Por el Día Internacional de las Mujeres Rurales -que se celebra cada 15 de octubre-, la Facultad de Ciencias Agrarias se propuso visibilizar el rol de las mujeres mendocinas en la ruralidad. Para ello, recuperó las voces de algunas de sus protagonistas, en representación de todas las que ejercen con gran dedicación y sacrificio, funciones y tareas fundamentales para sus comunidades.
Esta Facultad de la UNCUYO viene trabajando desde hace varios años por y para el reconocimiento de la mujer rural a través de diversas acciones, investigaciones y proyectos de extensión. Desde lo académico, varios espacios curriculares de formación de grado y de posgrado, como la Maestría de Extensión y Desarrollo Rural, han incorporado discusiones en torno a la temática de género en la ruralidad, en busca de una apropiación por parte de los y las profesionales que abordan el territorio rural y sus actores sociales, y de la visibilización y mejora de la calidad de vida de las mujeres rurales.
Esta fecha la estableció la Asamblea de Naciones Unidas en diciembre de 2007 y se observó por primera vez el 15 de octubre de 2008. Allí se reconoce la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural. A su vez, en la Argentina, el 16 de mayo de 2001 se sancionó la Ley 25.431, a través de la cual el Congreso de la Nación resolvió conmemorar el 15 de octubre de cada año como el “Día de la Mujer Rural”.
La mujer rural y su importancia
Se entiende como mujeres rurales a aquellas que, residiendo o no en zonas rurales, realizan actividades relacionadas directa o indirectamente con la productividad y sustentabilidad rural, participando así en la actividad rural como agricultoras, recolectoras, asalariadas, artesanas, microemprendedoras, amas de casa, productoras, tamberas, entre otras actividades.
Las mujeres rurales desempeñan un papel primordial en el mundo, siendo colaboradoras fundamentales de sus economías y tienen un papel esencial en los países desarrollados y en desarrollo, incrementando la productividad agrícola y rural y la seguridad alimentaria, y ayudando a reducir los niveles de pobreza en sus comunidades. Su participación en el sector agrícola resulta de vital importancia, pues contribuyen, en gran medida, al fomento de un desarrollo sostenible.
Según ONU Mujeres “las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial y el 43% de la mano de obra agrícola, garantizan la seguridad alimentaria de sus comunidades, generan resiliencia ante el clima y fortalecen las economías. Son las que labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras. Además de garantizar la seguridad alimentaria de sus poblaciones”.
El papel femenino en la agricultura, además, repercute en diversos ámbitos, desde la producción y comercialización hasta labores de índole hogareña. Un estudio realizado por la UNESCO y la Unidad para el Cambio Rural (UCAR) manifestó que “Las mujeres en el campo tienen una intensa carga de trabajo, tanto por el rol que se les asigna –y que ellas asumen con naturalidad– como responsables de las tareas domésticas y de cuidado, por la responsabilidad sobre tareas productivas dentro de las unidades familiares, fundamentalmente para el autoconsumo y la venta de excedentes, así como por la participación en espacios comunitarios. Estas actividades sostienen las economías familiares.”.
El testimonio de las mendocinas
Silvia Choquellampa es productora hortícola del Grupo de Productoras de la Bombal en Fray Luis Beltrán, Maipú, y trabaja junto a otras mujeres de Colonia Bombal, en el distrito Rodeo del Medio del mismo departamento. “Plantamos, escardillamos, curamos, desbrotamos, cosechamos, en fin, hacemos de todo. Producimos tomate, cebolla, lechuga, repollo, berenjena, zapallo, coliflor, brócoli, perejil, apio, remolacha, acelga, rabanito, habas, arveja y verdeo”, cuenta Silvia en relación a las diversas tareas que hacen. “Como mujer rural no sé qué decirles a esas mujeres rurales que trabajan sin horario, de lunes a domingo, muchas veces discriminadas. Les diría que lo hacemos por nuestros hijos, que son nuestros motores del día a día, y que sigan adelante”, subraya.
Belén Arenas es productora de Jocolí, Lavalle, y pertenece a la Organización UST Campesina y Territorial de Mendoza. “Para mí la mujer es un sujeto muy importante en la ruralidad de hoy y de siempre, pero siempre ha sido muy invisibilizada en todos los aspectos. Como organización trabajamos mucho el 'poder de decisión' en cada compañera, pero no es una tarea fácil, ya que cuesta mucho desaprender lo que se arrastra desde generaciones”, reflexiona. Y respecto de esta fecha añade: “Cada 15 de octubre sólo se nos menciona, aunque trabajamos todos los días y nuestros derechos siguen siendo cada vez más vulnerados. Hoy, un nuevo 15 de octubre, se agradece el levantar nuestras voces”.
Adriana Meli, conocida en su entorno como Lala, es una emprendedora rural de Tupungato que, desde hace años, desarrolla en su finca un proyecto de ecoturismo llamado “Ecos del Alma”. “Las frustraciones de ser emprendedora en la ruralidad tienen que ver con aspectos del contexto social, económico y político. También influye la mirada masculinizada del sector que, poco a poco, se va deconstruyendo. Han sido años muy difíciles, de grandes crisis, pero también de mucho aprendizaje”, afirma. En cuanto a sus aprendizajes, ‘Lala’ agrega: “La naturaleza es una gran maestra, nos templa, nos muestra lo pequeños que somos, pero además nos enseña que podemos levantarnos y renacer una y mil veces más. Toda crisis es una oportunidad y me ha llevado tal vez a tener hoy otra mirada de la finca, en cuanto a su producción. Estoy muy agradecida de poder valorar y disfrutar el milagro de sus ciclos y la filosofía que nos propone como forma de vida. Eso tiene un valor más allá de lo económico y es lo que hoy me impulsa a seguir buscándole la vuelta, reinventándonos para darle continuidad a mi lugar en el mundo”.
