Entre tanto desconcierto, el futuro se escapa de las manos y se hunde en un piélago de incompetencia. Si los jóvenes no egresan de la enseñanza secundaria preparados para ingresar a la universidad, ¿cuán preparados están para desempeñarse en cualquier ocupación un poco más exigente que limpiar pisos o lustrar azulejos?
La misma enseñanza universitaria en su conjunto padece -en algunas áreas al menos- de superficialidad, desinterés o falta de exigencias académicas imprescindibles para asegurar la formación del futuro profesional.
Se ha caído en la anti cultura del facilismo, que lleva a despreciar el esfuerzo que permite alcanzar la excelencia.
El problema es de tal gravedad que no puede achacarse a pocos factores, sino a la pérdida de horizonte de la sociedad, a la pérdida de los paradigmas de la modernidad que, sin haber sido plenamente alcanzados, fueron abandonados, para ser cambiados por nada, por la vacuidad.
La enseñanza ya no es un valor para la sociedad y ni hablar de la enjundia mayúscula que tuvo durante los 80 años que corrieron entre el dictado de la Constitución Nacional y la década de los ’40 del siglo pasado. Esos 80 años estuvieron signados por la ideología y el esfuerzo de la generación del ’37, de la gestión de Domingo F. Sarmiento, del ímpetu de la ley Láinez, de la visión de la generación del ’80 y de la desesperada necesidad de lograr el ascenso social de parte de los inmigrantes y sus descendientes a través de la educación.
Hoy nos encontramos con que de 600 aspirantes a ingresar a la Facultad de Ingeniería de la UN Cuyo, sólo aprobaron Matemáticas 27; el 4,5%. A los aspirantes a ingreso a la Universidad Tecnológica Nacional les fue aún peor: sobre 1.100 jóvenes examinados sólo aprobaron 22; el 2,2%, en noviembre; en la segunda oportunidad, sortearon la prueba 306 sobre 800, el 38%; y en la tercera, pasaron 56 de los 556 inscriptos, el 10%. En total, 384, el 35% de los originarios 600 aspirantes a ingreso. Gravísimo.
¿Qué están señalando estos resultados? Que los jóvenes egresan de la secundaria con tremendas falencias. Esto puede ser motivado en parte por desidia de los chicos, pero fundamentalmente porque el sistema escolar no sirve tal como está implementado. Ha fracasado la ley de educación, ha fracasado la burocracia educativa, ha fracasado la preparación de los docentes y, en suma, ha fracasado el Estado que ha abandonado una de sus principales responsabilidades.
Recuérdese que todo este galimatías se inició con la “reforma” del Estado que se basó en un ministerio de Educación sin escuelas, pero con presupuestos gravosos, paquidérmicos y mal administrados.
Las provincias que recibieron la carga de las escuelas sin presupuesto o con poco aporte de la Nación, no se mostraron a la altura de las exigencias que asumieron cuando aceptaron la transferencia de las escuelas y colegios.
Los Andes publicó que los resultados de los exámenes de ingreso se dieron porque desde hace más de 30 años se abandonó en la secundaria, la enseñanza de los teoremas, que es básica para el desarrollo del razonamiento; casi no se enseña Geometría y otro tanto ocurre con Física.
¿Acaso los especialistas en planificación escolar creen que las Matemáticas, la Geometría, la Física y la Lógica son adornos? ¿Pensarán que la mirada enciclopédica que presidió la enseñanza argentina y le aseguró un lugar prominente -que está perdiendo- entre las naciones educadas es una pérdida de esfuerzo y de tiempo?
No nos equivoquemos: si se desistió de la enseñanza de las Ciencias Exactas, no fue en beneficio de las humanidades, sino en detrimento de los contenidos generales de los programas, con lo que se aseguró el fracaso de varias generaciones.
¿Es posible pensar que tal proceder por parte de los gobiernos ha sido casual, o que este resultado quizás habría sido buscado? Suena a dislate, pero si no es así, ¿cuál es la explicación?
Quizás sea sensato indagar si se deben reponer, con las debidas actualizaciones, los valores de viejos paradigmas, que tenían relación con la cultura del esfuerzo, con el enciclopedismo y la valoración del conocimiento. ¿Si no, qué?