A pesar de que declinó interesantes ofertas para trabajar en el exterior -y de los sacrificios familiares que implica tener que viajar todas las semanas a Rosario- , Claudio Fernández está contento y emocionado: después de muchos esfuerzos realizados junto con su maestro y colega Alejandro Vila, y gracias al apoyo de Thomas Jovin y Christian Griesinger, de la Sociedad Max Planck, de Alemania, acaba de inaugurarse el primer Laboratorio de Resonancia Magnética Nuclear del país, un centro de investigación que promete desarrollar un campo de estudios que hasta ahora estaba vacante.
Entre otras cosas, esto es posible por la llegada a la Argentina del primer equipo de resonancia magnética nuclear de alta definición (el segundo de América latina), un "chiche" de un millón de dólares -comprado gracias a un subsidio de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica y cofinanciado por el Conicet-, que no sólo permite atisbar hasta los más recónditos vericuetos moleculares, sino también dilucidar su función.
Fernández, egresado de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA y formado también en la Universidad de Illinois, Estados Unidos, en la de Florencia y en Alemania, y que luego debió viajar continuamente entre otros destinos forzado por la falta de equipamiento en el país, se dedica desde hace diez años a la biología estructural.
"Para combatir una enfermedad es imprescindible saber dónde y cómo atacan las distintas moléculas -cuenta el científico, subdirector del nuevo laboratorio-. La resonancia magnética nuclear es una técnica de avanzada que permite estudiar detalladamente la estructura molecular de las proteínas y describir sus propiedades dinámicas en escala atómica. Es decir, qué forma tienen cuando están aisladas y cuando están unidas con otras, y el mecanismo por el cual pasan de estar aisladas a formar un conglomerado. A partir de eso uno puede desarrollar una estrategia terapéutica basada en el desarrollo de inhibidores que se unan específicamente a cierta parte de la molécula e impidan cambios patogénicos."
El trabajo de Fernández se centra, en particular, en enfermedades neurodegenerativas, como el mal de Alzheimer, la enfermedad de Parkinson, o el "mal de la vaca loca", cuyos agentes responsables son proteínas que adquieren una estructura tridimensional anormal.
"Es una forma muy particular que les otorga una tendencia muy alta a formar «agregados» moleculares -explica-, grandes conglomerados de 200 a 800 aminoácidos en los que las moléculas están asociadas. Eso es lo que desencadena la muerte neuronal."
Claro que la tarea no es sencilla: hay que expresar la proteína en cantidades adecuadas, enriquecerla isotópicamente (agregarle ciertos átomos, como nitrógeno 15 o carbono 13) y por último aplicar una serie de técnicas de resonancia magnética nuclear. Todo esto lleva entre tres y cuatro semanas. Cuando se identifica cada uno de los "ladrillos" (aminoácidos) que componen la proteína, hay que averiguar cuáles son sus propiedades, cuál se mueve más, cuál está más expuesto al solvente...
"Lo que sucede es que en algunas situaciones de estrés la molécula adquiere una conformación particular que permite que se expongan esos componentes -detalla Fernández-. Entonces quedan libres para interactuar con los mismos «ladrillos» de las otras copias. Es lo que permite que empiecen a formarse estos agregados moleculares llamados «fibras», que son el signo típico la enfermedad."
El científico y su grupo están estudiando una molécula llamada alfa-sinucleína , implicada en la enfermedad de Parkinson, tanto en el estado "agregado" como en el "desagregado".
"Es un fenómeno común a todas estas enfermedades -explica-. En el mal de Alzheimer, el que se «agrega» es el péptido beta , en el de la "vaca loca" son priones [agentes infecciosos formados por una sola proteína]. En el Parkinson, los componentes mayoritarios de las formaciones citoplasmáticas intraneuronales son los conglomerados de alfa-sinucleína. Son la clave para diagnosticar la enfermedad. Aunque todavía no se sabe muy bien qué función cumple, hubo tres evidencias experimentales de que las formaciones asociadas a la enfermedad, llamadas cuerpos de Lewis, estaban integradas precisamente por esta proteína. Uno de nuestros trabajos del año último consistió en determinar la estructura de la molécula y ver cuáles eran las partes involucradas en la formación de agregados moleculares."
Además, los científicos investigan el papel de ciertos metales en la génesis de la enfermedad, fundamentalmente, el cobre. "Se sabe que el desequilibrio en el metabolismo del cobre es uno de los factores más potentes para «gatillar» el Parkinson -asegura el investigador-. Por eso, una de las vías que está explorando la industria farmacéutica es el diseño de fármacos que se unan al cobre para ver si eso lo atenúa. Y en principio se están viendo resultados promisorios."
Ya instalados en el predio del Centro Regional de Investigación y Desarrollo de Rosario (Cerider), los investigadores esperan poder ofrecer esta poderosa herramienta al resto del sistema científico e impulsar la formación de recursos humanos en el país.
Por Nora Bär De la Redacción de LA NACION
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