Ese sistema educativo comienza, en la década del sesenta del siglo XX, un proceso de deterioro del que todavía no conseguimos salir. Dos problemas comienzan a vislumbrarse:
1. Profundos cambios en los saberes básicos necesarios para un buen desempeño social. A fines de la década del sesenta ya no alcanza con saber leer y escribir. Nuevos conocimientos se requieren, pero también aprenderlos desde un nuevo paradigma que privilegie los conceptos por sobre la adquisición de información.
2. Se empieza a percibir que la política de transmitir a todos los mismos saberes no garantiza la igualdad de oportunidades. Ese viejo sistema ofrece acceso a todos, pero calidad diferenciada en el servicio.
A partir de entonces comienzan a gestarse una innumerable cantidad de reformas curriculares, de estructuras y otras, pero que mantienen el estilo de gestión centralizado. A pesar de tantos intentos de cambio y reforma, nos encontramos hoy, en 2004, con la agudización de esa ya vieja y conocida crisis educativa.
Sin embargo, la salida es posible. Para ello debemos acelerar la transición de un sistema tradicional, centralizado, verticalista y burocratizado, exitoso en su momento, pero que no logra ofrecer un servicio de calidad para todos en una sociedad tan compleja como la actual, a un sistema más dinámico y flexible.
Se trata esta vez de continuar algunos procesos de mejora de mediano y largo plazo, que hagan foco en los aprendizajes de los estudiantes y se responsabilicen por ellos.
Para ello se hace necesario encarar tres tipos de cambios:
1. Redefinición de las funciones y de los procesos de toma de decisión de los organismos de gobierno del sistema. Esto incluye que: el gobierno nacional y los provinciales fijen metas claras y las hagan conocer; se invierta el clásico sistema de órdenes arriba-abajo y se amplíe el margen de toma de decisiones en las escuelas y los niveles intermedios del sistema; se inicie un proceso de asunción de responsabilidades por los resultados en función de las metas planteadas; se profundicen las políticas de igualación de las diferencias y, por último, se genere una política de incentivos. Mejorar los modos en que se gobierna la educación posibilitaría una mayor eficacia en la gestión y la generación de mecanismos más confiables de asignación de recursos.
2. Redefinición del espacio de la escuela como centro socioeducativo y comunitario: se trata de pensar a la escuela como una institución capaz de contribuir a mejorar las condiciones de educabilidad. La escuela, de hecho, ya asume un rol que complementa y sostiene su tarea principal: la pedagógica. Pero para que no descuide su rol fundamental sería necesario hacerlo garantizando, entre otros objetivos, el aumento de horas de clases.
3. Igualación y mejora de las condiciones materiales, de infraestructura y pedagógicas básicas para que todas las escuelas puedan desarrollar proyectos pedagógicos de calidad.
No podemos volver a aquel viejo sistema. Hoy necesitamos formar personas autónomas. ¿Cómo hacerlo en un sistema basado en la obediencia? No queda más remedio que seguir caminando hacia el futuro.
Desde el retorno de la democracia se han realizado algunos avances. Sin embargo, viejas culturas del ejercicio del poder penetran el sistema en su trama microscópica. El gran desafío es seguir realizando los cambios necesarios. Se trata de fortalecer el Estado, de construir un sistema que no amoneste todo el tiempo a sus actores, que confíe en ellos y que les permita desarrollar su potencialidad generando la institucionalidad necesaria.
Sin duda, necesitamos más presupuesto, maestros mejor pagos y alumnos con libros para estudiar. Esta propuesta no es condición suficiente, pero sí es una de las condiciones necesarias para que la calidad y la equidad sean metas alcanzables.
Mañana : Respetar la diferencia y neutralizar la desigualdad , por Guillermina Tiramonti.