Toda esta información se procesa a más de 4.550 kilómetros de distancia de la gran masa helada, en el Laboratorio de Estratigrafía Glaciar y Geoquímica del Agua y la Nieve (Legan), que funciona en el Cricyt y depende del Instituto Antártico Argentino y de la Dirección Nacional del Antártico, con sede en Buenos Aires.
“Los datos y los análisis que obtenemos tienen distintos niveles de implicancia. A veces tienen alcance sólo regional, pero también hay estudios que tienen llegada nacional, hemisférica y hasta global”, explicó el titular de este laboratorio y doctor en Geofísica y Geoquímica aplicado al estudio de los glaciares, Alberto Aristarain.
A 10 grados bajo cero
La cámara fría que guarda el hielo que se trae de la Antártida está todo el año funcionando a diez grados bajo cero, tiene el tamaño de una habitación y no es fácil acceder al lugar.
Para trabajar allí, los técnicos y especialistas usan los mismos equipos que utilizan en la Antártida para protegerse del frío. Mamelucos de color naranja confeccionados con fibras de poliéster y nylon, guantes, gorros y cubrebotas son de la partida a la hora de comenzar los análisis.
“Los testigos de hielo, como llamamos a las muestras que traemos, se guardan individualmente en bolsas de plástico y todas están en la cámara fría. En la actualidad hay 300 metros de hielo”, señaló el especialista, que aclaró además la importancia que tiene mantener el material en condiciones de asepsia total.
“La indumentaria que usamos, si bien es fundamental para paliar el frío, también sirve para mantener la higiene total del lugar y no contaminar el material, ya que tenemos testigos de hielo de una profundidad de 150 metros en estado puro”, destacó Aristarain.
Al salir de la cámara fría comienza el verdadero trabajo de laboratorio. En la cámara limpia se ubica todo el instrumental necesario para “leer” el hielo. Aquí se ingresa con otra ropa, también en condiciones de asepsia total, sólo que se suman los barbijos.
El hielo fundido se multiplica en cada una de las pipetas que pueblan la gran mesada blanca del laboratorio. “Aquí se limpian los testigos o barras de hielo, tenemos aire filtrado, es decir, libre de partículas y está a diez grados bajo cero. Después se cortan en segmentos de dos, tres o cinco centímetros y se guardan en frascos de vidrio. Luego, según el estudio que se haga, se funde o se evapora”, relató Rogelio Cejas, que es profesional principal del Conicet.
Un día de campaña
En general, los especialistas viajan una vez por año a la Antártida para traer el hielo. Siempre en verano o durante el inicio del otoño, porque en esta época se registran las mejores temperaturas y hay más luz.
“Una campaña puede durar dos o tres meses. Somos ocho personas y trabajamos todo el día, de 7 a 22. La tarea se hace difícil, porque el clima es hostil, la temperatura más baja que tuvimos fue de treinta grados bajo cero y la más alta de uno o dos grados. Además, hay que lidiar con el viento, con ráfagas de hasta 200 kilómetros por hora”, recordó Aristarain.
Largo viaje
Los técnicos, especialistas y el personal de logística, llegan en avión a la base Marambio y de allí se distribuyen a distintos sitios de la Península Antártica. Después de instalar las carpas sobre el hielo, comienza el trabajo de extracción. “La perforadora es como un gran cilindro, un enorme sacabocado, con cuchillas en el extremo y un cabezal de perforación; esto va cortando el hielo en forma de cilindro; después se saca y se embolsa”, contaron los especialistas.
El paso siguiente consiste en trasladar las muestras a Mendoza.
El primer tramo que recorren lo hacen en avión (Hércules) y es Antártida-Buenos Aires. Luego, por medio de un camión frigorífico, llegan a Mendoza, siempre a diez grados bajo cero. “Esto es una tarea maravillosa, porque combina la aventura y la pasión intelectual”, concluyó Aristarain.
Por qué Mendoza
El Laboratorio de Estratigrafía Glaciar y Geoquímica del Agua y de la Nieve (Legan) comenzó a gestarse hace 25 años y se formó con fondos nacionales.
Se optó por instalarlo en el Cricyt porque ya existía un instituto que se dedicaba al análisis de los glaciares. “Ya estaba en Mendoza el Instituto Argentino de Nivología y Glaciología (Ianigla); entonces se pensó en que estuvieran juntos para compartir recursos”, contó el líder del Legan, Alberto Aristarain.
Después de la crisis económica de 2001, los recursos -tanto humanos como financieros- para este laboratorio disminuyeron drásticamente. “El Legan no sólo es único en la Argentina, también en América Latina, pero esto no alcanza para que funcione con normalidad. Ahora estamos realizando algunas actividades de intercambio con Brasil”, detalló el especialista.
También se está analizando la posibilidad de realizar una perforación de 400 metros en la Península Antártica, un trabajo que se haría con otros países. “Todavía no hay nada confirmado, pero es una posibilidad, podrían participar Chile, Brasil y, tal vez, Inglaterra”, adelantó Aristarain.
Qué se estudia
Se trabaja en la Península Antártica porque es el nexo entre la Antártida Central y América del Sur. Esta disposición geográfica es muy rica para el análisis científico. Además, la logística es tan compleja para estos trabajos que desplazarse a lugares más alejados de la zona requeriría un costo mayor.
De un campamento a otro puede haber una distancia de 50 kilómetros y todo el material se traslada en helicóptero o en avión.
Un dato interesante: cada hora de helicóptero tiene un costo de entre 300 y 400 dólares.
Todo este trabajo es una inversión a largo plazo que sirve para analizar la evolución del clima y la atmósfera. También se espera avanzar sobre el tema contaminación, el efecto invernadero y el cambio global. Aún no hay conclusiones finales.