Un programa del Centro Universitario de Idiomas atrae a jóvenes de sectores sociales medios y bajos de China, que estudian castellano durante tres trimestres. Muchos eligen quedarse para seguir una carrera universitaria.
Es recreo y los estudiantes del Centro Universitario de Idiomas, en pleno centro porteño, salen al patio. Son todos chinos. La mayoría come algo; algunos andan con un pebete de jamón y queso y otros atacan uno de milanesa: falta el mate y la asimilación parecería total. Vuelta al aula, muy disciplinados y en grupos. Los alumnos hacen cada ejercicio que les dicta la profesora en un castellano casi en cámara lenta. “Estamos contentos de estar acá, aunque extrañamos mucho”, cuenta tímidamente Zhan Lin, en busca de un acento rioplatense después de una estadía porteña que ya lleva tres meses.
Zhan Lin es uno de los alumnos que se sumó a la novedosa experiencia impulsada por el CUI, una institución dependiente de dos facultades de la UBA, que desborda de estudiantes extranjeros interesados en aprender la lengua castellana. Con mayoría de angloparlantes hasta hace poco, en 2005 el director académico del centro, Gonzalo Villarruel, viajó a Shan-ghai, Beijing y otras ciudades chinas con el objetivo de un marco para el arribo de jóvenes de esa nacionalidad, seducidos por los atractivos de la cultura argentina.
Desde entonces, a partir de la colaboración conjunta con las facultades de Ciencias Económicas y de Agronomía, se desarrolló el Programa de Español para alumnos de la República Popular China, un proyecto apoyado por el vertiginoso intercambio comercial entre Argentina y China, en gran parte debido a las exportaciones de soja.
En el período 2007-2008, más de 150 alumnos de China vinieron a estudiar al CUI, en el marco de convenios con diversas universidades de ese país. “Pero sólo en lo que va de 2009 ya llegaron otros 99 chicos”, cuenta Villarruel, que es historiador.
Los estudiantes cursan un ciclo inicial que abarca dos niveles dictados en español y en chino. Este ciclo apunta a brindar los elementos esenciales introductorios de la lengua española, la cultura occidental y preparar la integración de los alumnos en la sociedad local. Además, los alumnos reciben una supervisión especializada con un refuerzo de 20 horas adicionales por nivel, donde desarrollan actividades complementarias y de recreación. El programa se divide en tres trimestres de doce semanas cada uno, un total de 900 horas de estudio.
Menos nostálgico que Zhan Lin, su amigo Chan Lee, uno de los pocos alumnos que es oriundo de una de las ciudades más grandes de China, Shanghai, cuenta que Buenos Aires le “gusta mucho”, porque “es una ciudad tranquila”. Otros alumnos ríen nerviosamente y algunos atinan a asentir con su cabeza ante las palabras de sus compañeros.
“Los tres primeros meses, los estudiantes viven en hostels, después son libres para elegir donde vivir, aunque por supuesto los ayudamos a buscar un lugar donde se sientan seguros y cómodos”, explica Villarruel la estrategia para colaborar con la adaptación de los alumnos. “La contención funciona a partir de una tutoría especializada, integrada por dos chinos-argentinos, un chino y una malaya”, agrega. El choque cultural, sin embargo, existe: “Las costumbres, una mentalidad construida, el hecho de venir de una sociedad mucho más estructurada y ordenada que la nuestra, los códigos tan distintos que tienen... Es inevitable que tantos cambios provoquen una conmoción”. De todos modos, “la adaptación suele ser exitosa”, dice Villarruel.
El curso de castellano muchas veces actúa como disparador de una estancia que termina resultando más larga de lo planeado. Es que una vez aprendido el nuevo idioma, varios estudiantes aprovechan para seguir sus carreras universitarias en el país, teniendo en cuenta lo dificultoso que resulta ingresar en las facultades chinas, donde apenas el 23 por ciento logra superar los exámenes de ingreso, con el agregado de que las cuotas y las matrículas en las instituciones públicas son bastante caras. “Por eso –explica Villaruel– la mayoría de los estudiantes que vienen son de clase media y media-baja y de ciudades pequeñas. La clase media-alta se queda o, en su defecto, va a estudiar a Australia y Estados Unidos.” Según estiman en el CUI, alrededor del 20 por ciento de sus alumnos chinos se prepara para estudiar carreras de grado, posgrado o terciarias este año, en instituciones públicas y privadas de la Argentina. Antes de animarse a pegar ese salto, una vez completados los tres trimestres del curso de español, los alumnos continúan con un curso de cuatro meses con propósitos específicos: “El objetivo es que los estudiantes adquieran los conocimientos y habilidades necesarias para sus futuros estudios en español a nivel universitario”.
A partir del éxito del proyecto, el CUI impulsa también un programa activo de español en la propia China, en Tongling, provincia de Anhui: ya cursan más de 500 alumnos y este mes abrirá una nueva sede del programa en Beijing.
Informe: Tomás Forster.