“Así como el presidente Néstor Kirchner ha sido capaz de percibir las oportunidades económicas que ofrece la coyuntura internacional, también debería ser capaz de aprovechar el momento para sembrar la semilla del perfeccionamiento institucional que la Argentina necesita.”
Lo advierte Eduardo Zimmermann, rector de la Universidad de San Andrés, para quien la Argentina no parece ser una sociedad muy apegada a la ley, entendida como un marco al cual todos deben someterse y que debe ser respetado en el largo plazo.
“Si existiera una cultura política en la Argentina, ésta parecería estar marcada por el poco apego a la ley y a la consolidación institucional. Esta es una sociedad muy impaciente y siempre lo que parece una ventaja de corto plazo prevalece sobre la consolidación de otros valores de largo plazo”, dice. Agrega que, contra lo que mucha gente cree, el modelo de inclusión social impuesto por el peronismo ha sido cerrado y muy poco pluralista.
Para Zimmermann, la Argentina debería dejar de creerse un país excepcional. “Ese ha sido uno de nuestros grandes problemas. En verdad, somos uno más en el mundo, con los mismos problemas que otros”, dice.
Cuando Zimmermann cursaba el tercer año de la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, conoció a Ezequiel Gallo, figura gravitante en las decisiones que tomaría después de egresar, como cursar un doctorado en Historia Moderna en la Universidad de Oxford, Inglaterra, la misma universidad por la que ya había transitado Gallo.
La tesis producida en Inglaterra obtuvo, en 1990, el Premio Ensayo Histórico LA NACION, 120° aniversario, y se publicó con el título "Los liberales reformistas. La cuestión social, 1890-1916" (Sudamericana). Según Zimmermann, la investigación "fue un intento de estudiar de qué manera las dimensiones de cambio en la economía y en la sociedad de fines del siglo XIX y principios del XX afectaron el pensamiento y la acción política de los grupos liberales conservadores".
-Sus trabajos se concentran en el final del siglo XIX y principios del XX. ¿De qué manera ese momento histórico echa luz sobre cuestiones actuales?
-Ese período adquirió una especie de aura de época dorada de la Argentina. Pero, más allá del aura, fue el momento del nacimiento de la Argentina moderna, así que tiene el atractivo de haber sido un período de enormes cambios y transformaciones. Se pasó de un país semidesértico y una economía estancada a una economía que creció como pocas en el mundo, que atrajo a millones de europeos.
-¿Qué continuó de eso y qué rupturas importantes hubo durante el siglo XX?
-Hay largas continuidades en el sistema político argentino. No es exagerado hablar de una cultura política argentina muy personalista, con una alta concentración del poder en el Ejecutivo nacional. Lo mismo sucede con los sistemas políticos provinciales, en los que hay una serie de rasgos, como los caudillismos y los familiarismos, que se han mantenido. Hasta allí las coincidencias, porque el peronismo fue un corte importante en la política y la sociedad argentina. Otro cambio fuerte y que impactó fue el optimismo desenfrenado y un poco ingenuo que existía en el centenario: la sensación de que la Argentina estaba llamada a ser un gran país y que iría a disputar con los Estados Unidos el liderazgo en las Américas. Hoy esa perspectiva de futuro y esa sensación ya no están.
-Si se consideran los inusuales índices de crecimiento y prosperidad, y la dimensión de esos cambios sociales, ¿por qué sostiene que aquélla fue una lectura ingenua?
-Porque creo que no había mucho examen o reflexión sobre los posibles límites de esa expansión en el futuro. Nadie se preguntaba qué nubes podían aparecer en el horizonte que interrumpieran ese curso de progreso que parecía perpetuo. Los problemas también se veían con optimismo. Se creía que se iban a solucionar: la cuestión social se iba a solucionar, las crisis económicas se iban a solucionar y el panorama internacional no parecía algo que fuera a producir desvíos profundos de este camino de progreso. Es un poco ingenuo creer que hay un progreso lineal, que una persona o un país están llamados a recorrer. Pero, como usted dice, las condiciones objetivas eran extraordinarias y se entiende el optimismo cuando uno ve los indicadores...
-¿Cuáles fueron, a su criterio, las principales restricciones que aparecieron?
-Las discusiones sobre el modelo económico dejaron limitados campos de batalla que se han exagerado. Por ejemplo, la oposición entre agro e industria, que todavía persiste. Finalmente, el crecimiento en los países modernos proviene de una combinación de estas dos actividades. Aquí esa batalla tan poco fructífera se ha dado con demasiado encono. Otra nube, creo, fue el tema de la democracia, la transformación de un sistema político de participación reducida en una democracia de masas. Y el tercero fue el cambio en las ideas: la Argentina de entreguerras asimila y absorbe corrientes ideológicas que tenían muy poco que ver con las ideologías que habían alimentado los cambios anteriores. Creo que el impacto de los fascismos y la polarización ideológica de entreguerras dejaron muy debilitada la corriente liberal democrática que estaba en el núcleo de esa expansión política y económica.
-¿Se refiere al debilitamiento progresivo del liberalismo?
