Esta medición, que es la última realizada por esa organización hasta el año 2000, arrojó la siguiente información: de cada 1000 argentinos que emigraron en los años noventa a los Estados Unidos, 191 eran personal especializado. Si se tiene en cuenta que de Chile emigraron 156 especialistas por cada millar, de Perú 100 y de México 26, nuestro país cuenta con "la más alta oferta de recursos humanos calificados del continente" y supera también a la registrada en Venezuela, Ecuador, Colombia y Cuba, según subrayó el economista Andrés Solimano, director de la Comisión, que participó en Buenos Aires de un encuentro científico, Redes de Conocimiento en el Exterior para el Desarrollo y el Empleo, en la sede del Ministerio de Trabajo.
Con sueldos bajos, mal equipamiento y un sinfín de otras dificultades, es natural que aquéllos de nuestros científicos que se destacan en sus respectivas carreras piensen en buscar otros horizontes y que sean, también, buscados por las universidades y los centros de estudios norteamericanos que saben muy bien qué significa contar con los mejores recursos humanos. "El desinterés crónico del Estado por la suerte de su recurso humano provoca el éxodo, sobre todo del más capaz y eficiente", escribía en 1991 el doctor Aquiles Roncoroni, recientemente fallecido, uno de los incansables defensores de la excelencia científica.
Poco es lo que ha cambiado esta situación hoy, en 2005. Entonces, estas tristes estadísticas deben movilizar a los dirigentes, a las propias organizaciones de científicos y a la sociedad toda en procura de enfrentar de una buena vez por todas este problema cuya resolución hoy es urgente y lo será mucho más en el futuro cercano.
Pero justo es reconocer que algo ya se está haciendo. Desde el Ministerio de Educación, se han dado recientemente algunos pasos muy importantes en esta dirección; comentábamos, en agosto del año último, el Plan Estratégico para el Desarrollo Institucional, dado a conocer por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), uno de cuyos puntos fundamentales era la incorporación de investigadores jóvenes; el cálculo fue que por lo menos se necesitaban unos 2000 ingresos en los próximos ocho años sólo para restablecer el equilibrio en la estructura del organismo.
También en otras áreas hay ahora una mayor difusión del papel que tienen la ciencia y la tecnología en el progreso de un país -en el caso del nuestro, se trataría además de la tan ansiada "recuperación"-, y a ello no es ajeno un apreciable cambio de actitud de los mismos científicos, que están aprendiendo a comunicar mejor a la sociedad el valor de su trabajo; un buen ejemplo son el programa de TV "Científicos industria argentina", que se emite desde el canal estatal, y las páginas dedicadas al tema en los principales diarios argentinos.
En este tema, como en muchos otros, el papel de los ciudadanos sigue siendo irrenunciable. En países de alto desarrollo, como los Estados Unidos, la población tiene noción de cuánto vale contar con investigadores científicos y técnicos, y de que vale la pena pagar por ello. Es de desear que este conocimiento se extienda cada vez más a toda la sociedad argentina; la inversión en educación, a pesar de que se necesita tiempo para ver sus frutos, debe ser prioritaria para la Argentina.