Hurtado de Mendoza es, todavía. una rara avis en nuestro país: forma parte del reducido grupo de algo más de diez investigadores que están escribiendo la historia de la ciencia nacional, y el centro José Babini es el único, realmente activo, que se dedica a esta disciplina. Doctorado en Física en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, confiesa que siempre se sintió tironeado entre la ciencia dura y las disciplinas humanísticas. Su tesis de doctorado versó sobre temas tan abstrusos como el de los plasmas turbulentos. Un intercambio epistolar fallido impidió su viaje a la McGill University para ponerse bajo la tutela de Mario Bunge. En esos momentos conoció a Miguel de Asúa, historiador de la ciencia, con un doctorado de la Universidad de Notre Dame, Estados Unidos. \"Lo mío fue un salto al vacío -recuerda-. Mi directora de tesis todavía me está buscando para que vuelva a la física, porque ya tenía mi posdoctorado arreglado en la Universidad de Cornell. A mí nunca me gustó la idea de irme... Ana [su mujer] me apoyó y... nos quedamos. Me encontré con que la historia de la ciencia era un campo infinito.\"
A partir de sus estudios de la investigación local, Hurtado de Mendoza está convencido de que, para que exista una política de desarrollo de la investigación que vaya más allá de la retórica, nuestros políticos tienen que entender de ciencia. Y asegura que para eso es fundamental desarrollar la disciplina que cultiva. \"Muchos se asombran frente a nuestra tradición científica. Descubren que nuestro territorio también fue y es escenario de la construcción de conocimiento. Necesitamos transmitir y construir tradición, bibliotecas, archivos documentales, editar publicaciones\", explica.
-¿Por qué no se estudia la historia de la ciencia en la escuela?
-Hoy, los historiadores de la ciencia estamos en América latina y en la Argentina como estaba el mundo anglosajón o francés en la década del 70: intentando dialogar con los historiadores, a secas. Creo que están descubriendo en la historia de la ciencia algo que se habían olvidado.
-¿Un olvido que cuesta caro?
-Bueno, yo diría que es un pecado original de nuestra sociedad. Houssay, en la década del 30, y Gaviola, en la del 40, afirmaban que la nuestra era una sociedad sin tradición científica. Decían que es misión del científico mostrar a nuestra sociedad (y cuando ellos decían sociedad estaban pensando en los políticos) para qué sirve la ciencia. Se habla mucho de la industrialización, pero ¿cómo se hace sin ciencia de base, sin producción de tecnología propia? En esos momentos ya había científicos lúcidos que consideraban que había que mostrar a la sociedad qué es un investigador.
-¿A qué atribuye que los científicos argentinos trabajen aislados del resto de la cultura?
-Se podría decir que estuvieron segregados y autosegregados. Personalmente, creo que los países en desarrollo todavía no tienen muy en claro qué hacer con la ciencia. Se sabe que es una de las grandes producciones del Occidente moderno, que necesitamos tenerla como valor cultural, pero cuando le queremos dar otro papel, tenemos serios problemas. Cuando uno lee un libro de historia de los Estados Unidos o de Canadá o de Australia, se encuentra con capítulos dedicados a la ciencia y la tecnología. En nuestra historia, se los olvidaron. ¿Es culpa de los historiadores? Puede ser que hayan prestado poca atención, pero también es un problema de nuestra tradición cultural: a nosotros la ciencia siempre nos resultó ajena, es como si no formara parte de la vida del país.
-Paradójicamente, aquí hubo proyectos científicos importantísimos.
-Un caso particular es la energía nuclear. Durante la década de 1950, se veía como la gran panacea y así la vendían las potencias - entre otras, los Estados Unidos-, porque vislumbraban un mercado muy promisorio de venta de reactores. La Argentina se embarcó en ese proyecto y hoy en día es un país nuclear que exporta tecnología de punta.
-¿Cómo se logró un desarrollo tecnológico de vanguardia en un país tan traumático como la Argentina?
-La historia de la ciencia local se explica perfectamente al ritmo de crisis económicas y golpes militares. Sin embargo, el desarrollo nuclear fue más bien atípico. A diferencia de la universidad, pudo atravesar todos esos cataclismos (Noche de los Bastones Largos, hiperinflación, rodrigazo, golpe del 76, vuelta a la democracia, crisis económica del 89) con cierta continuidad.
-¿Siempre hubo fuga de cerebros en la Argentina?
-Es un problema que viene de antes de la década del 60. En 1946, Braun Menéndez, en un folleto que se llama \"Bases para el progreso de las ciencias en la Argentina\", dice: \"Provocará vuestro asombro saber que la Argentina, además de exportar carne, cereales y algunos productos manufacturados, exporta también hombres de ciencia\". Estamos hablando de hace más de 60 años... Es decir, la fuga de cerebros no nació ni en la década del 60 ni en la del 70: viene como un mal de origen. Me animaría a llamarlo estructural. Ciencia Hoy publicó en 2002 un informe de evaluación sobre la matemática en la Argentina. En 1942, es decir, exactamente 60 años antes, la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias había publicado un folleto en el que se preguntaba: \"¿Qué debería hacerse para el adelanto de la matemática en la Argentina?\" Se me ocurrió comparar los dos informes: dicen exactamente lo mismo, salvando las diferencias de escenario, las diferencias temáticas... Ambos informes hablan de obstáculos burocráticos, de fronteras rígidas que separan las distintas ramas de la matemática, de grupos pequeños aislados entre sí dentro del país, de falta de interacción con otras ciencias (esto también se puede traducir como \"falta de matemática aplicada\"), de la necesidad de promover visitas de profesores extranjeros, de la necesidad de contar con buenas bibliotecas... ¡Y pasaron 60 años!
