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Los Andes: Domingo 22: Ciencia y valores

Es habitual la tesis de que la ciencia, en sí misma, debe estar "libre de valores" (value-free, come se dice en inglés). Hace ya tiempo que fue defendida explícitamente por Max Weber cuando proclamó el derecho de las disciplinas histórico-sociales de ser consideradas auténtica ciencia a pesar de no ajustarse estrictamente a los criterios epistemológicos de la ciencia de la Naturaleza. En tal sentido, Weber señaló que en dichas ciencias histórico-sociales también eran posibles las explicaciones causales; esto es, dar respuesta a los interrogantes planteados por los fenómenos humanos relacionando los efectos con sus causas aunque no fueran deducidos de leyes universales, como ocurre obligatoriamente en la Físico-matemática.

23 de agosto de 2004, 12:08.

1. Además sostuvo que estas ciencias no describen solamente hechos individuales, resultantes de acciones que son frutos de la libre voluntad de cada persona, y estimó posible determinar "tipos ideales" de conductas humanas generales que -aunque siendo individualmente diferentes- persiguen un fin común en función del cual son interpretables y explicables racionalmente. Estos fines generales fueron llamados valores y, por tanto, la referencia a los valores, quedó incluida como elemento esencial de la epistemología de las ciencias que se acupan de acciones humanas. Simultáneamente, Weber insistió que en todas las ciencias tienen que evitarse los juicios de valor. Así, por ejemplo, cuando se investigan costumbres como la convivencia pacífica y la seguridad dentro de una comunidad se puede reconocer a la tranquilidad y la solidaridad como valores que inspiran estas costumbres, sin expresar juicios evaluativos sobre tales hechos. Es decir, que tranquilidad y solidaridad son "buenas" dentro del grupo considerado y el científico deberá abstenerse de formular evaluaciones propias sobre lo observado, aunque les parezcan obvias. Análogamente, un sociólogo, para intepretar ciertas costumbres dentro de una comunidad, puede reconocer que la venganza es un "valor" para la gente de esta comunidad; sin embargo debe abstenerse de expresar un "juicio de valor" sobre este hecho y decir, por ejemplo, que estas costumbres son "malas", aunque esté convencido de que lo son. La razón de esta prescripción metodológica es evitar que en la introducción de juicios de valor -durante la investigación aludida- se pierda la denominada objetividad científica, puesto que los valores -según Weber- son inevitablemente subjetivos.

Cada individuo y cada comunidad -incluyendo al científico que los estudia-, tienen el derecho de configurar y actuar conforme a una escala de valores sin mezclarla con el discurso objetivo. De tal manera se pretende obtener un conocimiento neutral, no contaminado por los valores morales, políticos y/o religiosos del científico. Esto no significa que la ciencia no persigue ningún valor, sino simplemente que los valores típicos que la ciencia persigue son valores cognitivos -como rigor, exactitud y coherencia- que son implícitos en su búsqueda permanente de la verdad y se traducen en aquellas reglas metodológicas que pueden sintetizarse, justamente, en el requisito de la objetividad.

Esta concepción de la ciencia y los valores predominó hasta mediados del siglo XX, suscitando después un intenso debate sobre la denominada "neutralidad de la ciencia" Dentro de este debate muchos autores sostuvieron que la ciencia debe ser objetiva y, por tanto, debe quedar libre de toda inflluencia de valores "externos", mientras que otros autores afirmaron que la ciencia no puede ni debe quedarse neutral con respecto a tales valores. Esta confrontación fue bastante estéril porque, al no considerar dos aspectos diferenciales de la ciencia, dificultó su desenvolvimiento integrado. Por un lado, la ciencia es un sistema de conocimientos, por el otro, es una compleja actividad humana. Como consecuencia de estos dos aspectos, solamente se utilizarán los valores cognitivos para aceptar o rechazar leyes o teorías dentro de cada ciencia, y al mismo tiempo, se reconocerá que el investigador siempre se inspira a valores de índole moral, político, económico, ecológico, etc., inherentes a su condición humana, en su praxis, que incluye también su actividad de científico.

Por esta vía se reconocen dos dimensiones en la práctica de cualquier ciencia. La dimensión cognitiva, orientada hacia la objetividad y la verdad, y la dimensión práctica, que involucra a las valoraciones personales, de la sociedad y época que rodean la actividad científica. El descuido de esta última dimensión es lo que ha ocasionado impactos negativos a la humanidad y su entorno. Ciertas consecuencias de la indebida aplicación de la ciencia y su tecnología han perjudicado no solamente a la generación actual sino que también han comprometido el futuro de las venideras. Casos típicos son el calentamiento atmosférico por acumulación progresiva de dióxido de carbono procedente del empleo de combustibles, la deforestación masiva que reduce la oxigenación del aire y la polución indiscriminada por el exceso de desechos no reciclados que operan nocivamente sobre la salud y el bienestar de la población e, incluso, que implican un riesgo para la supervivencia del hombre.

Esta situación crítica no significa que se deba bloquear el progreso científico y tecnológico, sino integrarlos adecuadamente con la amplia gama de valores humanos. Como ciencia y valores conforman un sistema, se puede adoptar una perspectiva globalizadora dentro de la cual el subsistema tecnocientífico interactúa con muchos otros subsistemas sociales, cada uno portador de un valor y un fin legítimos. La mutua interdependencia de estos subsistemas impone una nueva y fundamental responsabilidad a todos los integrantes de la sociedad, especialmente a la comunidad científica. Se garantizará su libertad y su autonomía siempre que estén guiados por valores auténticos y genuinos que contemplen el desarrollo general de la humanidad. Esta complementación entre ciencia y valores abre horizontes favorables para que los conocimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas estén al servicio del hombre y que éste no se convierta en un mero y pasivo instrumento de los mismos. Su meta final sería, entonces, el mejoramiento de la calidad de vida mediante una ciencia basada y orientada por valores.

Más datos

A mediados de agosto, el profesor Dr. Evandro Agazzi, que se desempeña en la Universidad de Génova, dictó un curso sobre "La objetividad científica y sus problemas" en la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad Nacional de Cuyo).

Este visitante es un renombrado especialista en Filosofía de la Ciencia y de la Naturaleza, Bioética y Lógica. Es autor y coautor de 60 libros y 600 artículos científicos. Dirige las revistas "Epistemología" y "Nuova Secondaria".

También ha realizado diversas actividades académicas en las universidades de Pisa, Milán, Friburgo, Ginebra, Berna, Pittsburg, Stanford y Dusseldorf. Su visita a Mendoza fue programado dentro del convenio marco de cooperación entre las universidades de Génova y Nacional de Cuyo.

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