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La Nación-Domingo 30: Opinión: Una señal necesaria y auspiciosa

Es una muy buena señal que las universidades se interesen por los requerimientos del mercado de empleo y por el seguimiento laboral de sus graduados, ya que en las últimas décadas la relación universidad-producción-trabajo había funcionado muy escasamente, por responsabilidades compartidas. Las víctimas de esta situación han sido, lamentablemente, los estudiantes y los graduados universitarios.

31 de octubre de 2005, 15:23.

Históricamente en nuestro país, la educación -en especial la universitaria- fue un factor fundamental de ascenso social, a través del mercado de trabajo. En las últimas décadas, a partir de la dictadura militar, esto entró en crisis, ya que el inmovilismo y el retroceso social fueron afectando, gradualmente, en forma negativa a los jóvenes con formación educativa de nivel superior. Así, según el Indec, la desocupación general aumentó en los años 2001 y 2002 en la Capital Federal y el GBA el 25,1% y la de los profesionales universitarios el 53,8%. Del total de desocupados, los profesionales universitarios eran el 1,1% en 1990, el 5% en el 2000 y el 7,3% en el 2002.
Entre 1986 y 2000, la matrícula de las carreras de ciencias básicas y tecnología creció sólo el 34%, mientras que la de las carreras de ciencias sociales lo hizo el 150%. Además, la tasa de graduación de las carreras de Ingeniería, en la década del 90, fue una de las más bajas: según lo publicó LA NACION en agosto de 2002, de 13.589 inscriptos en carreras de ingeniería en 1990, hasta el año 2000 habían egresado sólo 802 ingenieros; es decir, el 5,9% de los inscriptos. Por esto, es razonable que las universidades encuentren actualmente que las carreras de ingeniería sean de las que mayor demanda insatisfecha tienen en el mercado laboral.
Afortunadamente, la recuperación económica del país ha reactivado la demanda de profesionales y de personas con nivel superior de formación, particularmente en algunas áreas. Es de esperar que la relación universidad-producción-trabajo también se reactive y asuma un rol significativo en la planificación de las ofertas académicas de nuestras universidades, tanto en lo referido a las carreras ofrecidas como a su contenido.
Pero esto no basta. La formación universitaria debe tener en cuenta los escenarios de futuro del país, ya que los jóvenes que ahora ingresen a los estudios superiores se graduarán y se incorporarán al mercado de trabajo dentro de ocho, diez, doce años.
Por lo tanto, las universidades deben trabajar, junto con las autoridades nacionales y provinciales y las organizaciones del trabajo y la producción, en la definición de los perfiles para un proyecto futuro de país y concertar las competencias que se requerirán. Tarea difícil -por el acelerado proceso de desarrollo científico y tecnológico-, pero imprescindible. Así, se contribuirá a que la educación y la universidad se constituyan por fin en un aspecto decisivo del crecimiento nacional.
Por N. Fernández Lamarra, Para LA NACION. El autor es director del área de Posgrados de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

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