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La Nación: Se entregaron los premios Bunge y Born a la excelencia científica

Las distinciones fueron para los bioquímicos Armando Parodi y Gabriel Rabinovich  

12 de agosto de 2005, 13:37.

Los salones del Museo de Arte Decorativo -colmados de personalidades, como el rector de la UBA, Guillermo Jaim Etcheverry, el presidente del Conicet, Eduardo Charreau y algunos de los científicos más prestigiosos del país- vivieron ayer una velada de agradecimiento, emoción y recuerdos.
Por cuadragésima segunda vez consecutiva -un récord notable en un país tan pendular y poco inclinado a las tradiciones como el nuestro- la Fundación Bunge y Born distinguió con una medalla y una importante suma de dinero a dos figuras sobresalientes de la ciencia local.
El premio Fundación Bunge y Born 2005, que este año se otorga en el área de la bioquímica, fue para el doctor Armando Parodi, reconocido internacionalmente por su trabajo en glicoproteínas, es decir, proteínas a las que se unen azúcares. En especial, Parodi estudia el mecanismo por el que la célula detecta -o no- que están mal plegadas, un defecto que puede dar lugar a enfermedades como el mal de Alzheimer o "mal de la vaca loca".
El Premio Estímulo, que en la misma disciplina se entrega a un científico joven, fue para el doctor Gabriel Rabinovich, una estrella deslumbrante del firmamento científico local.
Uno de sus éxitos más recientes fue comenzar a resolver el enigma que atormenta a los oncólogos: ¿por qué el sistema inmunológico es incapaz de ver el tumor y nos deja inermes contra el cáncer? Junto con su equipo, descubrió que las células cancerosas producen una proteína, la galectina-1 (Gal-1), que aniquila a los "soldados" encargados de protegernos, los linfocitos T. Una prueba de la trascendencia que se adjudicó al descubrimiento fue su publicación en la tapa de Cancer Cell, una de las más prestigiosas revistas científicas internacionales.
La selección de ambos investigadores estuvo a cargo de un jurado internacional presidido por el doctor Alberto Konblihtt, uno de los directores del Instituto de Fisiología y Biología Molecular de la UBA y laureado investigador del Instituto Médico Howard Hughes.
Parodi y Rabinovich son herederos del linaje de excelencia que preserva, contra viento y marea, la ciencia local.
Parodi -discípulo de Leloir, casado, padre de dos hijos que viven una en Tilcara y otro en Boston, pero que anoche se encontraban entre la audiencia, y actualmente presidente de la Fundación Instituto Leloir- cursó sus estudios entre 1960 y 1964. "Fue una época de ilusiones y promesas. Mirando a la distancia me doy cuenta de que la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA era, en esos años, un centro de excelencia poco común", afirmó ayer.
Rabinovich, de 36 años, se doctoró como bioquímico en la Universidad de Córdoba y realizó estadías en el Weizmann Institute of Science, de Israel, y en el Kennedy Institute of Rheumatology (del Imperial College, en Londres). Actualmente, dirige el equipo de Inmunopatología Molecular y GlicoBiología de la Inflamación en el Laboratorio de Inmunogenética de la Facultad de Medicina de la UBA.
"Los primeros años son los más difíciles -reconoció Parodi sobre la carrera de investigador- porque es el momento en que uno tiene que hacer una mayor inversión, formar una familia, educar a los hijos... Pero ésta es una profesión muy linda, muy creativa, muy positiva. Personalmente, yo sabía en lo que me metía porque mi padre fue investigador. A uno nunca le va a sobrar el dinero, pero tiene muchas compensaciones."
Y cuando se le pide su opinión sobre la situación actual de la investigación en el país agrega: "Hay dos problemas esenciales: uno es el de los salarios, que son ridículamente bajos. Lo que yo hago, lo que hace Gabriel, podríamos estar haciéndolo en cualquier parte del mundo. Emigrar es facilísimo y los sueldos afuera son diez veces más altos. Hay que tener mucha vocación y muchas ganas de quedarse. Por otro lado, los subsidios de investigación son muy escasos. Es decir, en la investigación lo que se compra se compra en el exterior. Se necesita un gran cambio".
Por su parte, Rabinovich, rodeado de amigos y del cariño de sus padres y hermanas, que habían viajado desde Córdoba para acompañarlo, reclamó: "Tenemos que tender a hacer una ciencia que no se disocie en básica y aplicada: la ciencia es una sola, es buena o es mala. Lo importante es que contestemos preguntas que estén en el nivel del Primer Mundo, que seamos competitivos y que no perdamos el romanticismo".
Y luego afirmó: "Soy optimista, creo que nos encontramos actualmente ante una oportunidad única e irrepetible, con una sociedad que está aprendiendo a valorar el conocimiento científico, y eso nos transmite el idealismo para seguir adelante".
* Por Nora Bär, De la Redacción de LA NACION 

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