“Hay chicos que superan condiciones personales y familiares dificilísimas. Son generosos, son inteligentes, quieren construir”, se entusiasma Gak y dice que muchas veces el mayor obstáculo son los adultos.
Contador público recibido en la Universidad de Buenos Aires, rector desde hace once años de la prestigiosa escuela fundada en 1890, Gak, de 75 años, ideó y conduce el Grupo Fénix, un conjunto de 35 economistas y profesionales de otras áreas que, desde fines de 2000, trabaja en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA para diseñar “un proyecto estratégico de país”, basado en la máxima del desarrollo económico con equidad.
Como una suerte de grupo de trabajo y de opinión paralelo, Gak acompañó con sus diagnósticos públicos la crisis económica y social de la Argentina de estos últimos años. Señaló la destrucción de la capacidad de producción durante los años 90, la necesidad de abandonar la convertibilidad de manera ordenada, los costos de la pesificación decidida durante el gobierno de Eduardo Duhalde y la urgencia de renegociar una deuda externa \"impagable\".
Gak califica la llegada al poder del presidente Néstor Kirchner como \"un milagro\" y alaba \"la actitud digna, seria y de independencia\" con que el Gobierno está manejando las discusiones por la deuda. Pero tiene críticas para hacer. \"Creemos que no hay un proyecto productivo\", dice, en plural, y enseguida pone el foco en otras urgencias: la desvalorización de la actividad política, la falta de una política educativa y hasta la necesidad de una nueva reforma universitaria, que ponga a las casas de altos estudios de cara a las urgencias del país.
-¿Cómo se originó el Grupo Fénix?
-Buscábamos una forma de que la universidad se comprometiera realmente con las necesidades del país. En noviembre de 2000 veíamos que muchos de los datos de la realidad no eran producto de errores o asignaturas pendientes, sino consecuencias lógicas del modelo. La valorización del peso argentino por vía de la convertibilidad implicaba dejar fuera de carrera a la producción local. En 2001, preveíamos la necesidad de salir de la convertibilidad, que estaba agotada en el objetivo exitoso que tuvo de parar la hiperinflación. Al tratar de sostenerla de cualquier manera se produjo una salida desordenada y muy costosa. En septiembre de 2001 señalamos que no se iban a poder cumplir los contratos. El primer período del gobierno de Duhalde fue una suma de decisiones equivocadas: la pesificación asimétrica le costó al país el crecimiento de la deuda en una cifra importante. De todos modos, estábamos convencidos de que los vaticinios de desastre eran equivocados. La Argentina ha tenido bastante mala suerte con sus presidentes y ocurrió un milagro. Imagínese que en este momento podríamos tener de presidente a Menem, a Reutemann, si hubiera aceptado, a De la Sota o a Rodríguez Saá. Pero no pasó nada de esto, sino que apareció Kirchner, gobernador de una provincia despoblada, con un discurso diferente que, en buena medida, era el que planteábamos nosotros, el del desarrollo con equidad en la distribución del ingreso. De todos modos, tenemos una mirada crítica.
-¿Sobre qué aspectos?
-Creemos que no hay un proyecto productivo. Tenemos que recrear la industria argentina, con dos miradas. Una, hacia el pleno empleo; la otra, notar que un incremento imprescindible de exportaciones de la Argentina tiene que estar acompañado con la incorporación de valor agregado en los productos exportables. La Argentina exportadora sólo de productos primarios y de hidrocarburos no es la Argentina inclusiva de 37 millones de habitantes, sino un país para menos de la mitad. El crecimiento de la producción agropecuaria, suponiendo que los precios sean estables, tiene posibilidades limitadas. La Argentina exporta alrededor de 900 dólares por año por habitante, un poco más que lo que exporta Brasil y la mitad de lo que exporta Chile. Pero Irlanda, Nueva Zelanda, Israel y Malasia andan en 4500 dólares por habitante. Hablar de duplicar en breve plazo las exportaciones argentinas no es una quimera, sino algo necesario. Pero no vamos a crecer el doble ofreciendo el doble de producción agropecuaria.
-Hace falta un cambio cualitativo.
