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Los Andes-Domingo 16: Opinión: La tormenta irreversible

Llegué a casa como si me persiguiera la tormenta perfecta, aquella de la película de George Clooney, el pescador.

18 de abril de 2006, 13:39.

"¡Habiendo tantas cosas urgentes, te ocupás de eso..!", me recriminó mi mujer.
 
Volvía del seminario del Cricyt, al que asistieron más de 100 científicos de América y Europa preocupados por el recalentamiento del globo (el "efecto invernadero" que los primermundistas industriales están provocando sin mayores cargos de conciencia). Desnudaron los cambios irreversibles que se aceleran en el clima y por ende en la tierra fértil, en los glaciares, en los ríos, en las lluvias, en la humedad. Es decir: en las formas de producir y de vivir. Nada menos. No hablaban de otra galaxia: nos incumbe aquí, en el pago, en nuestra región.
 
Admito que la reacción de mi mujer no parecía un exabrupto: las cámaras de la TV estaban puestas en el escándalo de la Legislatura, en los hospitales y los cortes de ruta, en los salarios estatales, en los acuerdos de la carne, en la inflación.
 
Pero el frío me corría por la espalda. La vida aquí en el pago, cambiará, irremediablemente, y más rápido de lo que se pensó. El asunto -le facturaron los científicos a la decisión política- es si nos estamos previniendo para adaptar nuestras formas de vivir y de producir, al cambio. O si seguimos en el agujero, como el avestruz del cuento, absorbidos por la diaria, por la urgencia y por nuestras carencias sureñas.
 
El día después
 
Crispado y aferrado a la butaca, vi en el Cricyt fotos y filmaciones de contrastes impresionantes: glaciares de aquí nomás, en nuestra cordillera de Mendoza, San Juan, Neuquén y Río Negro (el Humo, en las nacientes del río Atuel; el Plomo, donde arranca el Tupungato; el Horcones del río Mendoza; el Yeso, el Lanín, en Neuquén; el Frías, en Bariloche) en un proceso impresionante de derretimiento.
 
Enormes lenguas de hielo fotografiadas a principio y mediados del siglo XX, convertidas ahora, casi en lechos secos de material de acarreo. Mostraron la tendencia a la disminución del caudal de los ríos de los Andes centrales; la baja en el nivel de precipitaciones níveas en la montaña y en contraste, el aumento de las precipitaciones en el llano ("Mendoza, que tiene un régimen de 200 mm año, podría pasar a 400 o 500 en menos años de lo que se pensaba").
 
Hubo silencio cuando varios científicos coincidieron en el durísimo contraste entre la demanda explosivamente creciente de agua y la curva hacia abajo de la disponibilidad mundial ("No se puede seguir regando el agro por inundación, ni dilapidando agua en el uso urbano, industrial y hasta deportivo", se planteó). Hubo informes de deforestación que empujan las inundaciones y reducen la alimentación de los acuíferos subterráneos.
 
Sin dudas: cambio rotundo y relativamente inminente en las condiciones climáticas para la vida y los esquemas productivos regionales (la viña, por ejemplo, está en su clima ideal con los 200 mm/año actuales. ¿Qué pasará cuando lluevan 450 o 500 mm/año?).
 
Resulta que la temperatura medio ambiente sube y sube, inclemente (casi 2 grados en 100 años, pero se calcula que esto se acelerará, a unos 4 grados más de aquí al 2100).
 
No es anecdótico: por cada grado promedio más, el nivel de los océanos sube equivalente pero el 65% de la población mundial vive en las costas en ciudades que están entre 1 y 15 metros de altura sobre el actual nivel del mar.
 
¿Para la cátedra?
 
No es sólo especulación catedrática: esto impacta fuerte en los ecosistemas. La intensificación de huracanes en la cuenca del Caribe, el anegamiento de las zonas costeras y humedales, las enormes inundaciones, el derretimiento de los glaciares y la migración de las enfermedades tropicales hacia zonas templadas, el desastre de Tartagal (más lluvias, más deforestación por la tala).
 
Por cierto, Argentina no es culpable del calentamiento global (sumamos menos del 0,3% del C02, la causa del efecto invernadero), ni lo es Sudamérica (menos del 3% de ese efecto contaminante). EEUU y Europa suman el 62% del C02 emitido y si se suma a China, India y Rusia, alcanzan el 85% del contaminante.
 
En el Cricyt coincidieron: para América Latina, el asunto no es correr detrás de los industriales del G-7 gimiendo para que bajen la emisión (no lo harán), ni someterse a sus demandas de reducción. Nuestra región, el país, América Latina, deben incorporar políticas de Estado, para prevenirse al cambio e ir readaptando la vida regional -cultural, económica y socialmente- a esa transformación irreversible.
 
Y no fue un muestrario técnico: se planteó la responsabilidad de la clase política:
 
"Tiene que promover políticas de Estado, coordinadas a nivel regional y continental, para prevenir este cambio climático, que trae consecuencias en lo productivo, económico y social. De nada serviría que Mendoza encare su política de antelación si no lo hacen San Juan, Neuquén y el mismo Chile central " (Hugo Romero, doctor, de la Universidad de Chile).
 
"Sería suicida tomarlo como una película de ficción. Como si a nosotros no nos fuera a alcanzar: hay que comprometerse en políticas de prevención y cambio, con estrategias en el manejo del suelo, del agua, de la expansión urbana, de las migraciones, del tipo de producción que diseña para el mediano y largo plazo" (Ricardo Villalba, director del Ianigla).
 
El futuro nos alcanza
 
Dijeron que es imperioso asumir nuevas reglas en su desarrollo territorial, en el uso del agua en los servicios públicos, en la modernización del riego ("no podemos seguir regando por inundación, como los huarpes; hay que acelerar la instalación del goteo y la aspersión para ahorrar agua").
 
Se mencionó acelerar la recuperación de nuestras aguas servidas y racionalizar el uso del agua potable dentro de los edificios, clubes y los propios hogares (en Suiza ninguna ducha entrega más de 30 segundos de agua y hay que volverla a pulsar).
 
Obvio, tenemos que readaptar nuestro modelo productivo al cambio que acelera la naturaleza. Los científicos aseguran que los viejos ciclos de los cambios climáticos, por el recalentamiento, entraron en aceleramiento irreversible.
 
A la misma hora en que se discutían estos temas en el Cricyt, aquí en Mendoza se admitía que hace más de 15 años que discutimos una estrategia de ordenamiento del uso del suelo utilizable -escaso aquí en el desierto- y del agua, poca y sometida al contraste entre la caída de la oferta y la demanda creciente. Marcaron que seguimos regando como los huarpes; que no definimos hacia dónde tiene que expandirse el cemento; ni qué vamos a hacer con la vida en el agro; con el pedemonte seco y la deforestación.
 
El mismo día en que volví crispado a casa, en un suplemento de Página 12, Paul Davies, de la Universidad de Sidney, Australia, repetía el sacudón que acababa de vivir ante los científicos del Cricyt: "La población mundial vivirá un desplazamiento gigantesco. La batalla contra el calentamiento está perdida. De lo que se trata es de adaptarse a un mundo nuevo, prepararse para el cambio", advertía.
 
Seguro, no es ficción. El cambio está ahí, irreversible y más rápido de lo que se pensaba. ¿Metemos la cabeza en el agujero o nos lo tomamos en serio?
Por Gabriel Bustos Herrera Especial para Los Andes

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