En 1939, cuando se desempeñaba como empleado público en la Capital Federal, fue designado por el ministro de Instrucción, Jorge E. Coll, profesor de dibujo en la Universidad Nacional de Cuyo.
Desde esa fecha y hasta su muerte, el 29 de junio de 1990, permaneció con su familia en Mendoza, donde pintó casi toda su obra y formó numerosos alumnos, entre ellos a los renombrados Carlos Alonso, Orlando Pardo, Luis Quesada, Enrique Sobisch y Ricardo Scilipoti.
Obtuvo premios importantes pero era reacio a presentarse en certámenes. Figura en varios diccionarios, particularmente en la monumental obra de José León Pagano “El arte de los argentinos” y su hija, Silvia Cascarini de Gotthelf, recientemente fallecida, le dedicó un completo estudio que publicó Ediunc en 2001.
En 1981 donó un óleo que forma parte del patrimonio del Museo Municipal de Arte Moderno, así como hizo lo mismo en 1989 con el Rectorado de la Universidad Nacional de Cuyo. En este caso, se trata del cuadro “Romance”, que pintó en 1939 y fue enviado ese año al Salón Nacional.
El valor económico
Esa pintura le valió el nombramiento en la UNCuyo. A la exposición fue el ministro de Instrucción Pública, juzgó muy meritorio el trabajo y lo recomendó. En Mendoza, recibió la designación de manos del rector Edmundo Correas y se hizo cargo de la primera cátedra estable de dibujo de la entonces Escuela de Bellas Artes. En el acto de entrega de la pintura al Rectorado, dijo a Los Andes: “Pasan algunos años, los que compraron cuadros se mueren, las obras no se aprecian y van a parar a cualquier parte”.
Un experto de Buenos Aires valuó su “Romance” en 50.000 dólares. Al recordárselo, se sonrió y dijo: “El pobre Van Gogh vivía en la miseria y luego sus cuadros han sido vendidos en cifras fabulosas. Fader ha hecho fama. En cambio no ha ocurrido lo mismo con Cesáreo Bernaldo de Quirós, que ha dejado una obra excelente. Otro que ha ganado fama ha sido Pettoruti, que es de vanguardia y muy bueno”.
Producción fructífera
La obra de Roberto Cascarini (no sólo por tratarse de óleo, al que se debe esperar que seque), es de elaboración lenta. Su longevidad -trabajó metódicamente hasta el año de su muerte- y su buena salud le permitieron pintar más de mil cuadros.
Para entender por qué en pleno auge de las vanguardias del siglo XX, su obra se mantuvo fiel a una figuración realista, hay que verla desde su persona y desde su vida, cimentada, como su arte, en la armonía, la disciplina, la serenidad, el equilibrio, la sencillez y la claridad.
Perteneció al tipo de artista que trabajaba al aire libre y tomaba bocetos de Potrerillos, Uspallata, Tupungato, El Challao o el parque San Martín, que luego terminaba en su estudio. Era dueño de un ejercitado oficio que le permitió elaborar una obra lírica por excelencia.
Nunca le interesó el estallido de las formas, sino representarlas desde su sentir panteísta, otorgando un carácter casi sagrado a todo lo que se presentaba ante su retina. Por eso lo suyo no es un naturalismo; por eso nunca figuró nada feo; por eso en la operación de transcribir la naturaleza al lienzo, todo pasó por un tamiz selector que idealizó lo visto, iluminando aquí, amortiguando un tono más allá, de modo que la totalidad fuera una perfecta armonía de partes, pero nunca al servicio de un preciosismo superficial, sino convocando al espíritu.
La producción de Cascarini es sólida y coherente con un modo de ser y de pensar, enseñándonos a ver la naturaleza redescubriéndola, a valorar la refinada sensualidad de un desnudo de mujer sin agresión, pudoroso y magníficamente bello.
El ritmo elegante
Igualmente, sus vendimiadoras y sus campesinos están hermoseados por un esfuerzo honesto y hecho de corazón, muy lejos del craso verismo fotográfico como de las cosméticas fórmulas del folclorismo comercial.
Quienes lo tildaron de académico se equivocaron. Tanto cuando se remitía a temas mitológicos o figuras religiosas como a simples seres cotidianos lo hacía con cierta solemnidad porque eso para él indicaba respeto. El aire académico es pedante y un escudo defensivo que no necesitó jamás. Al contrario, era sencillo y afable. Y si la referencia era específicamente a la obra, fue un prejuicio de los ámbitos artísticos, debido al predicamento de la fuerza expresiva como valor supremo excluyente. Hoy, sin que ese valor estético haya perdido el lugar que le corresponde, se ha vuelto a reivindicar el sitio que siempre deberá ocupar la delicadeza del trazo, la serenidad del pulso y el ritmo elegante que procura atrapar lo bello.
Académico es quien repite fórmulas porque no tiene personalidad, porque no tiene capacidad para instalar su subjetividad, su punto de vista. La existencia de Roberto Cascarini tuvo los mismos sobresaltos y contratiempos que la de cualquier ser humano. Pero su temple de ánimo y su optimismo lo protegieron de la desesperación y del desgaste de la angustia, dimensiones que eliminaba absolutamente en su trato con la plástica.
Canto a la naturaleza
Una voluntad férrea y un convencimiento íntimo le permitieron cantarle a la naturaleza, al cuerpo de la mujer y a los trabajadores con refinada materia. Basta ver su obra para corroborar la espiritualidad y la delicadeza de los sentimientos, exenta de amaneramientos y de distorsiones, como de lo disonante y de lo superfluo. Tiene una alegría esencial, entre sensual y mística que reconcilia al espectador consigo mismo y le propone elevarse por sobre las miserias de la contingencia.
Nació cuando el post impresionismo dominaba la escena y quedó seducido por él. De allí tomó el color y, de lo clásico, la forma, convirtiéndose en un pintor ecléctico, como la mayoría de los espíritus libres, silencioso y humilde.
Por idiosincrasia y por experiencia, fue partidario del estudio disciplinado y se vio doblemente retribuido: por la obra misma, que elaboró incansablemente y por su activa, lúcida y resplandeciente ancianidad, que fue una continua fuente de alegría interior hasta sus últimos días.
Hoy, a la distancia, sentimos que su arte es una fiel expresión de su naturaleza: dulcemente enérgico, poéticamente refinado, decididamente bello, que pisa fuerte en la técnica para expresar la delicadeza, la serenidad y la discreta elegancia que percibió en el espíritu de la existencia.
* Por Andrés Cáceres Especial para Los Andes