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La Nación-Domingo 20: El futuro de la filosofía

El jueves próximo se celebra el Día Mundial de la Filosofía, disciplina que debe hacer frente al problemático lugar que ocupa hoy en el mundo académico

22 de noviembre de 2005, 11:07.

La Unesco ha instaurado el 24 de noviembre como Día Mundial de la Filosofía para que se celebre anualmente en diversas partes del mundo con el fin de promover el estudio de esta disciplina en el ámbito internacional, de mantener su enseñanza en los currículum de la escuela media y de estimular a los gobiernos para invertir en la investigación filosófica no menos que en otras áreas de la investigación científica. Todos estos plausibles fines encuentran, sin embargo, un obstáculo habitualmente no previsto por quienes planifican los contenidos de la enseñanza tanto de nivel medio como superior, de grado y de posgrado, a saber: el elusivo carácter del estudio designado por el término "filosofía". Si bien no es algo distinto lo que ocurre en otras ciencias que van transformando tanto sus métodos como sus objetivos a medida que avanzan en la investigación, en filosofía tiene consecuencias más importantes. Lo que actualmente investiga, por caso, la biología, especialmente a partir del descubrimiento de la estructura molecular de la doble hélice, es considerablemente distinto de los objetivos y métodos que prevalecían, por ejemplo, a principios del siglo pasado. A diferencia de las ciencias empíricas, la filosofía no puede proseguir imperturbable tras su posible meta sin prestar atención a los cambios conceptuales que tienen lugar en su interior. En este artículo intentaré delimitar a grandes rasgos los temas que se consideraron tradicionalmente el objeto de estudio de la filosofía y los que podrían ser sus equivalentes en la actualidad; me referiré, luego, a la cuestión del método en filosofía, y consideraré, por último, el lugar que debería tener ésta en las instituciones de enseñanza superior.
A partir del siglo IV a. C., en el que se fijan y consolidan las escuelas filosóficas más influyentes en el mundo helenístico y romano, el canon filosófico comprendía tres partes: lógica, física y ética. La lógica abarcaba no solamente la teoría del silogismo, incluidos los condicionales, descubiertos por los estoicos, sino también problemas de filosofía del lenguaje y de metodología de la ciencia. La física comprendía la tradición especulativa sobre los fenómenos naturales, iniciada en las ciudades griegas del Asia Menor en el siglo VI a. C., y que había proseguido a través de la filosofía platónica, la atomística y la aristotélica hasta los estoicos y epicúreos. Esta especulación incluía tanto el examen de la astronomía, de la meteorología, como de las especies biológicas, vegetales y animales. La ética, por último, comprendía tanto la doctrina de las virtudes individuales, destinada a asegurar una buena vida, como la teoría normativa del Estado, destinada a crear el mejor régimen político para la vida en común. En algún momento del siglo I a. C., al publicarse las lecciones de Aristóteles que hoy constituyen el Corpus de su obra, se añadió a la física una parte que trataba de analizar las "causas primeras" de los fenómenos, los principios más generales que rigen el pensamiento, como el de no contradicción, y la existencia de una primera causa no causada del universo, es decir, Dios como fin último. Esta parte quedó provisoriamente denominada meta-física en el ordenamiento que se hizo de los libros de Aristóteles, y así se incorporó al canon. Esta tripartición de la filosofía en formal (lógica), teórica (metafísica, principios filosóficos de la naturaleza) y práctica (principios normativos de la ética, la política y el derecho) se mantiene y consolida a partir del nuevo impulso que la disciplina recibe en la modernidad y sigue vigente como principio de clasificación de sus temas aún en la filosofía de Immanuel Kant.
A partir de éste, sin embargo, se produce una profunda transformación tanto de los temas como del modo de enfocarlos. Kant extrae las consecuencias inevitables que la aparición de las nuevas ciencias de la naturaleza, en especial de la física de Newton, había traído para la filosofía. ...sta ya no puede pretender poseer un acceso puramente racional al conocimiento de la naturaleza a partir de principios a priori, sino que debe establecer sus propios límites, que serán los de la experiencia, más allá de la cual la filosofía no podrá avanzar. De este modo, el movimiento de reflexión sobre la capacidad de la propia razón para alcanzar el conocimiento que se había iniciado con Descartes alcanza en Kant un punto de inflexión a partir del cual se hará irreversible. En adelante la filosofía teórica se ocupará de indagar el método, los supuestos y la formación de las leyes del conocimiento de la naturaleza, tal como éste es elaborado por las diversas ciencias empíricas que se irán formando desde la Ilustración: la física, la química, la fisiología animal y humana, entre otras, hasta llegar a las más recientes como la biología molecular.
