Saltar a contenido principal Saltar a navegación principal

Los Andes: Crónica de un rezo frustrado

Ante todo hay que dejar constancia del interés artístico del asunto: el unipersonal “Padre nuestro”, protagonizado por Gerardo Romano, está tan lejos del fast food teatral que nos llega por toneladas desde Buenos Aires como Mozart lo está de Los Pibes Chorros. Bastó con apreciar 45 minutos de la propuesta, para detectar ideas, criterio y una concepción estética propia, libre de las garras del mercadeo.

25 de octubre de 2004, 11:59.

Sin embargo, eso no alcanzó para una noche feliz. Tampoco la performance del actor, ajustada en desplazamientos, tiempos, gestualidad, dicción y... (¡he aquí la madre del borrego!) volumen.

Romano arrancó, podría arriesgarse que innecesariamente, con un micrófono incrustado en su frente. A la media hora el aparato dejó de funcionar y quince minutos después se oyó la queja de una espectadora. Ciertamente, hubo una baja de volumen, pero esto no afectaba para nada el desarrollo del espectáculo. Hablamos de una sala de dimensión moderada. Hablamos de un intérprete con mucha experiencia. Y esto, por no extendernos en una obviedad: el teatro no nació con el inalámbrico.

Lo cierto es que se procuró solucionar el percance técnico (se presume que por eso de que el público siempre tiene la razón) y no se logró. El tiempo pasó y Romano fue juntando presión en el camarín. Siguió pasando y la gente empezó a hacer lo propio (pese a que la producción intentaba bajar los decibeles convidando sandwichitos y tinto). El tiempo siguió pasando y una mujer se robó la guitarra del actor (que había quedado sobre el escenario), a modo de autoindemnización. Otros minutos más y un grupo de espectadores improvisó un piquete y la emprendió contra la escenografía. A esta altura (a casi una hora de aquella queja) obviamente ya era imposible restituir la atmósfera como para continuar con Padre Nuestro.

Romano salió a disculparse y a dar a entender que se llevaba el peor recuerdo de esa noche; y el productor local, Néstor Nardella, a avisar que pasaran por boletería a recuperar la plata. Así se puso fin a un negocio en el que perdieron todos, incluso los que recuperaron sus 30, 25 o 20 pesos (y no hablamos de pérdida de tiempo).

“Padre nuestro” gira en torno de la influencia que han ejercido sobre los argentinos las figuras legitimadas por la historia, impuestas por el totalitarismo o planteadas desde el núcleo familiar. Un recorrido por paternidades varias, naturales y no tanto.

El primer tramo muestra a un San Martín desilusionado, que desde su sillón nos cuestiona nuestra afición por levantar monumentos sin sostener primero la idea de patria. “Me hacen siempre señalando con el dedo y mirando hacia un costado. ¿Hacia dónde señalo? ¿A quién miro? (...) Yo no tengo nada que ver con esta patria”, descarga.

Sin artificios ni dobleces, su discurso goza de frontalidad, tanto en el planteo general como en sus fundamentaciones.Y lo más interesante, quizás, sea que este San Martín se apoya sobre la base del sentido común y la tolerancia. Que es lo que no pocos perdieron el sábado por la noche.

La versión del productor

Según el productor local de “Padre nuestro”, Néstor Nardella, la infraestructura de luz y sonido del espectáculo había sido aportada por el propio Gerardo Romano.

Nardella aseguró además que el incoveniente técnico fue solucionado a los cinco minutos. No obstante, el actor ya habría decidido no continuar con la obra, aduciendo problemas de concentración.

Finalmente, confirmó que una vez anunciada la decisión de devolver el dinero de las entradas (cerca de una hora y media después de la suspensión del espectáculo), se le reintegró el importe a las 192 personas que lo reclamaron.

Contenido relacionado