brasil (y ahora también en Argentina).

Se calcula que esa congregación tiene influencia en Brasil sobre 35 millones de personas, con quienes actúa a través de un banco, dos periódicos, una revista, 30 emisoras de radio y la cadena televisiva TV Récord, con 25 repetidoras.

Edir Macedo, fundador y autoproclamado obispo de su propio culto, dirige desde Nueva York una corporación religiosa y mediática que, según diarios locales, triplica las ganancias de Autolatina (empresa privada de primer nivel de Brasil). Los orígenes de la IURD se remontan a la operación estratégica del Departamento de Estado de Estados Unidos en los años 70, consistente en sembrar de sectas pseudoreligiosas como instrumento de penetración y accionar político en toda América Latina. Es decir, las rutas del dinero enturbian a la mayoría del arco político profesional. El bochorno del PT solo es dado a luz porque es funcional al bloque de poder, no porque la “patria informativa” este conmovida por la honestidad y la transparencia del sector público.

Las tácticas políticas del Partido de los Trabajadores (PT), en este caso el financiamiento propio y de circunstanciales aliados, eran justificadas por sus dirigentes como maniobras “realistas” ante un escenario adverso, que tenía en un Congreso liderado por la oposición a su más notorio ejemplo. Defendiendo en este caso una antinomia falsa: pragmatismo político versus romanticismo inconducente, el PT fue transitando un terreno fangoso que se convirtió en crisis política. La indefendible conducta de la cúpula partidaria del PT fue recibida con beneplácito por Washington y un sector de la burguesía brasileña, principalmente la paulista, para socavar la legitimación del oficialismo en las bases sociales que sostienen a Lula.

Ahora bien, el gobierno concedió el inicial programa de gobierno a los sectores concentrados de la economía en casi todos los terrenos. Pero todavía no retrocedió en los puntos que son centrales para la administración Bush: la construcción de una instancia política de unidad hemisférica y su alianza estratégica con el gobierno bolivariano que lidera Hugo Chávez.

Andrés Mellado, delegado regional para América Latina de Comisiones Obreras Españolas (CCOO), dialogó con APM para sentar postura sobre la coyuntura brasileña cuando participó en el “Encuentro para la integración regional y estrategia sindical de América Latina” convocado por la Central de Trabajadores Argentinos (CTA): “la solidaridad de la clase trabajadora organizada en el continente debe ayudar a que la derecha no tumbe al gobierno de Lula, representaría una gran derrota visto desde la perspectiva del poder global de una clase. La oligarquía esta jugando fuerte, nosotros debemos hacer lo mismo”.

Así parece entenderlo la Coordinadora de Movimientos Sociales (CMS), que agrupa a la Central Única de Trabajadores (CUT) y el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), cuando un mes atrás firmaron un documento contra lo que llamaron “golpismo” montado tras las denuncias de corrupción. Las columnas sociales originarias del PT pusieron 10 mil manifestantes en las calles de Brasilia la semana pasada para dar una demostración de fuerza cuando movilizaron contra la corrupción y los intentos desestabilizadores de la derecha.

La posibilidad de volver a erigirse como un sostén donde Lula se apoye para resolver la crisis tuvo repercusiones inmediatas. Analistas económicos hicieron ver la “inconveniencia” de este tipo de eventos “oficialistas”, porque en ellos puede incubarse una salida “chavista” de la crisis.

Carlos Alberto Sardenberger, periodista del grupo Globo, criticó la “poca representatividad” y la actitud “equivocada” de estas organizaciones sociales al oponerse a la política del ministro de Economía, Antonio Palocci. El presidente de la Unión de Estudiantes Secundarios, Marcelo Gaviao, fue claro en el objetivo de la movilización: "no sirve que cambien los actores y permanezca el mismo escenario. La alternativa a Lula es la vuelta de la derecha y ni los estudiantes ni los obreros de Brasil dejarán que eso ocurra".

El prestigioso economista argentino Julio Gambina apuntaba esta semana como columnista especial de APM, ciertas marcas comunes en los países mayores del Mercosur que explican porque se devalúa la inicial expectativa popular en ambos mandatos: “Brasil sigue la misma política que Argentina y es que siendo ambos, dos de los tres países más endeudados con el FMI, junto a Turquía, no sorprende que los tres sean hoy rigurosos pagadores. En otros tiempos al FMI no le importaba cobrar, se concentraba en condicionar la política económica. Hoy está impelido por reducir la exposición crediticia con nuestros países y presiona para el cobro. Para ello empuja un dólar barato que asegure mayor capacidad de compra de divisas por los estados nacionales superavitarios... Solo a modo de ejemplo señalemos que en julio de este año se batieron los récord de exportaciones en los dos países. ¿Quién se beneficia por ese hecho? ¿Acaso se socializa al conjunto de la población el crecimiento comercial? Lamentablemente debe constatarse que el clásico sector exportador y en todo caso la nueva burguesía exportadora, de capital local o externo, es quién se apropia de esos mayores ingresos por el vínculo creciente de las producciones locales con el mundo”.

Dice Frei Betto, teólogo progresista e intelectual del PT, sobre los sucesos acaecidos: “La cabeza piensa donde los pies pisan. Un sector oriundo de los movimientos populares y sindicales se quedó deslumbrado al verse en el último piso del edificio social, cercado de privilegios, disfrutando del paisaje encantador descontaminado de la incómoda presencia de los pobres. Y se convenció de que los enemigos históricos pueden ser aceptados como aliados coyunturales y, con ellos, aprendió tácticas y métodos de operar la política de resultados. El PT está en una encrucijada: puede ser que él se mire en el espejo y vea el rostro del PSDB (Partido que precedió a Lula en el poder). Y Brasil habrá encontrado su camino de promover la alternancia de gobierno sin amenaza de poder, como ocurre en Estados Unidos entre republicanos y demócratas”.

Marcelo Coelho, sociólogo y editor, es otro los intelectuales que expuso su decepción sin atenuantes con el PT. Según Coelho, la raíz de la crisis no está en los pactos con partidos impresentables sino en la propia campaña del 2002. El PT quiso conquistar el poder apostando “no al esclarecimiento ni la lucidez del pueblo, sino al marketing, a la profesionalización de la mistificación”. Fascinado por la vida palaciega, el PT dejó atrás sus banderas de ética y justicia y optó “por la vía televisiva para la toma del poder”.

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