El informe tiene en cuenta datos reunidos entre 1998 y 2001 y muestra algunos hechos que no son demasiado novedosos, como los pobres niveles educativos alcanzados en algunas naciones africanas y asiáticas, por ejemplo.
Los datos relativos a nuestro país nos plantean numerosos interrogantes. Desde hace muchos años se sabe, y este informe lo corrobora, que el 97 por ciento de la población mayor de 15 años está alfabetizada y que prácticamente la totalidad de los niños con edad adecuada se encuentra en el nivel primario de estudios. Estas cifras no parecen condecirse con todo lo que se sabe acerca de los altos índices de pobreza y de marginalidad que hay en la Argentina. Lo primero que se puede decir de estos números es algo que ya hemos señalado en otras oportunidades acerca de la particular persistencia de nuestro pueblo en enviar a sus hijos a la escuela, en contra de todas las dificultades que se oponen a ello. Estas cifras contradicen también muchas opiniones que todavía se siguen difundiendo acerca del crecimiento del analfabetismo y de la deserción escolar.
Por cierto que no se puede decir lo mismo del nivel medio de estudios, en el cual se registran, como lo testimonian las cifras más recientes, diferentes oscilaciones, con pérdida de matrícula. Esas pérdidas, de todos modos, no son suficientes para modificar una cifra que es llamativa, pues la expectativa de persistencia escolar, entre nosotros, llega a 16,3 años, valor que se puede comparar, sin grave desmedro, con los alcanzados en los países desarrollados (en Suiza es de 19; en Austria, de 18,9).
Todas estas cifras se acompañan con otras que muestran series históricas de escolaridad creciente en todos los niveles educativos de nuestro país, desde el inicial hasta la Universidad. Nuestro país participa, aunque esto sea frecuentemente negado o desconocido en muchos sectores, de la llamada explosión educativa, que ha llevado masivamente a la escuela a chicos de las más variadas condiciones sociales, creando muchos de los problemas de infraectructura que son ampliamente conocidos. Nuestro sistema educativo alberga a más de diez millones de alumnos.
Junto con Chile y Cuba, formamos parte del grupo que está muy cerca de alcanzar las metas de la Unesco en materia de acceso a la educación. Toda América latina, en grados diferentes de avance, muestra igualmente crecimientos sostenidos en sus índices educativos, que también llaman la atención, en la medida en que el pobre desarrollo económico de la región parecería hacer suponer lo contrario.
No es posible olvidar, pese a que muchas veces se lo niega, que cuando se alcanzan determinados niveles de expectativa social, como sucede justamente en nuestro subcontinente, los padres reconocen rápidamente que la educación es una necesidad imperiosa en una batalla cada vez más difícil de librar, pues las exigencias para alcanzar los niveles de formación escolar que se reclaman, aun para tareas comparativamente simples, son cada vez más grandes. Muchos nuevos fenómenos de fácil observación, como el acceso al nivel medio de estudios de adolescentes de barrios marginales, deben entenderse como consecuencia de esa situación.
Todos estos datos no pueden sino obligarnos a reflexionar, particularmente a los padres y a los gobiernos, acerca de los valores humanos y estratégicos de la educación. No es ninguna novedad afirmar que ésta suele estar con frecuencia en las bocas de muchos políticos con palabras halagüeñas que no suelen reflejarse en los actos cuando alcanzan el poder.