-Sí, al debilitamiento progresivo del liberalismo y al debilitamiento progresivo de la democracia, si bien era una democracia muy plagada de problemas. Claramente, en los años 30 ya se estaba hablando de otra cosa. Lo que siguió fueron variaciones de esa búsqueda de una fórmula distinta, con muchos elementos de corporativismo y muy descreída de las raíces liberales sobre las que se había apoyado el modelo anterior.
-La cuestión social de fines del siglo XIX remite a las consecuencias sociales del proceso de inmigración masiva. Había un debate sobre cómo incluir. ¿Advierte puntos de contacto entre aquella vieja cuestión social y la actual?
-Las versiones establecidas sobre aquel período dan una interpretación muy rígida sobre cómo los grupos que controlaban la política y la economía excluían a los otros sectores. Hablan de la represión continua de gente que reclamaba mejores condiciones de vida y más participación política, dicen que había un pequeño grupo cerrado -la oligarquía terrateniente o la aristocracia- con una actitud permanente de exclusión y de represión. Yo no vi eso cuando leía los debates en el Congreso o los artículos en las revistas especializadas, o cuando leía lo que escribían quienes se preocupaban por estos temas. Vi, en cambio, una actitud muy similar a la de otros países en los que la cuestión social había generado políticas muy inclusivas. Quienes postulaban un acercamiento a la solución de la cuestión social lo hacían desde un espíritu liberal e inclusivo, y no solamente represivo.
-Pero, de hecho, hubo atentados, la ley de residencia y la ley de defensa social...
-Es cierto, pero esto se lo veía como una cara negativa y muy parcial. Me opongo a la visión tradicional de que hubo exclusión hasta la llegada del peronismo y de que luego se pasó a la inclusión. Más bien, hubo modelos distintos de inclusión. El impacto que el peronismo tuvo es muy fuerte. Instaló un modelo de incorporación de ciudadanía muy distinto: es un modelo mucho más cerrado y mucho menos pluralista. Por ejemplo, la gente se olvida de que antes existían muchas centrales obreras, de distintos signos ideológicos. Había una central socialista, una central anarquista, una central sindicalista revolucionaria. La ley de asociaciones profesionales cerró todos estos canales. Las instituciones de la personería gremial y el sindicato único fueron cerrando caminos de diversidad en el mundo obrero.
-Algunos identifican a ese primer peronismo como una etapa en la que se produce una ampliación de los derechos económicos y sociales, al tiempo que se desmantelan los derechos políticos.
-Claro: hay un precio que se paga por la conquista de ciertas cuestiones en términos de independencia y autonomía. Y lo que se advierte hoy es una tremenda presencia del clientelismo en todo lo que es política social, que, claramente, habría que erradicar. No puede hablarse de extensión de ciudadanía en la medida en que los instrumentos para extender ciudadanía están tan marcados por el clientelismo y la utilización de los instrumentos con fines políticos y partidistas.
-Se aproxima el bicentenario. ¿Cómo nos encuentra como país?
-Uno puede decir que el optimismo del centenario era ingenuo y exagerado, pero, ciertamente, hoy uno no ve optimismo. Además, hay una gran desorientación en cuanto al futuro de la Argentina. Entonces, creo que nos encuentra bastante más desilusionados y bastante más desorientados. Creo que es necesario que la gente vea que la Argentina no es sólo un lugar de oportunidades económicas de corto plazo sino un país serio, que cumple sus promesas y que tiene instituciones sólidas que garantizan los contratos.
-¿En qué advierte la degradación institucional?
-En el mal funcionamiento de la Justicia, en el funcionamiento de las relaciones entre los poderes, en el descrédito de la política en la ciudadanía, en la poca representatividad de la clase política para enormes sectores de la sociedad, en la inseguridad cotidiana y la desconfianza que la gente tiene respecto de que las instituciones públicas puedan efectivamente solucionar esos problemas. También en el "hiperdecisionismo" presidencial. La figura misma del Presidente y su estilo refuerzan eso, para bien o para mal.
-¿Cuál considera que es la mejor manera de transitar y construir este bicentenario que se aproxima?
-Ver con confianza el papel que la Argentina puede cumplir en su apertura hacia el exterior y no creer que el mundo es un lugar hostil del cual hay que escapar. También habría que volver a la confianza en las capacidades de la gente para producir crecimiento y desarrollo por sí misma. No quiero que esto sea visto como una especie de desconfianza absoluta hacia el Estado, porque el Estado tiene un papel importante para cumplir, consolidando instituciones y fijando marcos de reglas claras para todos. No tenemos hoy el mismo futuro que teníamos en 1910. Tampoco estamos condenados a un fracaso horrible, pero deberíamos ajustar nuestras expectativas a una nueva realidad. Los problemas sociales que enfrentamos no son distintos de los que muchas otras sociedades enfrentan. Son problemas de política que tienen que ser enfrentados y resueltos. En ese sentido, sería bueno dejar de pensarnos excepcionales y empezar a pensarnos como un país más en el mundo, que enfrenta los mismos problemas que otros, y que tiene que solucionarlos consolidando instituciones, buscando el crecimiento económico y aprovechando ese crecimiento económico para mejorar la vida de todos.
Por Astrid Pikielny Para LA NACION
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