Bustamante es investigador del Instituto Médico Howard Hughes y profesor de la Universidad de California en Berkeley. Peruano de nacimiento, pero residente en los Estados Unidos desde hace casi tres décadas, es uno de los científicos más destacados del mundo en su campo de estudio, la microscopía. Vino a Buenos Aires para dictar un curso sobre su disciplina junto con la doctora Marcia Levitus, egresada de la UBA.
Según cuenta, esta área de investigación lo deslumbró desde adolescente. "Después de leer la autobiografía de Santiago Ramón y Cajal -recuerda-, conseguí un microscopio y decidí que iba a desarrollar una tinción con mi nombre, como tenía Cajal. Cultivé paramecios, protozoos... En una oportunidad, los coloqué en el portaobjetos y empezaron a explotar. ¡Una verdadera hecatombe celular!"
Tras pensar en lo que había presenciado, prosigue, se le ocurrió que debía haber un problema en la preparación del portaobjetos. "Entonces usé dos portaobjetos: en uno puse jabón y encima la gota de paramecios, y el otro lo dejé enjuagado. Cuando vi que en el último quedaban vivos, le anuncié a mi padre que había hecho un descubrimiento muy importante: había llegado a la conclusión de que la membrana celular tenía que tener grasa, porque se disolvía con el jabón. Por supuesto, ya ya se sabía que la membrana celular contenía lípidos... Mi hallazgo había llegado 30 años tarde, pero me hizo sentir por primera vez que había razonado bien y había llegado a una conclusión correcta. Fue una experiencia muy bella, estética, incomunicable. Esa satisfacción de entender algo es lo que a uno lo motiva a hacer ciencia."
Bustamante, que se declara enamorado de los microscopios ("son los instrumentos más bellos que existen", afirma), conduce uno de los equipos más numerosos del Instituto Médico Howard Hughes. Según explica, en los nuevos microscopios sin lentes, una punta se mueve con mucha precisión y registra una señal de contacto. "Es como si fueran microscopios Braille: miran las muestras a la manera en que un ciego miraría una superficie, tocándola", afirma.
En 1992, su grupo demostró que era posible tomar una sola molécula -por ejemplo, de ADN-, tirar de ella mecánicamente y estudiar su elasticidad. Para lograrlo, modificaron químicamente la molécula y la pegaron por un extremo a una superficie. En el otro extremo le pegaron el genoma de un virus, de 16 micrones de largo, y a eso le pegaron una bolita magnética de un micrón. "Podíamos ver las bolitas por el microscopio, y cuando aproximábamos un imán, éstas se movían y extendían el ADN", explica.
El científico no ocultó su satisfacción tras su contacto con investigadores locales. "Ustedes tienen una tradición científica que afortunadamente no se destruyó -opina-, porque la memoria de los seres humanos dura más que una generación. Entonces, a pesar de todas las dificultades, se está recuperando rápidamente. Yo creo que es absolutamente esencial que la gente trate de regresar, que regresen a la Argentina y que se creen las condiciones que lo permitan." Y más adelante concluye: "ahora importan mucho del know how que necesitan para desarrollar la industria, pero en el futuro van a necesitar hacer desarrollos propios, y entonces no van a poder llegar y decir bueno, ahora tenemos que formar científicos. Hay que comenzar ahora."