Según las últimas cifras del Ministerio de Educación, en 2002 hubo casi un 19% más de egresadas que de egresados en las universidades estatales –ellas fueron cerca del 60%– y un 16% de diferencia en las privadas, donde llegaron al 52,7 por ciento. En números concretos, de los 56.441 egresados de universidades públicas, 33.469 fueron mujeres, como 9674 de los 18.357 graduados en las privadas.
Es cierto que la presencia femenina mayoritaria en las aulas ya no asombra a nadie –las mujeres son el 56% de los estudiantes–, pero la diferencia se acentúa en su favor cuando se mira el producto final de las universidades.
Desde su experiencia como docentes y mirando estudios internacionales, los especialistas explican el fenómeno simplemente: las mujeres son mejores alumnas, más aplicadas, más sistemáticas, más responsables, se reciben con mejor promedio y en menos tiempo que los hombres.
¿Se puede esperar entonces una avanzada femenina sobre las profesiones? No parece, al menos en el corto plazo. En la Argentina, el buen desempeño académico no garantiza a las mujeres el mismo ritmo de avance en la carrera científica, académica o profesional. Las posiciones de poder y decisión siguen mayoritariamente en manos masculinas. El mundo del trabajo y de la investigación está organizado de tal manera que muchas veces no asegura igualdad de condiciones, y la vida privada sigue respondiendo a patrones de otros tiempos.
Algunas cifras para respaldar lo dicho. Las mujeres son el 51,3% de la población argentina, pero sólo el 34% de la población económicamente activa. Tardan en promedio unos cinco años más que los hombres en insertarse laboralmente. En la carrera de investigador del Conicet, por ejemplo, ingresan en la misma proporción que los hombres, pero en la categoría más alta -investigador superior- sólo representan el 10 por ciento.
De las 100 instituciones de educación superior del país, sólo siete están conducidas por mujeres: seis universidades estatales -Lanús, Luján, Cuyo, Chilecito, Salta y Comahue- y la Universidad Kennedy (privada). Y de las trece facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA), sólo dos -Farmacia y Psicología- tienen al frente a una mujer.
Esfuerzo incorporado
"Hay un genuino avance de la presencia femenina en las sociedades en una diversidad de aspectos y un cambio en los roles masculinos", analizó ante LA NACION Carlos Marquis, sociólogo e investigador del Conicet en temas de educación superior. "Sin embargo, hay roles básicos que impregnan lo femenino y lo masculino y se mantienen", dijo. Eso se ve, por ejemplo, en que los hombres continúan siendo mayoría en carreras como Ingeniería e Informática.
En efecto, la distribución de las egresadas por disciplinas muestra su presencia mayoritaria en muchas carreras tradicionalmente consideradas "femeninas": Educación (82,3%), Psicología (86%), Letras e Idiomas (86,6%), Sociología, Antropología y Servicio Social (81,3%), Bioquímica (72,7%) y carreras paramédicas (77,3%). Ellos son mayoría entre quienes egresan de Ingeniería (83%), Agropecuarias (65,9%) e Informática (59,4%).
Las razones que explican el mejor rendimiento académico femenino no pueden demostrarse con estudios científicos, aclaran una y otra vez los especialistas, pero parece haber acuerdo en que "las mujeres son más sistemáticas, más estudiosas y se comprometen más con los tiempos", como las describió Marquis. "El estilo femenino puede ser más adaptable al modelo de enseñanza masivo que tienen nuestras universidades", analizó.
Otra causa puede estar en el trabajo. "Muchos hombres complementan el estudio con el trabajo y prolongan la carrera, mientras que para las mujeres el ingreso en el mundo laboral cuando estudian puede ser menos frecuente", describió María Elina Estébanez, socióloga e investigadora del Centro Redes, dedicado a los estudios sociales de la ciencia y la tecnología.
Pero, más allá de su aparentemente innata responsabilidad y aplicación al estudio, las mujeres tendrían culturalmente incorporada la necesidad de esforzarse más que sus pares hombres.
