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La vida es sueño (tanatonautas)

Japón (México, 2002) Director: Carlos Reygadas. Protagonistas: Alejandro Ferretis, Magdalena Flores. Carlos Reygadas insufla un hálito de nuevo talento al cine latinoamericano que viene conjugando aciertos de sur a norte. Por Gastón Ríos

01 de marzo de 2004, 10:59.

imagen La vida es sueño (tanatonautas)
Cuando vemos Japón se hace palpable e inevitable una parcial comparación con alguno de los mejores directores de todos los tiempos. Por un lado, esto no deja de ser halagador para el debutante Carlos Reygadas, más allá del Cannes que prefirió su película.

Cuando vemos Japón, es fácil recordar la ensoñación metafísica a la que nos expusieron sin piedad Tarkosvski o Bergman en nuestra primera hora cinemática que tanto nos costó y tanto nos enseñó a apreciar un plano secuencia pensando entre el infinito y la eternidad.

Sí, Japón es así: metafísica, brutal, natural, onírica y sobre todas las cosas vital. Si Bergman pretendió asir lo inasible: la contradicción humana, el misterio de la niñez, la angustia de toda relación humana y la muerte, y Tarkovsky encerró el tiempo y el ser en una pequeña cesta; Reygadas es el iniciado dilecto de ambos teúrgos y sus posibilidades de aplicar son muy amplias.

Viajeros de la muerte

Cuando vemos Japóntambién se instala una extraña sensación en el fuero íntimo del espectador, a tal punto que se llega a pensar en la misma como una película hecha de esa materia del sueño, aparente y fantástica. Por favor no maten al mensajero: Japón es tan real en el sentido “baziniano” del término, o encuentra su argumento tan perfectamente en la realidad que roza lo naturalista, pero la sensación que deja no es de realismo diegético puro. La manipulación de la realidad de Reygadas, como lo hicieron Bergman y Tarkovsky, logra imprimir tal impronta filosófico-poética que se convierte en una abstracción que rebasa lo real, lo meramente costumbrista; por intentar asir la vida, el sexo y la muerte, que se diluye en la ilusión y el ensueño.

En ese estado de pura cristalización propia de los seres embotados de angustia o destinados, es que el personaje lisiado (Alejandro Ferretis) que busca su muerte comienza una especie de viaje iniciático hacia lo desconocido. Reygadas como su personaje es un “tanatonauta”, un viajero de la muerte, un extraño héroe que aceptando su destino se libra a la no menos inmensa tarea de preparar su muerte o de filmar una película empecinada en retener el tiempo. La misión de captar la temporalidad es ayudada por una locación tan lejana, tan desértica como atemporal: la montaña mexicana; lo cual acorta la brecha entre el tiempo objetivo, histórico y lo infinito. Esto sumado al personaje caído del cielo, sin pasado y sin futuro, logra completar un relato sin tiempo que enfrasca al protagonista y los demás personajes en un corte transversal de ensoñación vital.

Así, el personaje conoce a “Ascen” (de Ascensión, no de Asunción) y conoce la belleza, el sexo y la muerte. Nuestro personaje vive y muere en su viaje. Aunque no sabemos las razones por las que fue a buscar su muerte a la montaña (Hidalgo, México), vive esta vida y logra palpar la trascendencia de la naturaleza, su feroz belleza, pero también su brutalidad.

Si bien el tiempo parece detenido en Japón, se intuye un tiempo transicional en la obra, una coyuntura que se resuelve con el viaje dentro del viaje (iniciático) por parte del personaje, mediante su descenso (al pueblo a emborracharse) y ascenso al borde de un cañón para cumplir su cometido de quitarse la vida. Ese viaje mortuorio sobre el espacio transicional a modo de Purgatorio en que se ha convertido todo Hidalgo para el personaje, ese camino de ida y vuelta que recorre de manera permanente entre la vida y la muerte, como viajero de la muerte, como ser cautivo y espectral, revela nuevamente la idea de enfrascar el tiempo, el espacio y la espiritualidad a través de un leve movimiento perpetuo.

Reygadas sustenta este sustrato mítico a fuerza de travellings, panorámicas, una interesante paleta de colores y planos secuencia. Japón es un ejercicio de belleza que pretende asir lo inasible, como los viejos maestros: el absurdo de la vida. Será por eso que no se hace referencia en toda la película al significante que la nombre, aunque Reygadas aclara que el sol en el centro de la bandera de Japón lo llevó a relacionar el film con una especie de resurrección o renacimiento.

Japón es una película latinoamericana que deja entrever la influencia europea del ex abogado en el Servicio Exterior Mexicano en la ONU, pero al mismo tiempo refleja el aire renovador que dota a todo nuestro cine hoy. Y Aunque desde el Baires del “nuevo” cine argento, pasando por las producciones cariocas hasta Yucatán, aún no hay un acuerdo programático, se percibe una etapa renovadora en todo el continente.

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