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Los Andes: Escribe el lector: Ciencia y género a la hora de las jerarquías

La mayor parte de los cargos jerárquicos en organizaciones, tanto estatales como privadas, en la Argentina está ocupada por varones (en el Conicet, es del 87% según un trabajo recientemente publicado por Ragcyt). Este hecho no es extraordinario en la sociedad argentina ni en el resto del mundo. El análisis de las causas por las que la proporción de mujeres que ocupa cargos jerárquicos, tanto en ciencia como en otras áreas, es complejo y no debe ser sometido a simplificaciones como, por ejemplo, que únicamente se debe a la discriminación.

En el caso del Conicet, la mayor parte de los investigadores en las categorías superiores, de las que mayoritariamente surgen los cargos de gestión, pertenecen al género masculino, mientras que en categorías iniciales la proporción de mujeres y varones es mucho más pareja.

Ciertamente una de las causas de esta disparidad en los niveles superiores se manifiesta a través de un sesgo de origen cultural y mayormente inconsciente que, al momento de la evaluación, favorece a los varones por sobre las mujeres.

Sin embargo, también debe tenerse en cuenta que la mayoría de los investigadores que actualmente tiene categorías superiores revistó como becario/a y luego ingresó al Conicet entre 1970 y 1980 y aún antes. En aquellas épocas eran muchos más varones que mujeres quienes se inclinaban por una carrera en las ciencias y esa disparidad de origen muy probablemente contribuya a las diferencias observadas hoy en día. Habrá que ver cómo es la composición de género en las diferentes categorías dentro de 10 o 20 años, cuando la generación que actualmente se inicia en la carrera científica llegue a las categorías superiores y a los cargos jerárquicos.

Otras de las causas por las que las mujeres ocupan menos cargos de gestión es que, hablando en general y no de casos particulares, a las mujeres interesan menos estos cargos mientras que, en general, los varones los buscan activamente por lo que, a la hora de presentarse a concurso o de pedir la promoción, concurrirán más varones que mujeres y, en consecuencia, lo lograrán más varones que mujeres.

Quizás esto tenga un origen cultural, quizás tenga un origen biológico o un poco de cada cosa.

Todavía hoy, como hace muchos años, las niñas reciben muñecas de regalo, y los niños el camión o la pelota de fútbol. También es cierto que si les dan a elegir, las nenas de muy corta edad prefieren las muñecas y los nenes la pelota. Aunque hoy en día todos quieren jugar con la computadora. A las niñas se las estimula para estudiar arte, docencia y humanidades y a los varones, ingeniería. Aparecería, entonces, un condicionante muy temprano de vocaciones y aptitudes.

Por otro lado, está bien demostrado que hay diferencias biológicas entre mujeres y varones que determinan, en general, que las mujeres tienen más aptitudes verbales, de comunicación y socialización, son más minuciosas, detallistas y tienen mejor desarrollada la emocionalidad. Mientras los varones tienen más desarrolladas las aptitudes de percepción espacial, de orientación y prefieren las actividades excitantes y animadas, cuando no con un grado de violencia. Y esto se refleja en el tamaño y densidad de neuronas que ocupan las áreas cerebrales relacionadas con cada una de estas aptitudes y no significa que, en promedio, las mujeres sean más o menos inteligentes que los varones sino, sencillamente, que presentan lo que se podría llamar tipos diferentes de inteligencia. O sea que mujeres y varones no son diferentes solamente en los aspectos físicos obvios y esas diferencias, sumadas a los condicionamientos culturales, seguramente influyen sobre la elección de carrera y la elección de prioridades en la vida.

Un ejemplo de esto es la diferencia en la proporción de mujeres y varones entre las distintas disciplinas de la ciencia. En las ciencias humanas hay predominio de mujeres y en las ciencias duras (matemáticas, física) o en las ingenierías, la cantidad de mujeres es mínima, aun en el nivel de pregrado. Mientras, la biología y la medicina, que se ubicarían en el medio, tienen una proporción equivalente de mujeres y de varones. Y no significa que no haya físicas, astrónomas o ingenieras brillantes o sociólogos y comunicadores excelentes (las y los hay), porque cuando hablamos de individuos y no de poblaciones, las variaciones individuales son muy grandes.

Lo deseable sería que los condicionamientos culturales desaparezcan y creo que eso está sucediendo, aunque ciertamente es un proceso que llevará años, por no decir algunas generaciones. Por otro lado, tampoco es conveniente eliminar las diferencias que tienen un sustrato biológico. Más bien deberíamos ser capaces de aprovecharlas, tratando de lograr que cada individuo, mujer o varón, tenga la oportunidad de desarrollar su potencialidad y su vocación al máximo.

Por el contrario, forzar un estado de equidad entre géneros mediante la imposición de cupos femeninos u otros procedimientos que tiendan a equiparar la proporción de mujeres en los cargos jerárquicos, no es la solución. Se corre el riesgo de caer en la discriminación inversa. Es tan injusto relegar a una persona calificada porque es mujer, como designar a otra porque es mujer, cuando hay un varón más calificado para el puesto. Cualesquiera de estas cosas termina no haciéndole bien a nadie y, a la larga, es perjudicial para las mismas mujeres.

A la hora de las designaciones o las promociones, lo que debe tenerse en cuenta es la capacidad, la formación y la experiencia y no si el candidato se llama Juana o Juan. Así daremos un paso más en lograr la sociedad justa e igualitaria que nuestro país merece.

* Dra. Graciela Jahn, Directora del Instituto de Medicina y Biología Experimental de Cuyo (Imbecu), Investigadora Independiente del Conicet

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