"Las mujeres todavía tienen que hacer más esfuerzos que los hombres para estar en la misma situación. Tienen más clara la necesidad del logro porque saben que el mercado laboral hace diferencias -dijo Marquis-. Son conscientes de que necesitan más que sus pares masculinos para llegar al mismo lugar. A igualdad de esfuerzo, se quedan en un lugar inferior."
Carrera con obstáculos
Pero las buenas notas no alcanzan. "El mayor número de egresadas mujeres no necesariamente va a motivar cambios en los campos profesionales, porque las barreras son muchas y en muchos momentos de la carrera", señaló Diana Maffía, doctora en Filosofía y miembro de la Red de Género, Ciencia y Tecnología.
Estébanez coincidió: "En la carrera intervienen factores más invisibles, interpersonales. Como los hombres concentran los puestos de mayor jerarquía, hay un clima más favorable a que avancen ellos. Es un ambiente interpersonal que favorece el crecimiento de hombres con respecto al de las mujeres".
Hay un buen ejemplo de esto en la carrera científica, un ambiente altamente feminizado: en las universidades argentinas, el 54,8% de los investigadores son mujeres, mientras el promedio para la UE es del 29 por ciento.
Sin embargo, hay matices. "Las mujeres se reciben a los 24 o 25 años y si aspiran a una carrera profesional o académica, tienen que hacer un posgrado, conseguir una beca, seguir su formación afuera y luego ver cómo se insertan de nuevo en el país. Es decir, el momento de consolidación de la carrera coincide con los períodos de consolidación de la pareja y la familia", describió Maffía.
Así, según sus estudios, la mayoría de las mujeres que logran puestos de dirección no están casadas y no tienen hijos.
Entre los investigadores superiores del Conicet, por ejemplo, son solteros el 25% de los varones y el 75% de las mujeres. "Las becarias directamente no piensan en la maternidad, la dejan para después de los 35 años. Hay allí un conflicto para gerenciar la vida privada", dijo Maffía.
Según señaló Estébanez, hay estudios internacionales que demuestran que los hijos no afectan la producción científica, pero sí las circunstancias en que está organizado el trabajo.
"Los becarios aquí no tienen beneficios sociales ni seguro médico ni licencia por maternidad", señaló. Maffía, además, llamó la atención sobre la edad límite para muchas becas, que perjudica a las mujeres.
Sin embargo, hay quienes son más optimistas. La rectora de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), Ana Jaramillo, opina que la creciente presencia femenina va a cambiar mucho del ejercicio profesional. Y sostiene que el aumento de su participación en todos los ámbitos es un proceso cuyos efectos llevarán tiempo antes de ser bien visibles.
"Hay una tendencia cultural en la mujer al cuidado y eso puede mejorar los usos sociales de la ciencia. En gestión pública la mujer también es más eficiente", dijo, y relativizó los obstáculos por ser mujer.
"No puedo decir que avanzar me costó más por eso. Hay un componente individual en cómo se vive esto. Tengo experiencia en ambientes masculinos, como la militancia política, y estoy acostumbrada a ellos", afirmó.
Para Maffía, justamente, la apertura de universidades en el conurbano bonaerense durante la década del 90 -como la que conduce Jaramillo- facilitó el acceso de las mujeres a la educación superior. "No tienen que viajar para estudiar, y eso hace más factible que puedan encarar estudios superiores".
El crecimiento de la educación a distancia también ha producido un fenómeno similar.
Barreras
El mejor desempeño académico de las mujeres no representa igual ritmo de avance cuando se inicia la carrera profesional. Según los especialistas, las barreras para las mujeres abundan. Entre ellas, las posiciones de poder continúan mayoritariamente en manos masculinas y el momento de consolidación de la profesión suele coincidir con el de la pareja y la familia, lo que obliga a muchas mujeres a elegir entre su carrera y su proyecto personal.