-¿Cómo habría que formar a nuestros científicos?
-Si los formamos para trabajar con el telescopio Hubble, cuando se reciban, obviamente, se van a tomar un avión y no vamos a tener derecho a quejarnos ni a reprocharles el hecho de que se vayan, porque, simplemente, querrán aplicar lo que se les enseñó.
-¿Hay una tradición científica local?
-Sí. Nuestra tradición enseña lo que es hacer ciencia en la Argentina. Y enseña muy bien: tenemos casos maravillosos, como Balseiro, Gaviola, Houssay, Leloir, Milstein. La historia de nuestra ciencia es muy rica. Creo que todavía quedan carbones incandescentes que, soplando y soplando, pueden volver a encenderse. Si nos decidiéramos a impulsar la investigación, me parece que no habría que empezar de nuevo desde cero. Héctor Rubinstein, un físico argentino que vive en Suecia, me decía el otro día: de los mejores 90 físicos del mundo, siete son argentinos. Es una cifra que va contra todas las estadísticas.
-Vistos desde la perspectiva de la historia, ¿cuáles son los males más arraigados de la ciencia en el país?
-Es necesario que las instituciones trasciendan lo coyuntural de la política. No puede ser que a cada cambio de gobierno, golpe militar o crisis económica, cambiemos todo. Abrimos agencias nuevas; cerramos otras. Basta con mirar la historia de los países que a comienzos del siglo XX presentaban un panorama educativo y científico en muchos aspectos semejante al de la Argentina y que fueron exitosos: Australia, Corea...
-¿Por qué nos pasa esto?
-Bueno, no nos pasa solamente a nosotros. Por ejemplo, cuando hablamos de Ronald Richter nos estamos refiriendo al caso más traumático y bochornoso de la historia de la ciencia en nuestro país. ¿Cómo un presidente [Juan Perón] se dejó estafar por un físico austríaco de cuarta línea? Mariscotti lo explica muy bien en su libro \"El secreto atómico de Huemul\": el poder político de ese momento dejó fuera del escenario a la comunidad científica, perdió toda posibilidad de evaluación de proyectos científicos. Eso, sumado al amor de nuestras elites por el mundo germano y al prestigio de la física de tradición alemana, desembocó en un Richter. Pero si uno se fija en Brasil, que no tuvo un Richter, se da cuenta de que allí ocurrió algo parecido. En 1951 o 1952 [época del populismo de Getulio Vargas], el Conselho Nacional de Pesquisas también decidió iniciar un programa en física nuclear. Ellos tenían un físico muy prestigioso, Cesar Lattes, y eso impulsó mucho la física nuclear brasileña. Entraron por un lado más serio: la Universidad de Chicago, que fue donde Arthur Compton decidió instalar gran parte del proyecto Manhattan, donde Enrico Fermi realizó la primera reacción sostenida de fisión. Y, sin embargo, fueron estafados, aunque también el episodio fue motivado por la falta de experiencia y por los delirios de grandeza de los propios brasileños que lideraron el proyecto. El presidente del Conselho de ese momento, deslumbrado por los grandes aceleradores de Brookhaven, de Berkeley, de Columbia y de Chicago, quiso comprar un gran acelerador. Compraron dos: uno chico, para adquirir experiencia, y otro enorme, copia del acelerador de última generación que tenían en Chicago. Nunca lograron hacerlos funcionar. Hasta hoy el episodio se conoce como el \"fracaso de los ciclotrones\".
-Sin embargo, en este rubro, la Argentina llegó a un desarrollo propio que Brasil no alcanzó.
-Algunos historiadores de la ciencia brasileños también lo consideran así. Uno de ellos me preguntó en una ocasión cómo, si en la década del 30 teníamos el mejor sistema educativo de América latina y si teníamos trigo, petróleo y carne, estamos en la situación en que estamos.
-Uno se pregunta lo mismo...
-Los males regionales también responden a estrategias del Primer Mundo. Nos guste o no, la ciencia es parte de las herramientas de dominación... en la medida en que nosotros nos dejemos dominar. Aunque a veces, la dominación es muy sutil.
-¿Cómo se hace para desarrollar una ciencia propia?
-Primero, entendiendo y mostrando que hay una tradición propia, que incluye premios Nobel, desarrollo de tecnología de punta... Hay un Jorge Sábato, que fue una especie de héroe de la energía nuclear. Nadie duda de que necesitamos ciencia y tecnología. ¿Cómo integrarlas al ciclo económico? Creo que una buena parte de la respuesta se encuentra mirando la historia. ¿Qué festejamos cuando decimos que desde 1956 a 1966 fue nuestra edad de oro en ciencia? Estamos festejando creación de carreras, creación del Conicet, creación del INTA, del INTI, despegue de la Comisión Nacional de Energía Atómica, del Instituto Balseiro. No hay premios Nobel en ese período. Lo que hay es organización y creación de instituciones. Me parece que eso es lo que estamos necesitando: entender de nuevo qué es un instituto de investigación, qué papel tiene la universidad, y empezar a hacer que estos lugares de creación de conocimiento trasciendan lo político. Esto tienen que entenderlo los políticos y la sociedad.