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La Nación-Domingo 5: Alain Minc: \"Influirá más quien forme las futuras elites\"

Provocador y mediático, considerado como uno de los pensadores más brillantes de su generación, afirma que una de las grandes batallas estratégicas del siglo XXI pasa por las universidades: en un mundo cada vez más competitivo, señala, tendrá más poder el país que logre atraer a los estudiantes que integrarán la dirigencia del mañana

06 de marzo de 2006, 13:21.

PARIS.- Una de las batallas estratégicas del siglo XXI consiste en formar a las elites y los dirigentes planetarios del futuro. Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) prevé además que, en 2025, la educación superior de las elites mundiales estará totalmente globalizada y los niveles de masters y doctorados serán equivalentes en todo el planeta. Esa perspectiva confirmó la visión de Alain Minc, uno de los pensadores franceses más brillantes de su generación. El último de sus 28 libros, Le Crépuscule des petits dieux ("El crepúsculo de los pequeños dioses"), está precisamente consagrado a analizar los peligros que acechan a las elites nacionales en Occidente.
 
En Francia, la primera víctima sería la exclusiva Escuela Nacional de Administración (ENA), considerada como "la gran usina" de las elites políticas e intelectuales del país. Los "enarcas" controlan desde hace 60 años los distintos resortes del Estado. Dos de los tres últimos presidentes, siete de los diez últimos primeros ministros y la mayoría de los dirigentes de las grandes empresas del país son egresados de la ENA. Desde su creación, en 1945, esa exclusiva institución funciona como un mecanismo de circuito cerrado cuyo elitismo se asocia cada vez más a la segregación: entre los 102 estudiantes de la promoción 2005 no hubo un solo negro ni un solo árabe, aunque esas dos comunidades representan más del 10% de la población francesa.
 
Minc, naturalmente egresado de la ENA, es desde hace 20 años asesor de empresarios y políticos europeos como François Pinault, Carlo de Benedetti, Edouard Balladur o Nicolas Sarkozy. Desde 1994, Minc también preside el Consejo de Control del diario Le Monde.
 
Como si eso fuera poco, este mediático hiperactivo de 56 años no cesa de escribir. Provocador, dinamitero de convencionalismos, lanzó el debate sobre el fin de las elites tradicionales. Es más: en "El crepúsculo de los pequeños dioses" no sólo ataca los modos tradicionales de formación de las elites dirigentes o intelectuales, sino que además anuncia la desaparición de las elites "en ejercicio".
 
-Usted se define como liberal de izquierda. ¿Qué significa eso?
 
-Un liberal de izquierda es extraño sólo en este país. En Inglaterra eso se llama "blairismo"; en España fue la gestión de Felipe González; en Italia será, así lo espero, el gobierno de Romano Prodi. El problema francés reside en no entender ese matiz.
 
-Sin embargo, usted frecuenta constantemente a la derecha: es consejero de Nicolas Sarkozy, de los grandes empresarios franceses y europeos, y lo fue de Edouard Balladur. ¿Cómo concilia eso con sus ideas de izquierda?
 
- Tengo tres vidas. Mi profesión de banquero de negocios, mis libros y además presido el Consejo de Control del diario Le Monde.
 
-Hace unos 10 años decía que Francia iba muy bien. Ahora dice que las cosas, finalmente, no son tan así. ¿Qué cambió?
 
-Creo que Francia va mejor de lo que ella misma cree, y menos de lo que podría. Económicamente ha retrocedido en el pelotón europeo; pero ese atraso es bastante fácil de recuperar con una buena gestión macroeconómica. Lo que me inquieta, en realidad, es que este país no toma conciencia de la dimensión de su decadencia en lo que concierne a su cultura. Eso va de la producción cultural a las universidades, pasando por la investigación. Me refiero a todo lo que aquí se conoce como "excepción cultural". Los franceses siempre pensaron que su importancia en el mundo estaba ligada a su cultura. Pero la "excepción cultural", en Francia, consiste en negarse a ver que aun en las cosas culturales hay competencia internacional. No quiero decir que haya que dejar que la cultura sea gobernada por el dinero. Pero las culturas planetarias también están en competencia. Las universidades compiten unas con otras; el mercado del arte también. Como todo buen liberal de izquierda, pienso que la competencia es sana en cualquier terreno. Francia no lo ha comprendido. Tiene una política cultural, sobre todo en el terreno académico y universitario, cerrada, malthusiana y proteccionista.
 
-En su libro usted parece defender un sistema universitario basado en el modelo norteamericano. Habría que crear, dice, una especie de MIT (Massachusetts Institute of Technology) a la francesa. Eso sería una verdadera revolución en Francia, donde la universidad es gratuita.
 
-Cuando me refiero al modelo del MIT lo comparo con las Grandes Escuelas francesas. En este país, el sistema universitario funcionó durante 100 años basado en una hipocresía. Por un lado, hay universidades que no seleccionan a sus estudiantes y, por el otro, esas instituciones de posgrado [llamadas Grandes Escuelas] con un sistema hiperselectivo. El sistema funcionó porque de allí salían dirigentes bien formados, que compensaban la mala formación de la gran mayoría. El problema es que cada una de esas escuelas ya no tiene la envergadura necesaria para hacer frente a la competencia internacional. El MIT francés que preconizo es tener el coraje de fusionar esas grandes escuelas en una.
 
