PARIS.- En un esfuerzo desesperado por evitar su descrédito como presidente y conservar un mínimo de poder, Jacques Chirac lanzó ayer un llamado al diálogo, pero no logró detener las gigantescas manifestaciones de protesta previstas para hoy en Francia.
Apenas 48 horas después de los violentos incidentes que sacudieron el jueves por la noche el corazón del Barrio Latino, los estudiantes desfilarán junto a las organizaciones sindicales desde Denfert-Rochereau hasta la Plaza de la Nación de París y están previstas otras manifestaciones en otras 159 ciudades de Francia. Esa prueba de fuerza pondrá en juego la credibilidad del gobierno y al mismo tiempo definirá el futuro del movimiento juvenil para exigir el retiro del llamado contrato de primer empleo (CPE) promovido por el primer ministro Dominique de Villepin.
En ese contexto crítico, el llamado al diálogo de Chirac constituye también un llamado de atención a Villepin, que lanzó el CPE sin concertación previa y que dice estar dispuesto a ir "hasta el final" para defenderlo.
Los estudiantes exigen el retiro de esa ley que reglamenta el trabajo de los menores de 26 años y es rechazada por un 68% de los franceses, según un sondeo publicado ayer por el diario Le Parisien. El texto, que permite el despido sin aviso previo durante un período de dos años, es considerado un inaceptable paso hacia la precariedad en un país históricamente apegado a la seguridad del empleo.
La iniciativa de Chirac constituye también un último intento por salvar el escaso caudal de confianza que conserva después del fracaso del referéndum europeo del 29 de mayo de 2005. Este callejón sin salida muestra la paradoja que acecha a Chirac desde que Nicolas Sarkozy -actual ministro del Interior- le arrebató el partido UMP (Unión por un Movimiento Popular) y se impuso como candidato casi indiscutido a su sucesión en las elecciones de 2007.
El presidente no quería a Sarkozy para reemplazar a Jean-Pierre Raffarin como primer ministro. La amplitud del no en el referéndum europeo lo decidió a apostar por Villepin y llevar al Hotel Matignon -sede del jefe de gobierno- a su ministro más teatral, más original y más imprevisible. Dominique Marie François René Galouzeau de Villepin no es un hombre mediocre. Tiene energía, elocuencia, entusiasmo y coraje. Pero tantas virtudes vienen acompañadas por los defectos propios de los hombres demasiado seguros.
"Tiene un orgullo barroco que lo vuelve sordo al consejo de los demás y ciego a sus propios errores. Villepin mira a sus rivales como a enanos, a sus adversarios como a impostores y a su único superior -Jacques Chirac- como a un subalterno", escribió el analista político Alain Duhamel.
Mientras en la calle se multiplican las manifestaciones, en la derecha reina la consternación. Sobre todo, nadie está dispuesto a hundirse con él cuando falta apenas un año para las elecciones presidenciales y legislativas de 2007.
Su gran rival, Nicolas Sarkozy, oficialmente apoya al CPE porque no tiene alternativa: le guste o no, está asociado a la acción gubernamental. Pero esa solidaridad es frágil: en el último mes, su popularidad cayó 8 puntos, mientras que Villepin perdió sólo 7 puntos.
A pesar de la presión, Villepin insiste en que no dará marcha atrás. Para él, ceder a la calle sería arruinar sus ilusiones de arrebatarle a Sarkozy la candidatura presidencial en 2007. También sería traicionar a Chirac que lo nombró primer ministro como quien juega su última carta. El mandatario vio en Villepin al único capaz de cerrar su último mandato presidencial con algunas reformas brillantes, que le evitaran caer en el pozo negro del olvido. "Estás muerto", le había escrito uno de sus amigos a Chirac después del referéndum europeo. Cruel, pero real: la consulta había sido "su" decisión.
La clase política, los empresarios, los diputados y hasta sus amigos más cercanos comenzaron a tomar distancias. Muchos evocaron la necesidad de elecciones anticipadas.
