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La Nación-Lunes 22: Editorial I: La educación, supremo objetivo (II)

José Ortega y Gasset decía que "la cultura es la tabla de salvación a la cual nos aferramos para no caer en el abismo de inseguridad que nos circunda". En la Argentina de hoy podemos decir sin temor a equivocarnos que la educación es el puente imprescindible para atravesar la brecha de atraso que arrastramos y evitar quedar definitivamente relegados en el concierto de las naciones. No entenderlo así implica continuar en el camino de retroceso en el que la patria viene empeñada desde hace años.

24 de mayo de 2006, 11:37.

Por ello, resultó alentador escuchar, en el cierre del ciclo sobre educación que se desarrolló en el Rotary Club de Buenos Aires, la palabra del ministro de Educación, Daniel Filmus, quien sostuvo firmemente que no existe ninguna posibilidad de construir una nación hacia el futuro sin invertir en educación, ciencia y tecnología. Sin ese elemento central para la reconstrucción, sin agregar valor, innovación y capacidad de creación científica y tecnológica, no existen posibilidades de salir de nuestra crisis educativa.
 
Por importantes que resulten los logros económicos de los últimos tres años, con tasas de crecimiento del PBI equivalentes al 9 por ciento anual, esos guarismos apenas nos retrotraen a la situación de 1998, al tiempo que son iguales a los de 1974, con lo cual puede decirse que hemos perdido 30 años en un mundo en constante evolución. Es, pues, imprescindible cambiar hacia una sociedad del conocimiento, algo que obviamente es imposible sin una fuerte inversión en educación.
 
Señaló el ministro que de los diez primeros países en calidad de educación, siete son países nuevos y, de éstos, cuatro figuran entre los menos corruptos del mundo.
 
Frente a la desocupación, es importante pensar que el 15 por ciento de los puestos de trabajo no se llenan por falta de personas calificadas para ellos. Esto no ocurría en un pasado no tan lejano, donde éramos la meca educativa de América.
 
La Argentina no puede paliar su déficit educativo importando técnicos como hacen nuestros vecinos del Norte; tiene que producirlos en el país y ofrecerles ese "programa atractivo de vida en común" del que hablaba Ortega y Gasset, para que no emigren y ayuden a construir esta patria.
 
No es necesario dramatizar para conocer nuestra realidad educativa. Basta ver los resultados de los exámenes de ingreso en las universidades, que son dramáticamente peores año tras año. Según el último censo (2001), son cientos de miles los niños argentinos que no terminan la escuela básica, 400.000 abandonan la escuela media, 56.000 quedan fuera de las salas de 5 años, y sólo el 30 por ciento asiste a las salas de 3 y 4 años. Es imperioso revertir esta situación ya mismo.
 
Quien no advierta que en la Argentina tenemos una crisis educacional y social está mirando hacia otro lado, y es evidente que ésta se halla íntimamente ligada a las falencias educativas. Y la brecha de la exclusión se agranda, día tras día. Piénsese que, como sucede en muchas escuelas públicas del país, los niños pobres tienen apenas un poco más de tres horas de clase por día, pues casi una hora se va en darles de comer. Y un chico que queda marginado de la escuela está condenado a vivir de planes sociales, pues va a quedar fuera de la Argentina del futuro.
 
Filmus rescató la ley 1420, que democratizó la educación argentina, fue paradigma de igualdad y reflejó una generación que pensaba a mediano y largo plazo. La educación fue fuente de inclusión y no de exclusión y división social. Hubo un tiempo, no tan lejano, en que la educación pública era mejor que la privada; fue una educación para la igualdad y no al revés.
 
Para hoy se ha anunciado el lanzamiento del debate preparatorio de la nueva ley de educación nacional, que, tras una fase de consultas a instituciones y especialistas, deberá concluir con la redacción de un proyecto de ley que se enviará al Congreso de la Nación.
 
Esta forma de pensar estratégicamente, con la mirada en el largo plazo, a la que tan desacostumbrados nos tiene este gobierno, que parece estar mirando siempre hacia el pasado, merece el mayor de los apoyos. No hay duda de que la educación debe ser una política de Estado, y no un problema coyuntural ni político partidario, ni mucho menos corporativo.
 
Ninguna política de Estado podrá ser el resultado de la obra de un pretendido iluminado. Por el contrario, se requiere para su edificación un profundo debate, con participación, diálogo y consensos. Es de esperar que este modo de hacer política contagie al resto del gabinete nacional.

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