Representar es convocar a la realidad, traer al presente enunciativo hechos y emociones, espacial o temporalmente pasados. La memoria, por su parte, es un sistema dinámico que guarda y transforma esas realidades ausentes para instalarlas en ese presente enunciativo del mundo imaginario. Finalmente, la creación literaria, representa y reinterpreta esos sucesos a través de lenguajes diversos, para configurar los mundos imaginarios que hacen pie en la realidad empírica.
Para el equipo de investigación dirigido por la doctora Gladys Granata, la Literatura, además de su especificidad como obra de arte verbal que genera placer estético y/o entretiene, constituye un modo privilegiado de conocimiento al generar mundos posibles que examinan -desde múltiples perspectivas- la condición humana.
“Esto es casi una toma de posición, por eso está en el título de nuestra investigación. Para nosotros la Literatura no es solamente entretenimiento, no es lúdica exclusivamente, sino que es una manera diferente de acceder al conocimiento. Creemos que a partir de la literatura se generan conocimientos que se pueden asimilar a cualquier otro, que te puede dar cualquier tipo de ciencia humanística”, sostiene la directora.
Las textualidades que aborda esta investigación abarcan el teatro, la narrativa, la poesía, el ensayo y, con especial énfasis, “la literatura del yo” -que en este caso está muy ligado con otro tema transversal de la investigación que es la memoria-.
“Desde fines de la década del 50, comenzó a considerarse a los géneros del yo como literarios porque había un tratamiento del discurso que era artístico, sobre todo en la autobiografía. Hay intencionalidades, hay maneras de representación del yo y tienen, en muchos casos, más que ver con lo ficcional que con lo real. Desde ese momento, se los englobó a todos estos fenómenos escriturales de primera persona, como géneros del yo e incluyen memorias, autobigrafías, diarios, epistolarios y dietarios -que es un término español para designar la recopilación de artículos que muchos escritores escriben diariamente o semanalmente en periódicos y si bien son de muy diversa temática, hay un yo permanente que le pone el sello a cada uno de los temas-”, explica Granata.
La autobiografía es un relato retrospectivo en prosa que una persona decide hacer de su pasado. La memoria, por su parte, tiene vigencia hasta alrededor de 1950 y se escribía cuando un personaje ocupaba un cargo destacado y consideraba que tenía que dejar un legado de su actuación o quería dar alguna explicación sobre lo que había hecho. La diferencia con la autobiografía es que la memoria pone más el acento en los hechos históricos. Ambas se relacionan con la memoria individual.
A diferencia de éstas, la memoria colectiva es una construcción social, que se genera a partir de un hecho que se va transmitiendo -generalmente en forma oral- y se fija a través de medios que no son estrictamente literarios, o sí, depende; y que van configurando un ideario, que los demás heredan. No es exactamente la suma de las memorias individuales.
En este sentido, la investigadora explica: “Las neurociencias descubrieron que la memoria no es un almacén donde vos vas guardando tus recuerdos sino que es un lugar donde esos hechos del pasado se renuevan continuamente, se rectifican. Eso ha dado pie a nuevas teorizaciones de textos sobre el pasado”.
La investigación aborda diversas textualidades acerca de los grandes hechos que han conmocionado el siglo XX, sobre todo en Europa: el fascismo, del nazismo, las guerras mundiales.
“En base a estos fenómenos, se han escrito ríos de tinta sobre lo que es la memoria histórica, esa memoria colectiva que es compartida, transmitida y construida por un grupo o una sociedad en torno a estos hechos trascendentales (…)
Un ejemplo que es paradigmático es la Guerra Civil Española que significó un millón de muertos y una diáspora de la población (porque todos los que pudieron irse se fueron). Los que se quedan construyen, por temor, una imagen de la guerra y de la posguerra. O sea, los que se quedaron les fueron transmitiendo a sus hijos o nietos una imagen que atacaba lo menos posible al régimen. Obviamente por temor. Luego de terminada la guerra, los escritores españoles estaban bastante cansados de este tema. Se pasan 20 años escribiendo sobre cualquier otra cosa. Llamativamente, en los 90, los nietos de esas generaciones que vivieron la guerra, empiezan a investigar. Es decir, no les conforma lo que les están contando, esa memoria colectiva que se había armado no les gusta y empiezan (tanto los historiadores, los escritores y los jueces, como Baltasar Garzón) un trabajo de recuperación de la memoria histórica e incluso se crea una ley de recuperación de la memoria”, explica la docente-investigadora.
En este marco, nace una nueva narrativa que está tratando de rectificar la memoria histórica y es justamente este tipo de obras el objeto de estudio de este equipo. Es decir, las narrativas que ficcionalizan o crean sobre un marco histórico una anécdota ficticia; pero lo que hacen es tratar de mostrar, a través de la ficción, la realidad. Y aquí es donde toma relevancia el tema del conocimiento, mencionado al principio. Porque, si bien la anécdota es ficticia, lleva -de una manera más amena- a conocer un hecho de la realidad.
Actualmente, el equipo está en la fase final de la investigación. Su objetivo es obtener una publicación colectiva cuya introducción exponga las bases teórico-críticas en torno al tema central del proyecto: literatura, memoria y representación del pasado; y que muestre los avances individuales de cada investigador/a en el corpus específico que aborda.