Puede discutirse si todos los que no han terminado la escuela primaria son analfabetos funcionales. Discusión académica útil, pero que no desmiente la dura realidad de las desventajas de todo tipo de quienes están en tal condición.
Por tomar un solo indicador, el de ingresos, mientras sólo un 10% de las personas con secundaria completa o más están en el 30% más pobre, entre quienes sólo tienen el tercer ciclo de la educación general básica (de séptimo grado al ex segundo año del secundario) el porcentaje se eleva al 42% y entre quienes no han completado la primaria llega casi al 50%. Según el programa Siteal (Sistemas de Información de Tendencias Educativas en América Latina), esta disparidad de ingresos según el nivel de instrucción se acentuó en los últimos años.
La probabilidad de ser pobre con una educación menor a la secundaria aumentó, y la probabilidad de no serlo con secundaria completa se redujo a la mitad.
Afortunadamente, la escolarización también aumentó entre 1991 y 2001, lo que permite dejar a un lado un pesimismo extremo. Hoy hay casi dos millones de chicos más que hace diez años en instituciones educativas. El incremento fue importante en el nivel inicial (400.000 chicos y 35%), en la enseñanza media (800.000 alumnos y 25%) y en el nivel terciario (600.000 estudiantes y 60%). Esta tendencia continúa, pero lentamente, y por ello no exime de encontrar soluciones urgentes.
Profundizando y generalizando iniciativas de algunas provincias y de la ciudad de Buenos Aires, podría establecerse la obligatoriedad de asistencia escolar no sólo a los hijos de quienes reciben el subsidio para jefes de hogar, sino a ellos mismos.
El impacto positivo de esta medida sería no sólo económico, sino que ayudaría mucho a estas personas a reconstruir su dignidad. Por cierto, esto requiere decisión política y también recursos, condiciones que sólo se alcanzarán si se decide de una vez por todas hacer de la educación la primera prioridad nacional.