En Mendoza, como en el resto de la Argentina, subsisten muchas de las condiciones que marcaron los puntos más críticos de los últimos años. Pero, aquí también comienzan a darse las señales de recuperación que indican que muchas personas han accedido a trabajos, que el consumo ha aumentado en los últimos meses y que se ve reactivación en muchos sectores de nuestra producción e industria. Estamos lejos de lo ideal, pero, al parecer, avanzamos.
Pero, obrar solamente en esos aspectos, limitarse solamente a ellos, corresponde con una visión muy parcial que ignora a todos aquellos otros que contribuyen a que una sociedad se mantenga como tal, accediendo a la mayor cantidad de elementos que puedan incidir en su evolución no solamente en lo material. Las sociedades constituyen culturas, conservan en su seno conocimientos, costumbres y se elevan en lo espiritual en la medida en que se saben dar los elementos que lo posibiliten.
Un pueblo al cual no se le facilita el acceso a la cultura experimenta una pérdida de una magnitud comparable a las carencias que señalamos más arriba. El proceso educativo, que algunos equivocadamente confunden con cultura, es solamente uno de los componentes que la conforman. Y no es solamente con estudio como se perfecciona el espíritu humano y accede a estadios superiores.
Las artes son manifestaciones de la cultura que deben ser accesibles, por lo menos en lo atinente a su percepción, a la mayor parte de las personas, y su difusión debe ser lo más amplia posible. Eso contribuye a asentar los valores culturales de los cuales hoy nos encontramos tan escasos y a perfeccionar los medios que la sociedad aplica para su evolución más allá de lo simplemente material.
Mendoza tiene una rica tradición en materia cultural, la que no siempre fue bien cuidada por quienes, desde las esferas gubernativas, tienen por misión velar en la conservación, promoción y extensión de esos valores. Así, a los tropezones, y siempre con el impulso y hasta la protesta de quienes realizan sus aportes a la cultura mendocina, algunos ámbitos se han visto preservados o restaurados de las consecuencias de décadas de olvido.
Pero, mientras por un lado se conserva y mejora, por otros se experimentan pérdidas que afectan a un patrimonio básico y esencial del pueblo. No hace mucho, la muestra de las pinturas de Molina Campos se constituyó en un éxito sin precedentes en los últimos años, que no estuvo reservado, ciertamente, para el conocimiento o el aprecio de algunos cultivados conocedores. Allí quedó demostrado el interés en los asuntos de la cultura de personas de todas las condiciones sociales, desde las más acomodadas a las más humildes.
Estas consideraciones vienen al caso porque en los últimos días se ha dado cuenta del lamentable estado en que se encuentra la Orquesta Sinfónica de Mendoza, que ha visto caer el número de sus integrantes por debajo del medio centenar, en contradicción de una ley de la Provincia que estipula que debe estar constituida por 115 músicos. La protesta de los que aún la integran obtuvo como respuesta oficial que solamente un músico se agregará a los 45 que quedan.
La labor de la Sinfónica es ya parte de la historia cultural mendocina y es un hecho demostrable que sus actuaciones siempre han contado y siguen contando -pese a sus limitaciones en número- con la adhesión de importantes sectores de la población. Pero, como ha quedado integrada, ve limitadas las posibilidades de su repertorio a un mínimo.
Cuesta creer que esto suceda en una provincia que es sede de una Universidad, la Nacional de Cuyo, que forma precisamente músicos como los que necesita la Sinfónica; o con institutos privados en los cuales se han formado grandes valores en distintas disciplinas musicales. Es de desear que las autoridades impulsen el crecimiento de esa orquesta al punto de que pueda volver a cumplir su función con el brillo que la ha caracterizado.
Su música es alimento para el espíritu, sin el cual el cuerpo mejor alimentado no puede en realidad vivir humanamente.