Laura Villar pertenece a la Asociación Comunitaria Ranquil Norte, un distrito ubicado a 186 kilómetros de la capital de Malargüe. Trabaja junto a otras mujeres en la huerta, y además, realiza tejidos a crochet. “Somos muchas mujeres en la asociación que trabajamos también por y para el bienestar de nuestro pueblito. Acá, al estar tan alejados de la ciudad, se nos complica mucho más poder conseguir cosas para mejorar nuestro estilo de vida”comenta Laura. Al consultarle sobre lo que significa ser mujer rural expresa: “Es una mujer de lucha interminable, de manos laboriosas y mirada cansada, sembradora de esperanza y cosechadora de nuevos sueños”. Y agrega a modo de deseo para todas las mujeres rurales: “Que seamos más reconocidas por el Estado y tengamos los beneficios que merecemos. Ya sea un sueldo digno, salud”.
Mónica Mariela Cari es productora rural hortícola de La Primavera, Maipú. Pertenece al grupo Intik Wawan, una comunidad de pueblos originarios dedicados a trabajar la agricultura familiar. “Plantamos toda clase de verduras, beterabas, acelgas, brócolis, rúculas, papas, zapallitos, berenjenas”, describe Mónica. “Soy mujer rural desde que nací, vivo en medio de fincas. Mi lucha de siempre es para los pequeños productores, buscar mejoras para la zona rural para las mujeres y niños. No contamos con una ley que nos ampare, vivimos en desigualdad, olvidados de todo. Anhelo que un gobierno nos dé el reconocimiento que nos merecemos, y que nos brinde una ley con igualdad de oportunidades para vivir dignamente”, declama.
El panorama nacional y provincial
En la Argentina las políticas públicas desde hace tiempo señalan la importancia del enfoque de género para el desarrollo rural, para la seguridad alimentaria, para los procesos de toma de decisiones y para la mejora sustantiva del modo de vida en el ámbito rural. Pero a pesar de haber un cierto progreso en cuanto a la igualdad de género desde el ámbito legal, con la aprobación de diversas leyes, aún se mantienen ciertas diferencias con respecto a la mujer rural.
Aunque la mujer cumple un rol sumamente significativo en la ruralidad, su labor continúa siendo invisibilizada. El sujeto agrario aún hoy sigue siendo identificado con lo masculino y continúa dirigiendo la asistencia técnica y el crédito a los hombres, aunque no sean ellos los que están al frente de determinada producción.
Una encuesta realizada en hogares rurales en las provincias de Chaco, Mendoza, Santa Fe y Santiago del Estero estimó que la mano de obra femenina cuenta con una participación del 48% en el sector agrícola. No obstante, los ingresos de las mujeres son mucho menores que los de los hombres.
En Mendoza, si bien en los últimos años se han dado muchos avances de índole institucional, todavía escasean políticas mucho más explícitas y profundas para que el rol de la mujer sea más visible. El desafío aquí también continúa siendo ver estas diferencias y trabajar para que las relaciones sean más justas.
Es fundamental visibilizar el trabajo que realizan las mujeres rurales, el valor diferencial que aportan a su labor y la increíble capacidad de apoyo, articulación y solidaridad que las moviliza. Se necesita seguir trabajando en impulsos para que más mujeres estén en puestos de liderazgo y toma de decisiones, a la hora de diseñar leyes, estrategias, políticas y programas vinculados a la ruralidad, la tierra y el cuidado ambiental. Empoderar a las mujeres rurales es crucial para poner fin al hambre y la pobreza. Al negar derechos y oportunidades a las mujeres, se niega a sus hijos y a la sociedad la posibilidad de disfrutar de un futuro mejor.
El panorama mundial
Pese al reconocimiento global del importante rol de la mujer rural, todavía existe una marcada asimetría en las relaciones de poder que atraviesa a toda la estructura agraria, y que establece las brechas de género en el acceso, uso y control de los recursos y de los bienes, en las oportunidades, en la participación y en la toma de decisiones.
Como señala ONU Mujeres “las campesinas sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras, como el agua y saneamiento”.
Estas desigualdades se traducen en importantes inequidades en desmedro de las mujeres, ya que no son identificadas como productoras. A la hora de acercar ofertas de asistencia técnica, de crédito o de capacitación, las mujeres no son identificadas como interlocutoras válidas, confirmando de esta manera su exclusivo rol reproductivo doméstico otorgado y asumido por pautas culturales construidas a lo largo del tiempo.
Debido a esto, numerosos organismos buscan fomentar la situación de estas mujeres para que éstas puedan contar con una realidad más digna y favorable. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (conocida como FAO) estima que “si las mujeres del campo, que representan más del 43% de la mano de obra agrícola en los países en desarrollo, tuviesen el mismo acceso que los hombres a recursos agrícolas, se podría aumentar la producción de países en desarrollo de un 20% a un 30%, y reducir potencialmente la cantidad de personas que sufren hambre en el mundo, entre 100 y 150 millones de personas”.