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La Nación: El sol alimenta a los chicos de la Puna

Son hornos y cocinas que permiten elaborar comidas y pan sin gasto energético y sin contaminación El proyecto recibe mañana un premio de 25.000 dólares Se desarrolla en dos ciudades salteñas con poco más de cien habitantes Soluciona problemas sociales

06 de julio de 2004, 10:14.

No es fácil llegar a El Rosal. Hay que manejar hasta poco antes de San Antonio de los Cobres. A 18 kilómetros de la ruta, subiendo por el lecho del río que corre por la Quebrada del Toro, se levanta el caserío que congrega a alrededor de cien personas.

El Rosal es uno de esos pueblos olvidados de la la Argentina. Otro es San Juan de Quillaques, cercano al paso de Jama, en la frontera con Chile. Allí viven otras 130 almas, aislada de casi todos porque los caminos que conducen hasta allí prácticamente no existen.

A El Rosal y San Juan de Quillaques les faltan muchas cosas, pero les sobra sol. Gracias a eso, a pesar de todas sus carencias -o tal vez precisamente por ellas-, ambos pueblos están ensayando dos novedosas tecnologías energéticas: instalaron cocinas solares para cocinar las raciones de sus escuelas/albergues y para producir pan... sin gastar un peso en energía y sin contaminación.

El diseño y construcción corrió por cuenta del equipo de investigadores del Instituto de Investigación en Energías no Convencionales (Inenco), del Conicet y la Universidad de Salta, liderado por el ingeniero y doctor en física Luis Roberto Saravia Mathon.

El proyecto de este grupo, "Generador solar térmico de uso múltiple para aplicaciones comunales de tipo social", recibe mañana el premio del Programa de Apoyo al Desarrollo Científico-Tecnológico DuPont-Conicet 2004, dotado de 25.000 dólares.

Según el licenciado Mario Lattuada, vicepresidente de Asuntos Tecnológicos del Conicet, "en la selección del ganador se tuvieron en cuenta varios criterios, entre otros, que fuera de aplicación rápida, y tuviera impacto económico y social".

"Empezamos trabajando con el problema de las escuelas/albergue en las zonas altas, como la Puna -cuenta Saravia, a través de una comunicación telefónica desde Salta-. A este tipo de establecimientos concurren entre 30 y 40 chicos. Se quedan allí de lunes a viernes, donde toman clases, comen y duermen, y vuelven a su casa los fines de semana."

Los científicos se pusieron a trabajar y desarrollaron una tecnología propia para cocinar. "Tiene un par de reflectores concentradores y, de acuerdo con lo que uno usa, puede producir varias cosas -explica-. Una de ellas es vapor: cuando hacemos guisos, ponemos la olla dentro de una caja aislada para que pierda poco calor, llevamos el vapor de agua con una manguerita y lo hacemos burbujear en el guiso para calentarlo. Parecido al método de los indios."

Como la cocción es más lenta que la que se logra en cocinas a gas o a carbón, la elaboración de uno de esos guisos generalmente tarda tres horas. "Se empieza a las nueve de la mañana y a las doce tiene 30 o 40 kilos", detalla.

También cabe la posibilidad de usar el equipo como horno. En ese caso, se ponen unas barras de aluminio negro en el foco para que se calienten a 300 grados. "Entonces -prosigue Saravia-, uno las saca y las pone adentro del hornito. Para evitar que se enfríen, a medida que algunas van perdiendo calor, uno las saca y pone otras. Cada dos horas pueden producirse diez o doce kilos de pan, o sea que tenemos unos 30 o 40 kilos por día con energía gratis."

La única condición para aprovechar este tipo de cocinas y hornos es el sol. Por eso se adapta muy bien a las zonas andina y preandina, donde hay más de 300 días de sol por año.

Saravia, que es uruguayo pero vino a la Argentina invitado por el doctor Manuel Sadosky en los años setenta, cuando en su país se había clausurado la universidad, se estableció hace casi tres décadas en Salta. Allí nacieron sus hijos y nietos. Y a él no le gustan las grandes ciudades.

Los científicos están empezando a emplear las cocinas solares también en la puna boliviana, a tres o cuatro mil metros de altura. " Desarrollamos sistemas solares apropiados -cuenta Saravia-. Se trata de pueblos chicos, muy diseminados. El sistema funciona bien. Se pueden hacer microemprendimientos para personas con pocas oportunidades de trabajo. Ahora estamos trabajando en unos quesos tradicionales. También los llevaremos a Perú y a la República Dominicana, en la frontera con Haití."

Y más adelante concluye: "Las tecnologías son nuevas, y las personas, resistentes al cambio, pero la necesidad aprieta, así que si tenemos algo de apoyo, con este premio pensamos instalar diez o doce cocinas por allí. Teniendo energía se pueden hacer cosas. El pan sale muy rico. Los chicos dicen que tiene sabor a sol."

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