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La Nación: Editorial I: Nuestros jóvenes y la política

Una encuesta realizada recientemente sobre una muestra de 1186 estudiantes universitarios, de distintas carreras, puso de manifiesto un grado significativo de desinterés por la política, al tiempo que el 49,7% de esa población desconoce qué ha de votarse en las elecciones de octubre próximo.

Del sondeo, emprendido por investigadores de la Facultad de Psicología de la UBA en dos universidades nacionales (UBA y Lomas de Zamora) y dos privadas (UADE y Kennedy), se desprende, por parte de los alumnos, un claro rechazo hacia los partidos políticos. No obstante, surge entre los estudiantes una real motivación por los problemas del país, a cuya solución se busca contribuir a través de organizaciones que no son de carácter político.

Los datos recogidos no sorprenden. La escasa cultura cívica no es patrimonio exclusivo de nuestros jóvenes. En todo caso, su ignorancia refleja la propia ignorancia y la falta de compromiso de la mayoría de los adultos.

La actitud descreída acerca de las actividades partidarias no es exclusiva del momento actual. Los intereses de los jóvenes se proyectan mayoritariamente sobre otros temas, cuestiones y valores. En la última década se llevaron a cabo dos investigaciones auspiciadas por el Deutsche Bank, realizados por Demoskopía, bajo la dirección de Hartmut Hentschel, que reflejaron el bajo interés y descreimiento por la política tradicional por parte de los jóvenes, su desvalorización por los partidos y su desconfianza en el Estado, todo lo cual concurría a explicar su débil disposición a participar en la actividad partidaria.

El estudio ahora conocido confirma esas conclusiones y agrega un lógico rechazo por la corrupción que se observa y, como una derivación, el afán de contar con líderes personalistas en quienes confiar ante la decepción por el comportamiento institucional de los dirigentes. En suma, el desinterés político de los jóvenes -coincidente con el de tantos adultos- afecta su compromiso con la República, lo cual resulta inquietante.

Cuando se contempla esta cuestión, puede advertirse que las actitudes y opiniones observadas no son ajenas al devenir de la vida política del país, cargada para la mayoría de frustraciones, hecho que aumenta las razones de escepticismo y la generalizada creencia en que la corrupción asedia la actividad política y es mejor para los honestos mantenerse distantes de ella. Lamentablemente, ese juicio crítico también ha alcanzado a las organizaciones juveniles de la vida universitaria y la FUBA ha sido acusada, una vez más, hace algunos días de corrupción e ineficiencia, lo que completa un cuadro desalentador.

Si se considera el contraste existente entre las aspiraciones y proyectos de vida de los jóvenes, nutridos en la mayoría de los casos de idealismo, y la descarnada lucha de los partidos políticos y la perpetuación de muchos de sus dirigentes, se advierte muy pronto su incompatibilidad. De ahí que los jóvenes opten por encaminarse hacia las ONG, grupos religiosos y asociaciones de profesionales confiables y desinteresadas por el poder, pues allí encuentran positivos caminos para obrar por el bien común.

Asimismo, un sector importante percibe la actividad política como una rémora, ya que absorbe tiempo y esfuerzo que deben volcar en los estudios, trabajos y en la preparación de su futuro. Desde luego, aunque este criterio pueda ser respetable, no evade a los jóvenes de sus compromisos ciudadanos. Tampoco de buscar modos de participación constructiva en esa actividad -reconociendo a los partidos como eje de la democracia representativa- que posibiliten un cambio de fondo y un nuevo horizonte para una dirigencia renovada.

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