La producción rural clamaba por la participación de profesionales formados en disciplinas de nivel superior. La ganadería requería estudios zootécnicos, cultivos forrajeros, técnicas reproductivas y también sanitarias, pues la aftosa convivía ya en los rodeos. Los cultivos granarios demandaban maquinaria para acometer la roturación de las tierras: equipos de recolección, de trilla y transporte posterior, donde el ferrocarril desempeñaba un papel cada vez mayor.
El trigo, el lino y el maíz ocupaban crecientes superficies. Por lo tanto, requerían mejores semillas y, entre otros aspectos, formas de combate de la langosta, cuyas invasiones diezmaban las cosechas. La industria molinera había hecho pie para abastecer el mercado interno con sus harinas, en tanto los ingenios azucareros en el Noroeste se orientaban al consumo y a la exportación. Las carnes comenzaban sus envíos al exterior, que luego dieron lugar a una formidable corriente de embarques hacia los mercados europeos.
El Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria, creado en 1904, dependió del entonces Ministerio de Agricultura hasta su transferencia en 1909 a la Universidad de Buenos Aires, donde siguieron conviviendo ambas disciplinas -la agronomía y la veterinaria- en una sola facultad, hasta su separación, en la pasada década del 70.
El aporte tecnológico para el agro se vio reforzado a partir de 1956 con la creación del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que distribuyó estaciones experimentales y de extensión por todo el país. Los profesionales universitarios tuvieron la oportunidad de aportar a ese organismo sus conocimientos y también de continuarlos en las mejores universidades del exterior o en el propio país con el concurso de profesores locales y extranjeros. La formación universitaria tuvo nuevas expresiones en centros de estudios de Córdoba, Tucumán, Corrientes, Mendoza y otros, con adaptaciones a los requerimientos regionales. El sector privado, por su lado, pudo abastecer sus demandas técnicas con una corriente en aumento de profesionales y disciplinas.
El agro tiene hoy una participación importante en la producción nacional y es líder tanto en las exportaciones como en el empleo. En las críticas circunstancias actuales de la Argentina, el campo ha mostrado su vitalidad y su dinamismo, en un contexto en el cual la enseñanza superior representa un pilar insustituible.
Por cierto, ese aporte sería más significativo si creciera en el país la inversión en ciencia y tecnología, que hoy representa una parte del Producto Bruto notoriamente inferior a la que asignan a ese mismo destino las naciones desarrolladas.