-Forzosamente. Tenemos que aprovechar algunas ventajas relativas que tiene la Argentina, que son los recursos humanos, lo que nos permitiría desarrollar algunos nichos productivos de alta tecnología (informática, biotecnología, telecomunicaciones, genética). Pero a medida que se incorpora tecnología se expulsa mano de obra, así que hay que hacer actividades que sean mano de obra intensiva. El plan del Gobierno de 120.000 viviendas en el año nos parece un camino muy acertado en ese sentido. Esto supone, necesariamente, la presencia de un Estado fuerte y activo, que gestione bien, y después de 30 años de desmantelar el Estado usted no lo da vuelta como un guante y lo recupera. Es un proceso difícil; la Argentina no viene de una depresión, sino del décimo subsuelo. Tenemos que tener una mirada de mediano y largo plazo. Esto supone grandes volúmenes de inversión. La provisión insuficiente de bienes públicos, es decir, de educación, salud, seguridad y justicia, es la raíz estructural de nuestras crisis. No basta el discurso de que el conocimiento y la educación son las herramientas para el crecimiento y la valorización de los países en este siglo. Hay que invertir en eso. Entre los tenedores de fondos en el exterior, los científicos que trabajan afuera, las empresas multinacionales que se aprovechan de los conocimientos científicos que se producen aquí, mire cuánto dilapidamos.
-Pero si esto está tan claro en el discurso y nadie lo discute, ¿por qué no se transforma en políticas concretas?
-En algunos aspectos se va hacia eso. Uno puede decir que la marcha es lenta, insuficiente, pero estamos caminando. Resolver el tema de la deuda externa es fundamental y está acotado en el tiempo. Creo que la gente está conforme con la actitud digna, seria y de independencia con que se negocia.
-¿Así califica la actitud del Gobierno?
-Creo firmemente que el doctor Lavagna, con su tranquilidad y serenidad, es el negociador apropiado y creo que lo hace con patriotismo. La batalla es dura, es la lucha de David contra Goliat, porque es la Argentina frente al Grupo de los 7, a los bonistas, que ahora descubrimos que son muy duros, y a los organismos financieros internacionales, que siguen pensando que tienen que imponer condiciones a sus operaciones. Por eso planteamos que, si se hace difícil, hay que decirle al Fondo que se renuncia al stand by y a los bonistas que esperen.
-Usted opina que también ellos son responsables.
-Si yo a usted le armo las condiciones para que necesariamente tenga que pedir prestado, aceptar las tasas de interés y los plazos de pago que yo impongo, condicionar toda su política interna para poder atender eso, ¿es una relación justa o estamos hablando de usura? Esa es la mirada que nosotros tenemos: acá hay corresponsables. El FMI avaló acuerdos que están hechos para no poder ser cumplidos.
-También hay responsabilidades desde aquí.
-Desde luego. Si no hubiera habido actores activos que acompañaron, esto no hubiera sucedido. Aquí estuvimos pateando la pelota hacia adelante con el blindaje y con el megacanje y eso costó muchísimo dinero. Por eso, una crítica que tenemos es que el Gobierno no utilizó todos los argumentos jurídicos en defender los intereses del país. Prefirió la negociación comercial, financiera, de presión.
-¿Por ejemplo?
-No utilizó la consulta a la Corte Internacional de Justicia, que me parece un elemento muy interesante. Primero, porque hay antecedentes. Segundo, porque una declaración favorable en ese sentido es simplemente consultiva y no obligatoria para un tenedor de bonos, pero sí obliga a un organismo financiero que depende de las Naciones Unidas. Otra cosa que tenemos muy en contra es que la Argentina es un leading case. Creo que los organismos financieros internacionales están atentos, porque si nosotros tenemos éxito será una señal muy fuerte para Brasil, para Turquía, para otros países de América latina que están endeudados...
-Esto podría generar un efecto de contagio.
-Exacto: un modelo, una copia de lo que aquí está sucediendo.
-¿Ve cambios en la cultura política del país en estos años?
-No. Uno de los problemas que tenemos es la desvalorización de la actividad política, que tiene que recomponerse. Es la clase política la responsable de la crisis, porque aceptó distintas formas de trabajar, reñidas con la ética y con los intereses nacionales. Prevaleció el interés individual. Eso ha producido un daño tremendo y va a ser muy difícil recomponerlo. Van a tener que aparecer líderes políticos honestos que puedan mostrar su pasado.
-¿Cree que eso está pasando?
-Creo que hay una presión significativa, pero aparecen también los que improvisan la política. Yo desconfío de los políticos que nacen de la noche a la mañana, de la gente que descubre a los 55 años que tiene sensibilidad social.
-Individualmente, los argentinos podemos demostrar compromiso y solidaridad. Colectivamente, no parecemos capaces de hacerlo.
-Colectivamente podemos, si tenemos las agallas de plantear las cosas como corresponde. Hay cosas en que no se puede recurrir a la solidaridad individual. En Estados Unidos la gente paga impuestos porque si no va presa, y va presa en serio. Kirchner invitó a los empresarios a que compartan sus rentas con los trabajadores. Los empresarios van a compartir cuando una legislación los obligue a hacerlo.
-¿Comparte el diagnóstico de crisis en la educación?
