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Los Andes: Editorial: Rediseñar las enseñanzas primaria y media

Pocos se atreverían a sostener en la Argentina que la vida social no está en crisis. Está en crisis la economía, que no encuentra aún un modelo consistente y adecuado a la realidad, a las posibilidades y al potencial territorial y poblacional y a la nueva cara de la vieja globalización.

01 de diciembre de 2005, 10:50.

Están en crisis los valores de convivencia, con la consecuencia de alza del número y crueldad de los delitos, del auge generalizado de la corrupción y de la pérdida de sentido de las instituciones. Está en crisis la política, que se sirve en lugar de servir. Están en crisis las creencias, con la consecuencia del vacío de horizontes y la ausencia de Norte, colectivo y personales.
Quizás todo ello porque está en crisis la educación y no se sabe quién está capacitado para aplicarle las correcciones o, quizás la indispensable e impostergable transformación. La sociedad argentina se ha acostumbrado a buscar el mínimo común múltiplo y pedestremente descree de la excelencia y la persigue para hundirla en la mediocridad. “Lo mismo un burro que un gran profesor”. Hasta los mitos han perdido efectividad y poder, y han caído en el ridículo; cuando esto sucede, es muy difícil la reacción positiva.
Hoy se cree, y se obra en consecuencia, que si los adolescentes no tienen formación cultural, no saben interpretar textos, reniegan del esfuerzo y pretenden la promoción automática con la sola condición de asistir esporádicamente a clases, el sistema debe someterse más aún a la medianía y se debe premiar el menor esfuerzo.
Paradójicamente el éxito del sistema educativo se mide por la tasa de aprobación de los educandos y ha habido períodos en los que se obligó a los docentes a promocionarlos de cualquier manera, para evitar que las estadísticas reflejaran el fracaso del sistema. Los burócratas educativos pretendieron tapar el Sol con el dedo.
Eso es exactamente lo contrario de lo que se requiere para que la sociedad argentina salga del embrollo en el que la han metido los incapaces. Sólo el esfuerzo creador de todos los actores de la enseñanza y del aprendizaje -formal, informal y permanente- podrá sacar a la Nación Argentina de la decadencia y permitirá la realización personal y colectiva de sus ciudadanos.
Es indispensable la gran transformación de la educación, con abandono de las teorías y de las prácticas facilistas.
Los docentes de todos los niveles deben capacitarse para cumplir noblemente su rol en esa cruzada, los padres deben acompañarlos y las instituciones del Estado dar el marco adecuado, los presupuestos necesarios y las indispensables motivaciones.
De lo contrario sólo nos espera más mediocridad, de la que hemos tenido -y tenemos- excelentes exponentes en todos los niveles de conducción.
La provincia de Buenos Aires decidió tomar exámenes, que fueron anunciados oportunamente, para la promoción final de los alumnos de los últimos años del polimodal e inmediatamente se levantó una ola de protestas violentas por parte de los educandos. Inaudito. Quienes deben demostrar que aprendieron y que aprovecharon las ventajas del sistema educativo, con la inmadurez propia de sus pocos años y nula experiencia, se levantan poco menos que en masa para exigir la perversa promoción automática, que lleva a que en las facultades un número muy elevado de estudiantes universitarios no pueda siquiera interpretar un texto, seguir las explicaciones de los profesores ni asimilar el conocimiento básico exigible para el ejercicio de una profesión liberal. Ni hablar de cultura general.
Que el cambio es posible está demostrado porque los pocos establecimientos educacionales que se salvaron de la mediocridad general, entre otros algunos colegios de la UNCuyo por señalar algo demostrable, han podido superar la marca ignominiosa del mínimo común y ofrecer una educación de excelencia a sus alumnos, que se comprueba en el nivel de sus egresados.
También decidió la primera provincia argentina retomar la antigua nomenclatura de “escuela primaria” y “enseñanza media”, con seis años para cada nivel. La modificación parece poco importante, pero quizás sea sólo un comienzo y será conveniente si se la acompaña con la reestructuración de los programas y de los contenidos, y la capacitación de los docentes.
La mayor carga de exigencia debe colocarse en la preparación de los futuros maestros, porque sin docentes ilustrados no hay educación de excelencia. Mientras tanto se debe avanzar en ese terreno, motivando a los maestros para su perfeccionamiento y su actualización curricular.
Lo que está en juego no son derechos individuales, sino obligaciones para con el futuro de la patria.
Pero de nada valdrá preparar a los maestros si se continúa con la tendencia al facilismo por parte de los alumnos, y de muchos padres de familia, que no advierten que el mayor esfuerzo de hoy es garantía de triunfo futuro o de los líderes de la comunidad, que no están cumpliendo su rol de guías y de primeros maestros.

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