Entender la filosofía como una práctica, como un intercambio de saberes, en el que son tan importantes las voces académicas como las de niños, jóvenes y adultos de una comunidad. Esas fueran las únicas certezas con las que un grupo de profesores y alumnos avanzados de la Facultad de Filosofía y Letras llegaron a un jardín maternal, a una biblioteca popular y a la comunidad huarpe de Asunción, como parte de un proyecto de extensión universitario profesor Mauricio López.
La iniciativa denominada “Prácticas filosóficas en contextos culturales populares no formales” nació bajo la dirección y el impulso de la titular de la Cátedra de Didáctica de la Filosofía, Cristina Rochetti, a quien siguieron entusiasmados alumnos y profesionales recién recibidos.
La experiencia fue clave para los extensionistas. Cuentan que aprendieron, que se enriquecieron con nuevas visiones de la vida y del mundo y con respuestas creativas que salían de boca de niños, de jóvenes y adultos. Y que lograron establecer lazos, que son una puerta abierta para emprender otros desafíos.
“La idea fue trabajar con los relatos populares, con los valores, siempre con un espíritu de intercambio de saberes”, recalcó Rochetti.
La elaboración y posterior puesta en marcha de la iniciativa les permitió poner en práctica muchas de las ideas que trabajaron en el proyecto de investigación “Filosofía, Escuela y Experiencia Sí”, dirigido por Rochetti.
Construcción colectiva
Con la idea de practicar la filosofía en contextos no formales, los extensionistas seleccionaron tres lugares de trabajo a los que comenzaron a asistir en marzo: la biblioteca pública de Vista Flores, el comedor infantil “Pepe Grillo”, ambos de Tunuyán y la comunidad huarpe de Asunción, en Lavalle.
Los fondos que aportó la universidad permitieron a los profesores y estudiantes trasladarse hacia esas comunidades e iniciar una serie de encuentros con los pobladores, que primero mostraron cierta reticencia, pero luego les abriendo las puertas.
La distancia que debían recorrer en micro fue una de las dificultades con las que se encontraron profesores y estudiantes, pero eso no logró quitarles entusiasmo.
El viaje a Asunción era una odisea para los chicos que trabajaron en Lavalle, similar a la que enfrentan los pobladores cada vez que deben trasladarse. Una vez en el lugar, invitaron casa por casa a los jóvenes para que participaran.
Leonardo Javier Visaguirre, alumno avanzado del profesorado de Filosofía, comentó que la mecánica de los encuentros era sencilla, ya que empezaban con un juego de rol denominado “Campesinos y hombres lobos”, que ayudaba a generar confianza y a soltarse a la hora del diálogo.
Las temáticas fuertes en los encuentros fueron las posibilidades educativas, tanto a nivel secundario como universitario de los adolescentes, sus intereses y relaciones de pertenencia, siempre con la idea de construir en conjunto.
“Salimos fuera de la academia a buscar filosofía en las prácticas cotidianas, a actualizarnos en otras concepciones del mundo y de la vida. No consideramos que exista un solo sentido unificador, sino más bien sentidos ocultos en distintas relaciones de poder y de desigualdad y muchas veces son estas relaciones de poder las que ocultan la diversidad y silencia voces tan ricas como las académicas”, recalcó Leonardo.
Paola Barros, una de las jóvenes que participó en los encuentros, calificó a la experiencia como muy buena, por la comunicación y la fluidez que lograron en el grupo. Señaló que trabajaron sobre sus expectativas, proyectos y cómo hacerlos realidad.
Paola reconoció que al principio les asustó un poco la palabra filosofía, pero que entendieron que lo único que se buscó era que cada uno aportara su punto de vista y sus conocimientos.
Otro grupo de profesores y estudiantes trabajó junto a los niños que asisten al comedor tunuyanino “Pepe Grillo”, donde se valieron de títeres para plantear situaciones y buscan, entre todos, la resolución de problemas. Por ejemplo, un día Aivar –nombre que eligieron los chicos para el muñeco- no tenía nombre, ni dónde vivir y a partir de ahí surgieron respuestas creativas, y nuevos cuestionamientos.
Andrea Suárez Fassina, docente de grado universitario en Filosofía, aseguró que la labor en el comedor les dejó la experiencia de una infancia rica. “Escuchamos un sinfín de historias, sugerencias, preguntas. Pudimos apreciar que los niños no siempre deseaban responder lo que nosotras preguntábamos y tampoco preguntar lo que nosotras deseábamos que preguntasen, sino que aprovechaban nuestra actitud de escuchar para decir, con total libertad, lo que tenía ganas, explicó la profesional.
Fassina juzgó como crucial que una comunidad -sobre todo de niños- tenga la experiencia sostenida de plantear soluciones creativas frente a distintas problemáticas.
“Darle un espacio y afianzar los saberes de una comunidad de niños se transforma en el acervo de herramientas, del que en su adultez, pueden disponer para resolver las necesidades de su propia comunidad”, planteó la especialista.
La experiencia enriqueció a vecinos, alumnos y profesores, quienes confirmaron que el ejercicio de prácticas filosóficas es una verdadera posibilidad para el intercambio de saberes, en el que las voces de las comunidades tienen tanto peso como las académicas.