El detonante para ponerlo en marcha fue el asesinato de un policía que custodiaba la parada de colectivos dentro del campus universitario (junio de 2003), junto con la creciente sensación de inseguridad que se vivía en la provincia de Mendoza.
"La Universidad no puede estar ajena a lo que pasa en la sociedad", dice la profesora Rosa María Fader de Guiñazú, coordinadora -en conjunto con el doctor Roberto Godoy Lemos- de los equipos multidisciplinarios.
"Tenemos que utilizar los recursos humanos que nosotros formamos para ofrecer alternativas de solución. Porque algo está claro: si seguimos así, vamos al desastre", advierte.
Los grupos de trabajo abordaron aspectos sociales, habitacionales, educativos, sanitarios, judiciales, penitenciarios, y elaboraron un marco que es como una foto de lo que pasa hoy.
"Ahora nuestro objetivo es incorporar a la sociedad civil para movilizar políticas de Estado integrales", dice Rosa Fader.
Factores condicionantes
La cuestión habitacional es un capítulo clave en este Plan de Seguridad de la UNCuyo. Porque si bien -ciertamente- las villas no tienen el patrimonio exclusivo del delito, hay en ellas factores condicionantes que favorecen la delincuencia.
Estas son algunas de las conclusiones elaboradas por los profesionales de la UNCuyo:
La desigualdad social y la profundización de la distancia entre estratos socioeconómicos distintos favorece la emergencia de la marginalidad en los sectores bajos urbanos, derivada de los obstáculos para acceder a las estructuras de oportunidades que existen en el resto de la sociedad.
El aislamiento de los estratos bajos respecto al resto de la sociedad, por la falta de oportunidades de interacción con otros sectores sociales, los coloca en situación de vulnerabilidad, produciendo crisis de identidad, baja autoestima y falta de expectativas.
El capital social de los pobres se deteriora, afectando las normas de convivencia, la confianza mutua y las redes de reciprocidad. La desconfianza, a su vez, genera pautas de conducta que obstaculizan la integración de la comunidad y produce intolerancia respecto de lo desconocido o lo diferente.
El debilitamiento del tejido social favorece el aumento de conductas delictivas y antisociales, conviviendo la pobreza marginal con la delincuencia.
La formación de fronteras sociales, que aíslan a los sectores marginales, permite la emergencia de liderazgos en el marco de una subcultura que legitima pautas de conductas opuestas a las aceptadas por el resto de la sociedad. Se produce así una complicidad con el delito mediante la distribución de drogas, la conformación de guetos y "aguantaderos" de delincuentes, o de desarmaderos de automóviles, por ejemplo.
Cuanto mayor es el tamaño de las áreas homogéneas en pobreza, los problemas de exclusión social y desarraigo territorial agudizan más la desintegración social y producen sentimientos de frustración: inacción juvenil, drogadicción, violencia y otros comportamientos disruptivos.