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Los Andes-Domingo 4: Editorial: La fragmentación de la educación argentina

Esta semana la provincia de Mendoza fue el escenario preciso pero doloroso de la enorme crisis educativa que sufre la República Argentina en su integridad.

07 de septiembre de 2005, 09:50.

Mientras en el pre-coloquio de los empresarios agrupados en IDEA se hablaba de la necesidad de arancelar la educación universitaria y de integrar el conocimiento con la producción, en las aulas de nuestra universidad continuaba la huelga docente por mejores salarios. Como contrapartida muchos padres protestaban por los días de clase que pierden sus hijos. Y en esta edición de diario Los Andes se puede leer una importante nota del doctor Abel Albino donde advierte que si no se soluciona previamente la desnutrición que cada día castiga más a nuestros niños, la educación será cada día más un continente sin contenido.
Junto con todo eso, y para completar la parábola ejemplar, el Ministro de Educación de la Nación, Daniel Filmus, desertaba de presentarse en el coloquio empresarial, mandando en su reemplazo a un funcionario de su segunda línea, quizás neutralizado por las huelgas crecientes, o, peor aún, porque es poco lo que tiene que decir frente a la inmensidad de la crisis.
Es posible observar, mediante estos simples ejemplos, que la educación argentina, de haber sido en sus mejores tiempos un auténtico factor de integración nacional, hoy ha devenido un lugar de fragmentación donde los reclamos sectoriales importan mucho más que las respuestas que el conocimiento puede ofrecer a una sociedad que todavía no se recupera de sus mayúsculas dificultades políticas, económicas, sociales y culturales.
La única coincidencia que parece existir entre todos los grupos sociales en pugna acerca del sentido y la utilidad del conocimiento es el reclamo masivo acerca de la necesidad de construir una verdadera política de Estado en educación como alguna vez supimos tener, y que después dejamos olvidada en el trasto de los recuerdos.
Pero una política de Estado no se construye con declamaciones vacías, con descentralizaciones que sólo buscan la liberación de responsabilidades, con leyes que arman esqueletos estructurales sin contenidos ni objetivos ciertos. Y ni siquiera con promesas altisonantes de aumentos de los presupuestos educativos atados a un determinado porcentaje del PBI, que siempre aparecen antes de las elecciones pero que luego son de cumplimiento imposible porque no se tiene la suficiente voluntad política para distribuir recursos con finalidades educativas.
Además, no sólo de dinero se trata cuando hablamos del conocimiento sino que previo -o junto a ello- es imperioso delimitar las responsabilidades de cada sector y definir de una vez por todas qué sistema educativo vamos a adoptar.
Mientras los padres sigan separados de los maestros para lograr juntos incorporar valores y conocimientos en los niños, la educación marchará hacia ningún lado. Mientras la educación básica no forme ni para el trabajo ni para la educación superior, los caminos se irán estrechando. Mientras las divisiones ideológicas y los reclamos sectoriales se impongan por sobre una política general compartida por todos, no habrá destino educativo posible.
En suma, mientras no se supere la brutal fragmentación en que ha caído nuestra educación -a tono con casi todos los aspectos de la vida cotidiana que tienen que ver con la cosa pública- será imposible avanzar hacia el futuro de la mano del acrecentamiento del saber y de su trasmisión generacional. Y quedaremos detenidos en la decadencia actual donde todo pasa por hacer de la política educativa un terreno que sólo sirve de campo de batalla para reivindicaciones particulares que no contribuyen a ningún proyecto colectivo, y que ni siquiera puede satisfacer esas mínimas reivindicaciones sectoriales.
Si hay precisamente un lugar donde los criterios conceptuales deben virar 180 grados en relación a los actualmente aplicados, ese lugar es precisamente la educación argentina.

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