Sin duda aquí debemos hacer una diferenciación entre los males que identificamos como físicos u orgánicos, propios de un trastorno del sistema nervioso, algo así como el \"hardware\" de las computadoras y aquellos de los que sólo podemos reconocer algo funcional o propio del aprendizaje o la programación, como el \"software\". Si la falla está en la máquina, no nos queda duda de que el asunto es personal e interno, pero... ¿qué pasa si es funcional? ¿Alcanza con operar sólo sobre la mente del individuo? Esta programación podría ser neutralizada o reemplazada por un terapeuta, como hacen esos mágicos muchachos que nos reconfiguran la máquina rebelde. Pero a veces olvidamos que el programador equivocado es parte de la vida cotidiana de nuestro portador de una mente con trastornos y que ambos pueden ser parte de una organización aún más amplia y de influencia cotidiana, como su familia, por ejemplo.
En los comienzos de la psicoterapia, la patología prevalente era la neurosis, trastorno caracterizado por conductas de inhibición, síntomas y angustia, como describía genialmente Sigmund Freud hace ya unos 100 años. Indiscutiblemente, manifestaciones propias del individuo.
De la represión al laissez faire
Sin embargo, su origen era también el resultado de una mala programación en la educación, proveniente de una sociedad y una cultura severamente restrictivas. Tanto que, cuando la restricción externa empobrecía la vida emocional con sus prohibiciones, el neurótico, sometido a ellas, no se animaba a desafiarlas e internalizaba el conflicto. Lo metía en su mente y éste dañaba su salud generando síntomas. Se sobreadaptaba al contexto social.
La tarea del terapeuta era introducirse también meterse en la mente del neurótico para recuperar su salud. En términos generales, ayudarlo a rebelarse, a poner fuera su problema, enfrentándose con la familia o la sociedad represora. Ese era un legítimo profesional de la salud mental.
De entonces a hoy, los tiempos han cambiado. La prédica psicoanalítica no sólo aportó a la ciencia y a la salud mental, brindando un excelente método para curar a los neuróticos, sino que tuvo una fuerte repercusión cultural. La sociedad y la cultura redujeron, pendularmente, las prohibiciones y mandatos restrictivos patógenos por su exceso, hasta el límite de un equívoco laissez faire. Gracias a eso casi se extinguieron los neuróticos, pero ha aparecido otro problema, distinto.
El nuevo paradigma de la educación es complaciente con los deseos de cada individuo. Olvidamos que aquella represión, por cierto que excesiva, en su justa medida servía para ordenar la convivencia, al imponer límites, justificados por valores compartidos: lo que hoy llamamos el capital social.
Su carencia genera conductas conflictivas \"entre\" la gente porque ahora el conflicto ya no está dentro, en la \"mente\", sino afuera, en el \"entre\".
Entre unos que han perdido el respeto por los otros y esos otros que responden, escalando y generando eso que hoy reemplazó a las neurosis como patología prevalente: la violencia. La sobreadaptación de antes de convirtió en inadaptación. Nadie teme hoy desafiar los límites que otros intentan aplicar provocando un conflicto real y externo.
Por eso la violencia no es intrapsíquica. No está dentro de la mente. La violencia está en la relación entre las personas: en la sociedad.
Mi impresión es que la gran mayoría de las problemáticas actuales de la conducta humana que no son explicables por daños orgánicos propios de la enfermedad; no son problemas de la mente sino de la relación y la relación no está en el territorio interno del individuo sino \"entre\" los individuos.
Como la relación entre los individuos pertenece al ámbito de lo social, los terapeutas de hoy no debemos ocuparnos tanto de la salud mental como los de antes, sino de la salud social.
La salud social es interdisciplinaria; se enriquece con el aporte, el saber y la praxis de médicos y psicólogos, pero también de abogados, trabajadores sociales, educadores, filósofos, antropólogos y muchos otros, que forman en equipo una red más eficiente para la resolución de los problemas relacionales de la gente, que hoy tienen claras connotaciones violentas.
El seguir encarando estos problemas con el modelo médico, individual, intrapsíquico, de la mente, limita, claramente, la solución, generando un reduccionismo epistemológico que constituye un verdadero handicap.
El concepto de salud mental referido hoy a los problemas funcionales de la conducta humana trivializa su enorme complejidad; por ejemplo, encerrándolas en un catálogo de enfermedades como el DSM IV, tan utilizado por las empresas vendedoras de servicios médicos. La salud social difícilmente podrá estandarizarse de tal modo.
Tiene razón entonces el ministro de Salud si critica, aunque con cierta ligereza formal, el individualismo aplicado a la terapia en aquellos viejos modelos de la salud mental.
Hoy, los problemas que se nos presentan a los profesionales no están en la mente de los consultantes, sino en los conflictos, conyugales o entre padres e hijos, en las conductas violentas hacia los demás o hacia uno mismo, en los abusos de toda índole y en las conductas criminales.
El país debe tener científicos estudiosos de diversas formas del psicoanálisis o de cualquier otra corriente de la psicología, pero lo que más necesita son profesionales, de diversas disciplinas, capaces de trabajar juntos para ocuparse de la salud social, que es ahora nuestro principal problema.
Por Carlos D. Usandivaras Médico psiquiatra, terapeuta de matrimonios y familias. Profesor de la Universidad de Belgrano.