Todos los años la sociedad asiste, casi absorta y desorientada, al rito que desnuda las falencias de la educación, en Mendoza y en todo el país: los exámenes de ingreso a las carreras universitarias. Estas pruebas se han constituido en el puente roto para miles de jóvenes que no pueden ingresar a la universidad estatal por su carencia de formación y de conocimientos básicos.
El problema no consiste sólo en la falta de información, es decir en la cantidad de conocimientos o contenidos que el joven debe manejar para ingresar a una carrera universitaria, sino que se detecta en estas pruebas que los aspirantes a ingreso -en general- no han desarrollado suficientemente el sentido crítico ni la capacidad de análisis ni la comprensión de textos. Hay excepciones -que no es el momento de señalar- respecto de los alumnos de algunos colegios que ponen énfasis en las exigencias académicas y tienen planes de estudio que incentivan el desarrollo del pensamiento lógico.
Ya dijimos hace pocos días en esta misma columna, que el camino para la superación de ese problema es incrementar las exigencias del currículum. Enseñar más y mejor y llevar a las últimas consecuencias las posibilidades que ofrecen las Matemáticas y la Lengua para el desarrollo de la lógica y de la capacidad de establecer relaciones causales en la resolución de problemas. Pretender que -como se sostenía hasta hace poco tiempo- la enseñanza debía acotarse a lo práctico, llevó a la perversión del sistema. Posiblemente el conocimiento de los teoremas, por ejemplo, no aparezca como necesario a la hora de estimar qué conocimientos son exigibles y cuáles no, pero más allá de la posibilidad de su aplicación práctica en la vida diaria, el entrenamiento en la resolución de los teoremas y de los problemas permite desarrollar tanto el potencial del cerebro como la incorporación de mecanismos y procesos lógicos, a partir de los cuales el individuo está habilitado para resolver los desafíos de toda clase que le planteará la existencia. Y a esto debe tender la educación.
Si alguien sabe cómo se desarrolla la inteligencia, la capacidad de observación, de análisis y de síntesis con otros métodos que no sean el aprendizaje de las tablas de multiplicar, del idioma en general y de los verbos en particular, de los teoremas y de los problemas, por ejemplo, debiera hacer su aporte al tema. ¿Que eso supone esfuerzo y que los niños y los adolescentes tienden a evadir el trabajo? Eso ya se sabe desde los albores de la humanidad; la función de la sociedad y de la familia en este terreno es crear las condiciones para incrementar en el niño la cualidad de responder al desafío y de asumir el esfuerzo.
Quizá lo más difícil en la etapa que se avecina será convencer a las familias de que deben cambiar de bando: en lugar de avalar incondicionalmente a los niños y jóvenes en sus planteos y quejas contra los docentes, a veces arbitrariamente, deberán asistir al proceso educativo, respaldando al maestro y ofreciendo la colaboración que es indispensable para que los educandos valoricen el saber y el esfuerzo que se requiere para alcanzarlo.
En suma, las novedades anunciadas por la Dirección General de Escuelas son un principio auspicioso; el resultado dependerá del esfuerzo y la dedicación de las autoridades, de los docentes y de los alumnos.