"¿Qué dejará Chirac? Nada", opinó el ex ministro oficialista François Fillon. Mientras tanto, la sociedad francesa -rehén de esa pugna de intereses políticos y electoralistas-, sólo atina a manifestar su descontento con estrepitosos noes a cualquier propuesta de cambio, sea ésta de izquierda como de derecha. Chirac parece haber fracasado en todos los objetivos que le propuso al país en 1995, cuando prometió reducir la fractura social.
Saldo negativo
En sus 11 años de gobierno, aumentaron el desempleo, la desigualdad, la marginación, la precariedad y la intolerancia. La sociedad se muestra incapaz de hacer frente a los desafíos de la globalización y la deuda pública del país es la más alta de su historia.
Encerrado en el Palacio del Elíseo, debilitado físicamente tras el accidente cerebral de septiembre, el jefe del Estado dejó de luchar y confió la gestión del país a Villepin. La masiva y violenta reacción estudiantil a los métodos de su primer ministro parecen haberlo obligado a reaccionar.
Jacques Attali, consejero del ex presidente socialista François Mitterrand, expuso claramente la alternativa que enfrenta Chirac: "El presidente tiene dos opciones: se decide a gobernar o bien le rinde un último servicio a su país y renuncia, para que haya elecciones presidenciales anticipadas a mediados de 2006".
Sin embargo, como el resto de los franceses, Attali no se hace demasiadas ilusiones: "Naturalmente -concluyó-, no hará ni una cosa ni la otra. A menos que la historia decida en su lugar".
Por Luisa Corradini Para LA NACION
A la espera de un gesto
PARIS (EFE).- El primer ministro francés, Dominique de Villepin, se mostró anoche dispuesto, ante una representación de los rectores de las universidades del país, a hacer un gesto significativo para desbloquear la crisis provocada por su nuevo contrato laboral destinado a los jóvenes.
"Le hemos preguntado si estaba dispuesto a hacer un gesto para desbloquear la situación, y no nos ha dicho qué gesto, pero nos ha parecido dispuesto a escuchar, dispuesto a un gesto significativo", dijo el vicepresidente de la Conferencia de Rectores de Universidad, Yannick Vallée, al término del encuentro con Villepin, quien hasta ahora se ha mostrado inflexible en dar marcha atrás en la reforma laboral.
Vallée afirmó que el jefe del Gobierno es consciente de que se está al borde de un choque, y contó que le habían pedido que abriese un período de seis meses de reflexión durante los que se suspendería la entrada en vigor de la polémica reforma.
Los rectores también le transmitieron su inquietud por lo que podría pasar la semana próxima por la creciente crispación estudiantil.
Los jóvenes, divididos por las protestas y el contrato laboral
PARIS.- Las pintadas llegaron al Boulevard Saint-Michel, uno de los más famosos de París. "¡Utopía o nada!" se puede leer enfrente de la Plaza de la Sorbona, donde más de un centenar de policías, gendarmes y fuerzas de choque antimotines están atrincherados detrás de barricadas de dos metros de altura.
"Villepin: ¡tu período de prueba terminó!", reza un cartel improvisado. En el boulevard, delante de la mítica plaza, los estudiantes se amontonan. El tránsito está convulsionado y fluye al ritmo de los espontáneos cortes de calles. Los alrededores de la universidad más conocida de Francia están bloqueados con los camiones hidrantes de la policía. Hace una semana que la plaza es escenario de violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y grupos radicalizados.
Desde que el gobierno hizo pasar a la fuerza en la Asamblea Nacional la nueva legislación laboral destinada a los menores de 26 años que permite a un empleador licenciar sin razón con un aviso previo de más de un mes, el mundo estudiantil francés está convulsionado. ¿A favor o en contra del nuevo contrato laboral? Poco importa, a esta altura.
Mientras que algunos se felicitan por la amplia movilización que lograron para oponerse en bloque al gobierno, otros se organizan para rechazar a los que creen manipulados por los sindicatos y profesores.