-Desde luego. Frente al incremento de la necesidad de educación no hemos tenido respuesta. Seguimos dándoles respuestas antiguas a problemas nuevos. Y no hay igualdad de oportunidades. Pero la escuela hoy tiene que hacerse cargo de muchas cosas de las que antes la familia se hacía cargo. Tenemos que hacerlo: no podemos ignorar lo que pasa con cada chico. Esto requiere una red de contención muy importante. Aquí, en el colegio, cada curso tiene un preceptor. Tenemos tutores, un departamento de orientación al estudiante, con psicólogos, y actividades de prevención, que consisten en generar centros de interés para los chicos fuera de las horas de clase.
-¿Se les puede pedir a los docentes que además de enseñar se ocupen de estas cosas?
-Es imprescindible. La concepción del profesor de escuela secundaria que da la clase y se va es de otra época. Hay profesores que no están en condiciones de sostener a un grupo porque no lo entienden. Si pienso que un adolescente que me tutea me está faltando el respeto, estoy cometiendo un error gravísimo. Hay cuatro aspectos importantes: la comprensión, que es entender la modalidad y el lenguaje de los adolescentes; la contención, porque los chicos piden ayuda y, al mismo tiempo, límites; la solidaridad y el afecto. Los chicos lo sienten cuando un profesor prepara sus clases, llega a horario, se preocupa por generar una relación personal con ellos, por comprenderlos, aunque sea severo. Los chicos buscan modelos.
-¿Cree que este gobierno tiene una política educativa?
-Creo que hay actividades educativas. Existiría una política si hoy estuviéramos discutiendo en el Parlamento una reforma a la ley federal de educación. Creo que hay un inteligente entendimiento de las necesidades por parte del ministro Daniel Filmus, que genera focos de actividad nuevos. Pero tiene fuertes limitaciones. Al estar tan descentralizada la educación, su tarea es convencer a los ministros de Educación de las distintas provincias. En el país hay jurisdicciones de primera, de segunda y de tercera en materia de educación. Es difícil revisar el sistema, porque hay una inversión grande hecha durante diez años, pero hay que hacerlo urgentemente.
-Usted ha afirmado que es necesaria una nueva reforma universitaria. ¿Sobre qué principios?
-La reforma de 1918 tuvo objetivos muy claros, que fueron la apertura de la universidad a la sociedad, al pensamiento moderno, con algunos reclamos muy puntuales, como el cogobierno y las cátedras paralelas. Pero, al mismo tiempo, tuvo una mirada política. Cuando se trasladó a otros países latinoamericanos, fue porque estaba reflejando una realidad común. Esos objetivos están, en gran medida, cumplidos. Ahora falta una mirada de región en América latina, de intereses comunes y de un compromiso activo para modificar las condiciones políticas y sociales del país. No se trata de la reforma de la universidad. No debemos tolerar un 50% de pobreza en nuestro país. Recuperar eso es una función esencial de la universidad. Si seguimos pensando en graduar estudiantes para que ingresen en el mercado, si la investigación es al solo efecto de avanzar en el conocimiento propio, no estamos cumpliendo con una función que la sociedad le requiere a la universidad. Si la credibilidad y la confianza que la sociedad argentina tiene en la universidad no se transforma en acción, va a desaparecer.
-¿Qué es lo que impide que eso suceda en las universidades?
-A veces la cotidianidad hace que esto reciba un apoyo total desde el discurso, pero parcial en los hechos. El movimiento estudiantil está destruido. No cumple con su papel esencial, que es la representatividad de un número enorme de estudiantes. Está destruido porque la aplicación de las políticas prebendarias terminó alejándolo de la comunidad estudiantil. Los docentes tienen que acumular horas cátedra para poder vivir. Y el personal no docente es el peor pago de la administración pública.
-¿La UBA necesita más presupuesto?
-Desde luego. De todas las universidades, debe de ser la que tiene menos presupuesto por alumno. Es necesario para investigar más y crear las condiciones para retener a los jóvenes talentos. Tenemos que mandar gente al exterior, pero que vayan a estudiar cosas que el país necesita y asegurarnos de que vuelvan.
-¿Es optimista cuando mira a los adolescentes?
-Mucho. Ahí está el futuro. Lo máximo que podemos hacer es mejorarles las condiciones para que se puedan desarrollar. Hay chicos que sobrepasan condiciones personales dificilísimas. Son optimistas, generosos, son afectuosos, inteligentes. Detrás de cada chico hay una inteligencia que uno debe permitir que se desarrolle. Ahí está el desafío de la escuela. Le digo la verdad: no me importa demasiado si saben mucha física, química o matemática. Yo creo que si se forman como seres humanos con personalidad, con criterio propio, con sentido crítico, inquietos, dispuestos al cambio, serán buenos ciudadanos. Esa es la tarea de la escuela media: que sean felices.