Algo similar ha ocurrido hacia fines del siglo XIX y principios del XX con la lógica clásica, especialmente luego de la obra del filósofo matemático Gottlob Frege, quien puso los fundamentos para la creación de la lógica simbólica como una nueva ciencia formal. A partir de entonces la lógica se ha independizado, constituyendo en la actualidad más bien una familia de sistemas formales que varían entre sí de acuerdo a qué principios toman como invariables (Alchourrón, 1995).
Por último, la filosofía práctica se ha mantenido razonablemente próxima a las cuestiones que le dieron origen, la teoría de las virtudes o de los deberes y la idea de una buena vida, por un lado, y el fundamento normativo de la legitimidad de una república democrática o el concepto universal del derecho, por otro, pero ha sufrido un significativo cambio. En efecto, el filósofo ya no puede considerarse -ni pretende hacerlo- un intérprete privilegiado que descubre leyes morales eternas y las revela al resto de los mortales como modelos para su legislación positiva, sino, al contrario, como un paciente reconstructor de un modelo teórico de moralidad y de democracia, a partir de supuestos implícitos en las complejas interrelaciones normativas de la sociedad humana.
A estos temas, centrales en la tradición filosófica de veinticinco siglos, se añadió otro en el siglo XIX que trajo cierto enriquecimiento de los estudios filosóficos pero también una persistente confusión: la propia historia de la filosofía. Esta cuestión debe ser dividida en dos partes: en la primera, está la edición y reconstrucción de los textos de los filósofos de la Antigüedad clásica, del medioevo y de los filósofos posteriores que fueron considerados los clásicos de la modernidad. En la segunda parte, está la labor historiográfica que, impulsada por los nuevos aires historicistas y nacionalistas dominantes a partir de la segunda mitad del siglo XIX, organizó arbitrariamente el material a partir de los filósofos tomados individualmente y clasificándolos luego según la nación de pertenencia y por algún rasgo distintivo en conexión con ciertas cuestiones metafísicas consideradas claves. Como resultado, la publicación de las obras completas de los más importantes filósofos en ediciones críticas constituyó un aporte indispensable para el desarrollo de la disciplina. Esta labor, que se continúa actualmente, nos ha provisto de una visión de conjunto, sobre todo de la antigüedad, como nunca antes se había tenido, ya que inclusive se ha recuperado una considerable cantidad de obras fragmentarias y nuevos textos filosóficos. A esta labor hay que añadirle la interpretación y el comentario de los textos, que han ampliado la comprensión de la estructura interna de la disciplina y de sus conexiones y oposiciones conceptuales. En el caso de la labor historiográfica, en cambio, es posible afirmar que la historiografía por filósofos y escuelas nacionales ha sido uno de los factores que más ha contribuido a una cierta momificación de la disciplina y a una profunda distorsión tanto de sus objetivos como de su método. Se perdieron de vista los temas centrales que tradicionalmente habían preocupado a la disciplina para perseguir entidades fantasmagóricas como el "idealismo", el "materialismo", el "espiritualismo", el "positivismo". A esto se añadió una segunda consecuencia no menos grave: al concentrarse en su historia, la misma filosofía fue paulatinamente asociada a la historia de la cultura o de las ideas, con lo que perdió la independencia que había conservado durante dos milenios y medio y pasó a formar parte de ese conjunto residual de disciplinas que se denomina de modo vago "ciencias humanas, sociales o culturales".