-¿Por qué ese cambio radical en una cultura universitaria casi milenaria?
 
-¿Cuál es uno de los ejes de la batalla planetaria en este momento? Atraer a los buenos universitarios. Cada país sabe que, cuando alguien estudia en sus universidades, al regresar a su casa se lleva una parte de los propios intereses de ese país en forma consciente o inconsciente. Tomemos el caso de un joven chino que quiere estudiar en Europa, ¿cómo quiere usted que, en vez de ir a Stanford, a Oxford o a la London School of Economics, venga a nuestra Ecole Polytechnique?
 
-¿Por qué no?
 
-Se encontrará con que se trata de una escuela con estatus militar, donde tendrá que vestir uniforme y hacerse cortar el pelo al ras como si fuera un recluta. ¡Es surrealista!
 
-Es exótico.
 
-Así sólo atraemos a los estudiantes del Tercer Mundo pobre. El problema es que la competencia internacional no está allí. Uno de los sectores más fuertes de la competencia mundial reside en atraer a aquellos que formarán las elites de mañana. Ese es uno de los medios esenciales de influencia.
 
-Pero usted mismo es producto de la ENA.
 
-La ENA estaba fabulosamente bien adaptada a las necesidades de la sociedad francesa hace 30 años. Hoy ha dejado de estarlo.
 
-Podría ser el caso del perro que se muerde la cola. El país está controlado por una elite salida de la ENA, ¿y usted pretende que esa elite renuncie a sus derechos y su modo de concebir la sociedad?
 
-Es verdad. Pero, gracias a Dios, en Francia vivimos en monarquía. Y si el monarca así lo decidiera, se haría.
 
-¿Lo decidiría?
 
-¿Quién? ¿El actual? No quiere nada y no puede nada. El que vendrá mañana, no lo sé.
 
-¿Y los grandes empresarios están a favor de esa reforma?
 
-Naturalmente, porque viajan y porque ven la diferencia entre nuestro país y el resto de las grandes naciones.
 
-¿La sociedad francesa estará lista para ese enorme cambio?
 
-Este problema no la atañe. Es una cuestión que se juega en el seno de la clase dominante, como diría el camarada Marx.
 
-Sin embargo, estamos en un país con un serio problema de integración. ¿Esto no sería una forma de reforzar una sociedad a dos velocidades?
 
-Seamos francos, en términos de formación, el sistema se ha vuelto mucho más selectivo que antes. Hay dos cifras que me dan la razón. Si la Escuela Politécnica conservara el mismo porcentaje de alumnos que hace 150 años en relación con la población, no habría en Francia 400 politécnicos por año, sino 150.000. Esto muestra hasta qué punto el embudo de la selección se estrecha cada día más. Segunda cifra: hace 100 años, en las grandes escuelas, la cantidad de niños de clases modestas triplicaba la actual. La verdad es que tenemos un auténtico desafío de discriminación positiva en este país. Es decir, ¿cómo haremos para incorporar a los jóvenes de medios modestos a las elites dirigentes?
 
-¿Usted está de acuerdo con la discriminación positiva?
 
-Totalmente. No me gusta la expresión. Habría que encontrar otra. En 1995 utilicé la expresión "equidad contra igualdad". Prefiero la palabra "equidad", es más ajustada que "discriminación". La "equidad" es hacer más por aquellos que tienen desventajas. "Igualdad" es hacer lo mismo para todo el mundo.
 
-Dejemos la preparación de las elites y miremos a la elites en ejercicio. ¿No exagera un poco en su libro cuando afirma que la riqueza es contraproductiva desde un punto de vista político?
 
-Utilicemos un ejemplo. En Estados Unidos, los Ford, Rockefeller y J.P. Morgan utilizaban su fortuna para modelar ese país a imagen de lo que ellos consideraban útil. Pues hoy, Bill Gates invierte su renta en un proyecto humanitario internacional, sin ningún efecto para la sociedad estadounidense.
 
-¿Y en Francia?
 
-La proximidad personal de los capitalistas con el poder político ha dejado de ser una ventaja para transformarse en una desventaja. Esto forma parte de una democratización que jaquea la existencia misma de una clase dirigente que reúne a los dueños del capital financiero, intelectual, social y político.
 
-¿De modo que, según usted, la reproducción tradicional de las elites europeas, de padres a hijos, dejó de existir?
 
-Los mecanismos de transmisión perduran, es verdad. Pero aun cuando los ricos sean unos privilegiados, dejaron de constituir una clase dominante. La clase dirigente ha dejado de tener conciencia de sí misma.
Por Luisa Corradini  © LA NACION
 
El perfil
 
Formación
Nació en París en abril de 1949. Es ingeniero, cursó estudios políticos y posteriormente se formó en la ENA, la Escuela Nacional de Administración francesa. Muy pronto se convirtió en un referente ineludible del establishment francés y consejero de numerosos políticos y empresarios europeos.
 
Autor y ensayista
Ha publicado una vasta obra, en la que se destacan libros como El desafío del futuro (1986), La máquina igualitaria: crisis en la sociedad del bienestar (1989), La gran ilusión (1990), La nueva Edad Media (1994) y www.capitalismo.net (2001). Desde 1994 es presidente del consejo de supervisión del diario Le Monde. Está casado y tiene tres hijos.

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