"Hay que mirar a los jóvenes que están en las aulas. Ahí está nuestra posibilidad de influir en lo que va a ser la Argentina." El rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Guillermo Jaim Etcheverry, responde así a los que afirman que la UBA debería acercarse más a los problemas del país. "No hay que olvidar que la universidad es una institución educativa", insiste.
Jaim Etcheverry se presentará ante la asamblea universitaria el 4 de abril próximo, como candidato a un nuevo período de cuatro años. Dice que lo siente una obligación y, con términos duros, alude a su principal competidor, el grupo que encabeza el decano de la Facultad de Derecho, Atilio Alterini.
"Lamentaría que la universidad volviera a ser un lugar de reparto de posiciones y prebendas. Tengo que ofrecer un modelo alternativo a lo que veo como un peligro de regreso a épocas que yo creía superadas", afirmó, en una entrevista con LA NACION.
Jaim Etcheverry acaba de publicar su plataforma para una nueva gestión en la que propone, entre otros cambios, reformular el ciclo básico común (CBC), acercarse a la escuela media, formar un grupo que analice la oferta de carreras de la universidad, profundizar los controles internos de la gestión administrativa, avanzar con obras edilicias, resolver la situación de los docentes ad honórem y vincular a los estudiantes y docentes de posgrado en actividades comunes.
Escribió su propuesta en singular y así afirma estar esperando el resultado de la asamblea. Contra la lógica que impregna la carrera al rectorado, afirma que no se ha dedicado a reunir votos y que recibe críticas porque, con su trayectoria, representa el interés por lo académico y que eso genera resistencias.
-¿Por qué ser rector otra vez?
-Porque creo que tengo mucho por hacer. Estos años han sido muy difíciles. Me tocó actuar durante un período de crisis muy profunda del país. Estoy muy satisfecho de haber podido mantener íntegra la estructura de la universidad cuando las amenazas externas de todo tipo eran muy grandes. Estoy dispuesto a continuar y hay mucha gente que aprecia lo que hemos hecho. En la comunidad universitaria y en la sociedad, la universidad se ha ubicado en un plano diferente. Se ha separado de esa dependencia de un partido político y lentamente fue ocupando el lugar que le corresponde: el de una institución vinculada a la cultura, la investigación científica y la transmisión del saber. Otra razón es que advierto el peligro de volver a situaciones anteriores.
-¿En qué lo ve?
-Lo veo claramente en la reaparición de muchos criterios y modos de conducta que yo intenté superar. Dije al comienzo de mi gestión que la UBA tenía que insertarse activamente en la política del país, pero no necesariamente partidizarse o pertenecer como un botín de reparto de un partido político. Hay una preocupante tendencia a volver a esa línea. Lamentaría ver que la UBA volviera a ser un lugar de reparto de posiciones, de cargos y prebendas, porque la universidad es un lugar en el que las posiciones deben ocuparse por la competencia técnica. Entender que una instancia electoral es una oportunidad de canjear cargos por votos me parece sumamente peligroso.
-¿Por qué no se pusieron en marcha en el primer período algunas de las reformas que ahora propone?
-Muchas hemos puesto en marcha. Creo que tenemos que profundizarlas. Me gustaría ahora poner más énfasis en los aspectos académicos. Muchos de los cambios dependen de cada facultad, pero me parece que desde el Consejo Superior y el rector hay que impulsar esos cambios.
-¿Encontró obstáculos?
-Sí: no es fácil. La universidad es una organización muy compleja, de consenso, de diálogo; hay que atender a la opinión de todos. El gobierno de la universidad no es personalista; el rector tiene un poder muy limitado y depende de las decisiones que se tomen en el Consejo Superior. He tratado de marcar lineamientos, pero es una tarea de nunca acabar.
-Una de las cosas que se le critican es que no construyó un espacio político propio. De hecho, usted presenta su plan en singular, como sus intenciones personales.
-Si algo ha caracterizado a este período ha sido la amplia participación de todos. Jamás conté con aparatos que votaban como en el pasado automáticamente cualquier decisión. Todo ha sido discutido. Me parece que detrás de esa idea de participación amplia se disimula la voluntad de poder de grupos que no tienen ni siquiera propuestas concretas y escudan en ese argumento una voluntad de acceso al poder.
-Usted promueve una institución integrada. ¿La fragmentación en las facultades es una característica propia de la UBA o un problema?
-Ambas cosas. Es así la UBA, y es un problema. Tenemos que tender a superarlo. He tratado de socializar los problemas, de reunirme con los decanos, pero no es sencillo porque cada facultad tiene su propia dinámica. Pero es necesario que se comprenda que la universidad es un esfuerzo de todos. Ese fue mi principal objetivo y lo sigue siendo.
-¿La UBA debería acercarse más a los problemas del país?
-La universidad tiene mucho que ofrecer para solucionar los grandes problemas del país, pero lo principal que debe hacer es influir en la gente que llega a la universidad. Ahí está la mejor influencia social que puede tener: desarrollar la mente y el criterio de los jóvenes que llegan a las aulas. No hay que olvidar que la universidad es una institución educativa. Está bien que genere recursos, pero su objetivo es otro. Desarrollar buenos investigadores y buenos maestros: esos son los pilares de la universidad. Si queremos cambiar el mundo, no hay que mirar muy lejos. Hay que mirar a los jóvenes que están en las aulas: ahí está nuestra posibilidad de influir en lo que va a ser la Argentina. Hoy se ha ido desvaneciendo el interés por lo académico y tenemos que recuperarlo. La crítica que se me hace responde a que yo represento ese interés por lo académico y eso despierta muchas resistencias.
-También se le objetan problemas en la gestión administrativa.
-No creo que me haya equivocado en tratar de transparentar el uso de los recursos de la universidad. Por primera vez se conoció en detalle cómo se manejan los recursos y muchas de las críticas han sido posibles por eso. Ahora se ve. Esta manera de encarar la gestión de los fondos llegó para quedarse, será muy difícil que en el futuro no se actúe con transparencia. Lo que hay que hacer es tener un control más estricto del uso de los fondos, especialmente los que se generan en las facultades. En eso se manifiesta el espíritu de la universidad. Las unidades académicas no son independientes; todos contribuimos en un esfuerzo común.
-¿Cuál cree que ha sido su mayor aporte?
-Haber reinsertado a la universidad con una imagen de institución dedicada a la generación del conocimiento.
-¿Qué cosas le enseñó la UBA en estos cuatro años?
-Muchas. La experiencia mayor es advertir la enorme riqueza humana, el patrimonio que tenemos, la calidad de nuestros docentes, estudiantes e investigadores, el reconocimiento que le debe la Argentina a una institución como ésta. No todos tienen una visión de la enorme riqueza y diversidad que tenemos como la he podido tener yo.
-¿La sociedad lo ve así?
-Creo que le cuesta verlo. Tenemos que hacer un esfuerzo más importante por comunicarlo. Es enorme la contribución que hacemos. La UBA es un mundo.
Por Raquel San Martín De la Redacción de LA NACION
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28 de noviembre de 2024