Con la cuestión de los temas que le competen a la filosofía como disciplina autónoma está ligada otra no menos importante: la cuestión del método. Según Aristóteles fue Sócrates el primero en descubrir y enseñar un método, el de la fijación del significado de los términos mediante una definición general y común a todas las instancias a las que el término se les aplica. Desde entonces la capacidad de establecer criterios claros de división e inferencias debidamente sustentadas entre los conceptos ya fijados mediante definición o demostración forma parte inseparable del método filosófico. Ya en Platón mismo y más sistemáticamente en Aristóteles, el método se divide en dos caminos, uno de búsqueda y ascenso y otro de construcción sistemática y de descenso. Aristóteles le dio a estas dos partes la denominación que hoy poseen: dialéctica y analítica. Mientras que la primera procede de las premisas que están a nuestro alcance, también denominadas por eso lugares comunes, y las ofrece a otros bajo la forma de hipótesis a aceptar a fin de comenzar luego la argumentación, la analítica procede de un modo deductivo a partir de primeras premisas o axiomas, como los de la geometría euclidiana, hasta los teoremas más particulares que se aplican a cada caso. El problema con el que desde un comienzo ha debido confrontarse la filosofía consiste en poder hallar un criterio suficientemente firme e indudable para poder escoger las primeras premisas de las que luego se puedan derivar los otros conocimientos o las otras justificaciones normativas, si se tratase de juicios éticos. En general podemos decir que entre los dos extremos que se han dado en la filosofía, la certeza absoluta (Descartes) y el relativismo absoluto (Nietzsche), hay una vasta gama de posiciones intermedias que han representado casi todos los casos posibles (Olaso, 1999). Es necesario destacar que el desarrollo de la filosofía ha consistido precisamente en ese intercambio de argumentos en pro de una u otra posición, es decir, en el juego interno en el que los protagonistas, sea en el campo de la filosofía teórica o en el de la práctica, adoptan una alternativa y la defienden, involucrándose ellos mismos en la disputa sin poder ni deber apelar a ningún apoyo externo, sea de la teología, las ciencias naturales, las sociales, la historia. (Heidegger, 1996). La filosofía reafirma así no sólo que se trata de una disciplina autónoma, sino que debe continuar siéndolo, si es que habrá de seguir proporcionando un esclarecimiento necesario en un mundo cada vez más complejo.
Con este punto se conecta mi último tema: la ubicación del estudio de la filosofía en las instituciones de enseñanza superior. Cuando se creó el estudio de la filosofía como disciplina independiente en la Argentina, a partir del último tercio del siglo XIX, primaba en Europa continental la orientación historiográfica de la filosofía, a pesar del peso que tuvieron corrientes como el neokantismo y la fenomenología. Resultaba, pues, natural incorporar a la filosofía en el marco institucional de otros estudios humanísticos y culturales, como la historia y la literatura. Esta decisión signó un difícil destino para la preservación de su independencia y coartó tanto la amplitud de sus temas como la creatividad de sus propuestas, pues una inevitable consecuencia de esta situación fue la primacía que siempre tuvieron en su currículum las historias de la filosofía, de las ideas y, dentro de las pocas materias sistemáticas, los enfoques puramente doxográficos. Nada hay, sin embargo, en la disciplina misma que la haga más próxima a las ciencias de la cultura que a las otras ciencias, siendo en realidad que hasta el siglo XIX estuvo mucho más cercana a las ciencias naturales y ha vuelto a estarlo durante el siglo XX. La filosofía práctica, por último, está más próxima al derecho, en tanto disciplina normativa, que a cualquier otra ciencia empírica. En las más importantes universidades europeas y norteamericanas las carreras de filosofía son autónomas, es decir, no dependen de ninguna otra institución superior, salvo el cuerpo resolutivo último, sea una junta de gobierno o un consejo superior de la universidad, para elaborar su currículum, distribuir sus cargos y tareas docentes, y orientar la investigación y el posgrado. Las ciencias histórico-socio-culturales se han caracterizado por preservar una estructura narrativa que limita fuertemente su capacidad para elaborar cuestiones teóricas y las vuelve por ello muy vulnerables ante los bruscos cambios de las modas ideológicas. Esto las ha ido enajenando de la filosofía sobre todo en las últimas tres décadas del siglo XX, cuando ésta retornó a la discusión de los problemas teóricos y sistemáticos en todas sus áreas. Allí donde no tienen una real autarquía, los departamentos de filosofía están por esta causa permanentemente sometidos a imposiciones arbitrarias y coactivas que no solamente impiden su desarrollo sino que terminarán por esterilizarlos a muy breve plazo.
Alchourrón, C.: "Concepciones de la lógica", Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, vol. 7, 1995.
Heidegger, M.: "Phenomenologie und Theologie" (1927), Wegmarken, Gesamtausgabe, vol. 9, 1996.
Olaso, E. de: "Certeza y escepticismo", Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, vol. 20,1999.
Por Osvaldo Guariglia Para LA NACION - Buenos Aires, 2005

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