La iniciativa, responsabilidad del Programa Nacional Educación Solidaria del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, resulta positiva por varias razones.
En primer lugar, el Premio Presidencial permitirá dar a conocer y valorar iniciativas solidarias de la educación superior, muchas veces desconocidas aun dentro de las mismas instituciones, y que podrían ser fácilmente replicadas y multiplicadas.
Estas prácticas no sólo contribuyen al desarrollo local, a la transferencia de tecnología y conocimientos a comunidades necesitadas y a la difusión de la práctica solidaria, sino que ofrecen a los estudiantes un espacio de práctica de sus conocimientos en contextos reales que estimulan la creatividad, la investigación y la confrontación con problemáticas sociales concretas, lo cual, sin duda, redunda en beneficio de la calidad de la formación de los futuros profesionales argentinos.
La interacción con la realidad nacional de profesionales solidarios, dispuestos a poner sus conocimientos al servicio de las necesidades más urgentes del país y no sólo en función del interés individual, no es una parte menor de la responsabilidad de las instituciones de educación superior. De ahí la importancia de esta iniciativa.
En segundo lugar, resulta alentador que se impulsen políticas de Estado que superen las discontinuidades que a menudo afectan la acción pública y la lamentablemente frecuente desactivación de iniciativas tan positivas como la comentada, simplemente por no haber sido originadas por el gobernante de turno.
En este caso, la solidaridad como práctica educativa, que comenzó a ser promovida en el Ministerio de Educación en 1997, durante la gestión de la ministra Susana Decibe, se convirtió en un programa nacional en 2000 por iniciativa del ministro Juan Llach, quien fue también impulsor del primer Premio Presidencial tanto a escuelas solidarias como a las prácticas solidarias en la educación superior. Luego de la interrupción sufrida durante la gestión de la ministra Graciela Giannettasio, resulta digno de destacar que el presidente Néstor Kirchner y el ministro del área, Daniel Filmus, hayan reinstalado en el sistema educativo la promoción de la educación para la solidaridad.
Todo cuanto se haga por alentar el espíritu solidario en la comunidad siempre debe ser bienvenido. Así como a menudo se destaca la acción de entidades que asisten a los sectores más desprotegidos de la sociedad o se alienta a imitar el ejemplo de muchas empresas que incluyen la responsabilidad social entre sus objetivos, resulta de un valor inestimable que en las universidades -donde convergen el entusiasmo de la juventud y la sabiduría de los intelectuales- se estimule el mismo espíritu.