Gordon estudió a los Piraha, una tribu amazónica de cazadores recolectores que sólo posee palabras para "uno", "dos" y "muchos", y descubrió que, no importa cuánto se esforzaran, les era imposible copiar configuraciones que involucraran más de uno o dos objetos. La única excepción se daba en las tareas que les exigían acomodarlos en grupos desiguales: al parecer percibían los grupos de 7 a 10 objetos como sumas de subgrupos de dos o tres.
Las palabras -no es ninguna novedad- tienen una fuerza trascendente, insondable. Pero también una vida singular, hecha de bríos y languideces, muertes y renacimientos.
En los años setenta, era difícil encontrar a alguien en la universidad que no hablara de "compromiso". Había que comprometerse con la realidad social. El intelectual, se argumentaba, no podía soslayarlo. Más tarde, mientras con "el uno a uno" reinaba la ilusión de que habíamos llegado al Primer Mundo, el "compromiso" pasaba inadvertido. Ahora, tras la crisis, los científicos se sienten "comprometidos" a emplear su conocimiento en la resolución de los siempre urgentes problemas sociales.
La Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en cumplimiento de premisas fundacionales ya expuestas por Joaquín V. González, respondió a este imperativo con un programa de "extensión" que desde hace tres años convoca a los científicos a presentar proyectos con ese fin. En la actualidad incluye 22 actividades que van desde las muy simples, como talleres de manipulación de alimentos, hasta otras tecnológicamente complejas, como la producción de fármacos. Los docentes e investigadores de la UNLP están autorizados a dedicar hasta el 20% de su tiempo a tareas de extensión.
Sin embargo, no todos están de acuerdo con esta fórmula. Tal vez -dado que, como suele decirse, el conocimiento es poder- una de las tareas pendientes para los científicos argentinos es definir qué tipo de "compromiso" social les cabe. Al parecer, una tarea bastante más difícil de lo que aparenta, pero que nadie podrá resolver por ellos...