Uno de los principales gremios estudiantiles, la UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia), de izquierda, que se opone a la nueva legislación, logró el apoyo de los sindicatos de trabajadores, la CGT, Fuerza Obrera o la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), hoy acusados por los mismos estudiantes de apropiarse de su movimiento para recuperar fuerza.
Del otro lado, el UNI, derecha universitaria, se opone al bloqueo de la izquierda y de los sesentaiochistas nostálgicos, mientras que aprueba la medida impulsada por el gobierno.
Pero un tercer movimiento cobra fuerza entre los estudiantes. Es apolítico; están cansados de la manipulación, y si bien reconocen que, a sus ojos, el nuevo contrato laboral no es perfecto, suponen que hay que darle una oportunidad.
"Lo único que quiero es irme de Francia; estoy cansada de las quejas constantes y el inmovilismo que persiste. Los que critican no proponen nada. Es obvio que todo el mundo está en contra de la precariedad, pero hay mucha desinformación", dice a LA NACION Marie-Claire, estudiante de derecho, de 23 años. Está reunida delante del Panteón, repartiendo volantes para convocar a una manifestación para mañana de los que quieren seguir estudiando.
"En Francia, desde chicos nos determinan. Nos dicen que por un lado están los empleados y por el otro, los empleadores. Me tienen podrida; en el extranjero no hay este fatalismo", se queja. Sus compañeras sostienen un cartel en el que se lee: "¡Facultad cerrada, desempleo asegurado!"
En la plaza del Panteón el colectivo que organiza la marcha del domingo expulsó a los militantes del UNI. "No somos de derecha ni de izquierda. Tenemos exámenes y queremos ir a clase", explica Pierre-Henri, de 20 años, estudiante de economía en Dauphine.
Delante de la Plaza de la Sorbona, un grupo de estudiantes secundarios corta el Boulevard Saint-Michel con una ruidosa sentada; apenas medio centenar de jóvenes, que las fuerzas antimotines arrastra uno por uno hacia las veredas. Pocos minutos después, los estudiantes antibloqueo de las universidades llegan para hacerse oír.
En medio del grupo, Olivier, de 48 años, reparte panfletos y acusa a los estudiantes de ser manipulados por el sindicato estudiantil UNI. "Están pisoteando el derecho laboral con este contrato", sostiene. Empleado en una universidad, Olivier se declara militante marxista revolucionario y miembro de la LCR. "Me movilizo por el futuro de ellos", dice, levantando la mirada hacia los estudiantes. "La flexibilización del mercado laboral es la puerta abierta a la precariedad; no es moralmente honesto", repite.
"¡No tengo ganas de que te ocupes de mi futuro!", le responde un estudiante que escucha el diálogo que Olivier mantiene con LA NACION. "De esta manera nos perjudican más que nada", sostiene el joven.
Rafael, de 20 años, estudiante de historia en Jussieu, participó anteayer de la gran manifestación parisiense. "No pertenezco a ningún sindicato, pero manifiesto para que retiren el nuevo contrato y toda la ley sobre la igualdad de oportunidades", dice determinado. La ley que impulsó el gobierno redujo de 16 a 14 años la edad para trabajar.
"El nuevo contrato daría la posibilidad de crear más empleos, pero ¿qué tipo de empleos?", se pregunta Rafael.
A pocos metros, Antoine, estudiante de teatro, lleva aún el cartel que utilizó el jueves durante la manifestación. Se puede leer un eslogan recuperado de Mayo del 68: "Sos joven, callate". "No es un mayo del 68; es más complejo. Los jóvenes no tienen ganas de trabajar porque no quieren ser explotados", afirma.
Marie-Claire se queja al escuchar esos argumentos: "¡Basta de esta hipocresía! No se les puede hacer creer a todos los estudiantes que van a poder acceder y terminar con éxito sus estudios en las mejores universidades de Francia".
Por Patricio Arana Para LA NACION
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28 de noviembre de 2024