Algunos de los hijos de esos núcleos familiares, muchos de los cuales perdieron cohesión porque la crisis entró también a los hogares, no parecen dispuestos a escuchar consejos en torno de que aprender y capacitarse constituye la clave para asegurarse un porvenir y ser útiles a sí mismos y a los demás. Desvalorizados en lo personal, carentes de autoestima y de confianza en sus propias capacidades, se congregan en grupos que realimentan el desapego hacia una sociedad que, sus valores en crisis, no supo contener y encauzar a su sector juvenil.
Las cifras en torno de esto deben causar preocupación a todos: según un estudio de investigadores de la Universidad Nacional de Cuyo, sobre un total 283.387 jóvenes de 15 a 24 años, el 52% (148.035) no asisten a ninguno de los ciclos de enseñanza del sistema educativo. Sólo el 4 por ciento llega a la Universidad y en Mendoza hay aproximadamente un 18 por ciento de analfabetos funcionales.
Esto plantea un panorama que compromete no solamente la evolución de ese sector juvenil, sino de la misma provincia, ya que se encuentran comprometidos diez años de aportes al núcleo social que, quienes ni estudian ni trabajan, no estarán en condiciones de realizar: poco o nada saben, poco o nada pueden hacer.
El sistema educativo está en crisis, ya que por distintos factores que en muchos casos reconocen orígenes fuera del ámbito escolar, no consigue una adecuada formación de los que sí concurren a estudiar o procuran evolucionar en etapas superiores. Los fracasos en el ingreso a la universidad no son sino la consecuencia de ello.
Así, se hace extremadamente difícil la recuperación del extenso grupo juvenil a que hicimos referencia, ya que el sistema de enseñanza no está preparado para recibirlos o contenerlos dentro de un contexto que ya experimenta bastantes problemas.
Existen, sin embargo, planes que intentan conjurar la situación: por ejemplo, con fondos del Gobierno de la Nación, se planea capacitar a 2.000 personas en cuestiones relacionadas con el trabajo en áreas especializadas, y eso incluye a quienes desean adquirir alguna capacitación como a quienes, teniéndola, pueden desarrollarla aún más. Es una buena idea y se alinea con lo que expresamos en cuanto a la preocupación empresaria por la falta de capacitación para determinados rubros del trabajo.
Pero eso solamente mellaría la apabullante cifra de casi 150.000 que ni estudian ni trabajan, y que cada vez se encuentran más alejados de cualquier posibilidad en ese aspecto. Se necesita, sobre el marco de ese plan de capacitación, emprender un esfuerzo que, de ser emprendido, resultará de vastas proporciones: enseñar a los que no saben y hacerles comprender que se puede romper el círculo, que hay salidas para ellos y que, una vez franqueadas, también hallarán un porvenir mejor.