Fuera de su participación en muestras colectivas, sus exposiciones individuales han sido escasas porque siempre ha preferido pintar a mostrar. La motiva todo lo que existe e inclusive lo que nace de su pura invención. Los viajes, las civilizaciones antiguas, el populoso mundo de la cultura, los avatares del convulso tiempo que nos toca, la guerra, la injusticia, la indigencia, el dolor del prójimo, el placer de la vida al aire libre, la naturaleza en sus más diversas manifestaciones, la elegancia, las líneas exactas de las figuras geométricas, las composiciones abstractas, los fósiles vegetales y hasta las vetas caprichosas de los minerales observados al microscopio, como su serie de "Turmalinas".
La muestra que nos ocupa tiene que ver con su etapa 'plenairista', una suerte de continuidad de años, retomada como una necesidad física de contacto con la atmósfera, de contemplación arrobadora del horizonte, de sentirse acariciada por el aire, quemada por el sol, de respirar el aire perfumado del campo. Por eso sus cuadros nos hacen sentir la brisa, el sol, las vibraciones de la montaña, del mar, de los árboles. Para lograrlo, recurre a la pincelada corta y a una materia generosa y hace una fiesta del color sin caer en el colorismo.
Cuando el paisaje es urbano, tampoco le impone su estilo ni lo corrige: lo respeta. Esta sujeción le es posible porque se suelta libremente cuando la imaginación la desborda y quiere comunicarnos lo que su herida sensibilidad de artista padece frente al atropello del poder, de los inescrupulosos y los criminales. Un ejemplo de lo que decimos está en "Aves empetroladas", (flagrante atentado de las empresas petroleras contra la naturaleza); en "Cartas" (collage alusivo a la guerra de Malvinas); en "Guantes blancos" (el vaciamiento del país); en "Principio de siglo" (vigoroso llamado de atención sobre la violencia); "Horror de Sarajevo" (el exterminio de un pueblo); los temas de Biafra (ese otro horror que es el hambre en un mundo donde se tira la comida); y en muchos otros cuadros.