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La Nación: No es bueno que haya demasiados médicos

Por Roberto Borrone, para La Nación

La evaluación de cuál debe ser el número apropiado de médicos para una población determinada parte, habitualmente, del supuesto de que hay un déficit de profesionales, lo que sería el problema central por corregir. Sólo excepcionalmente se piensa en el exceso de médicos como un problema de salud pública.

La Argentina cuenta, según las fuentes que se consulten, con entre 107.000 y 128.000 médicos, es decir, aproximadamente, con un médico cada 330 habitantes. Los estándares internacionales indican que la proporción óptima es de un médico cada 600 habitantes para satisfacer plenamente la demanda.

Para expresarlo en forma contundente, la Argentina tiene el doble de médicos que los que requiere su actual población. Este exceso de recursos humanos calificado no se traduce en los hechos en un óptimo acceso a la atención de la salud. Se podrá decir que inciden otros recursos (edilicios, insumos, remuneraciones, etcétera), pero estas deficiencias no se neutralizan "produciendo" más médicos. Muy por el contrario, estamos generando un problema adicional.

Se habla sobre la concentración de médicos en los grandes centros urbanos, en detrimento de otras áreas del país, pero el excedente de médicos tampoco ha resuelto este tema.

Llegados a este punto, el lector ajeno a la profesión podría preguntarse en qué medida el exceso de médicos puede constituir una amenaza para la salud pública. Pensar que el problema consiste sólo en la inserción laboral de miles de médicos es tener una visión sumamente miope de la verdadera dimensión del tema.

En las facultades de Medicina del país se gradúan 4000 médicos por año. De ellos, aproximadamente 1200 egresan de la Universidad de Buenos Aires. Existe opinión unánime respecto de que la residencia es el mejor (y debería ser el único) sistema de formación médica de posgrado. En la Argentina hay 1500 vacantes por año para ingresar en el sistema de residencias. Es decir que solamente el 30% de los médicos que egresan tiene acceso a una residencia.

¿Quién supervisa la formación teórica y el entrenamiento del 70 por ciento restante ? Es lógico que los años de esfuerzo invertidos durante la carrera determinen que ese 70% no se resigne a abandonar la profesión. Por el contrario, buscará alternativas. Algunos accederán a concurrencias ad honórem de aceptable calidad. ¿Y el resto ?

El núcleo del mensaje que deseo transmitir es que el exceso de médicos debe ser reconocido como un problema de salud pública. Los países del Primer Mundo, que no padecen los crónicos problemas presupuestarios de la Argentina, no generan un exceso de médicos, aunque podrían hacerlo. En cambio, tienen una clara planificación para que el número de médicos sea el necesario y para que la formación de los profesionales sea óptima.

Esta estrategia tan simple beneficia a todas las partes:

a) El Estado, porque optimiza la utilización de recursos en la formación de sus graduados.

b) La sociedad (los pacientes), porque se puede garantizar una atención profesional de calidad.

c) Los médicos, porque acceden a una formación adecuada con la perspectiva de tener una inserción laboral que les permita un desarrollo profesional.

Rescato, al respecto, una expresión del doctor Alberto Agrest: "Aprobar alumnos que no tienen los conocimientos y la capacidad suficiente es mala praxis docente y constituye un delito contra la sociedad que verá peligrar su salud a manos de incapaces habilitados para ejercer su profesión".

Un médico subocupado o sobreocupado repercute negativamente tanto en el ámbito de la salud pública como privada. En ambos casos, se debe desenvolver en condiciones de ejercicio profesional que no garantizan la calidad del servicio, limitando seriamente sus posibilidades de actualización y erosionando paulatinamente su autoestima y motivación.

En síntesis, el problema no es solamente formar buenos médicos, sino en la cantidad adecuada, preservando los principios de equidad y transparencia en el acceso al arduo camino de la formación profesional.

* El autor es médico, docente de la cátedra de Oftalmología de la Facultad de Medicina de la UBA.

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