Se aprecia, además, que crece de forma gradual el número de los que administrativamente son considerados docentes simples, que sólo dedican parte de su tiempo al dictado de clases. Esta información revela una situación con claroscuros que, por una parte, afecta al rendimiento pedagógico y, por otra, expresa un aspecto de la realidad que afronta el docente y que lo empuja a evitar la dedicación exclusiva cuando puede optar.
Si se toma en cuenta la importancia que puede asumir la experiencia profesional que se adquiere fuera de la cátedra para transmitirla a quienes están estudiando, la docencia parcial puede resultar ventajosa. Esto ocurre, por ejemplo, en la Facultad de Derecho, en la cual la proporción de profesores en esa condición es muy alta (86,9%). Lo mismo sucede en Ciencias Económicas (79,9%) y en Psicología (76,7%). En las casas de altos estudios citadas ha sido tradicional este cuadro de situación. De manera distinta se presenta la situación en la Facultad de Ciencias Exactas (40,1%) o en Farmacia (45,9%). En el plano de las universidades nacionales se estima que la proporción se ubica en el 61,9%.
En oposición al carácter positivo antes aludido, la dedicación simple reduce las posibilidades de presencia y actividad del profesor más allá de las horas de clase, con lo cual se limita el tiempo de atención a los alumnos, de interactuar con otros docentes, de revisar programas y metodologías didácticas y de evaluación. A esta dimensión del quehacer del docente en muchos casos no se le concede la importancia que tiene.
La enseñanza exige mucho tiempo y esfuerzo en la preparación previa y en la respuesta a preguntas y consultas luego de cumplido el proceso concreto de la clase. Esta es la realidad que debe comprenderse y promoverse. De ese modo crecería el número de docentes con dedicación exclusiva.
Por lo tanto, siendo tan relevante la función docente bien ejercida, se echa de menos que no existan políticas de retención del personal docente de tiempo completo que permitan revertir un estado de cosas ya tan avanzado.
Hubo tiempos en que la decisión del profesor de no aceptar la dedicación exclusiva se fundaba en el hecho de la inestabilidad de la cátedra, sometida a los vaivenes de las políticas internas o externas, de manera que asumirlas como fuente única de ingresos era un riesgo para la subsistencia.
Hoy se da otra realidad, pero la limitación de los sueldos constituye un elemento desalentador que debe compensarse con otros puestos remunerados fuera de la universidad, a la cual puede serle más costoso contar en su planta docente con mayor número de profesores con dedicación exclusiva. En suma, de distinto modo se recae en la incidencia siempre irritante del presupuesto universitario, cuestión que reclama otras soluciones.