Valga destacar la intención fallida de incluir a la Sra. rectora de la UNCuyo, de reconocida militancia radical en las filas justicialistas, en un hábil intento de subirse al caballo de otro/a.
No pude dejar de preguntarme qué habría pasado con las militantes de cada partido. ¿Es que no habría ninguna con méritos suficientes para merecer esos roles? ¿Todas dijeron: tenemos que salir a buscar afuera alguien adecuado para este cargo? Pero inmediatamente me tranquilicé, entendí que seguro estarían detrás de algún gran hombre. Esperando. Sirviendo café o limpiando ceniceros. Con la promesa de que alguna vez serán su secretaria o asesora. O se cansaron de todo esto y se fueron.
Pero si se quedaron y han puesto especial empeño en cuidar los espacios que -en este contexto tan adverso, fueron ganando- es probable que deban soportar diversos motes. Ambiciosas, gordas, desarregladas, demasiado arregladas; lo que sea, relativo a su vida sexual; o cualquier cosa que se aleje de una perfección que supuestamente deberían asumir. Como las madres de los tangos.
Y así en casa como en la vida pública las mujeres entregamos pasión y energía para que brillen los caballeros. Para nosotras el trabajo, para ellos las decisiones.
Una dama debe ser brillante para pretender ocupar un cargo público (desigualdad notoria con los candidatos varones). Cuando alguna de nosotras logra llegar a algún espacio de exposición, está siempre en la mira para demostrar que no sirve. No así con tantos y tantos funcionarios que calientan sillas por años y no se ve el mismo ensañamiento.
No quiero con esto significar que las mujeres seamos perfectas en todo lo que hacemos, ni mucho menos. En todo caso podemos ser igual de incapaces, lo que no es poco. Incluso es posible que tengamos una incapacidad diferente y a lo mejor el matiz sirve para algo.
Me consta que en la Legislatura, a veces, con suerte, hay sólo un representante de la ciudadanía que puede sostener un discurso digno con argumentos sólidos sobre los temas que se debaten. No porque crea que deban saberlo todo, sino porque se han ocupado de contar con asesores adecuados. No, gente a la que le deben favores con un cargo. Los bloques y las oficinas de algunos legisladores dan vergüenza. En general no hay ni un armario para archivo o cada tanto se tira todo porque para qué puede servir.
Estos señores son los que deciden qué mujer puede ocupar el cargo que graciosamente le conceden a partir de la Ley de Cupo que tanto trabajo costó establecer.
Para no ser injustos, tenemos que destacar que existe otro cupo femenino infinitamente más estricto fuera del ámbito de la política, en lo que a puestos de decisión se refiere. El invisible techo de cristal que tanto cuesta atravesar en empresas y organizaciones de distinto tipo. El mismo que establece sueldos hasta un 50% menos por los mismos cargos. Es tan así, que importantes consultoras dedicadas a la investigación de ambientes laborales, no pueden establecer estadísticas sólidas en torno de los estilos gerenciales femeninos en nuestro país, porque no tienen por dónde empezar... O casi.
Confieso que tengo miedo. Y sí, soy débil y no conozco los códigos. Claro, soy mujer; no sirvo para esto.
Viene a mi memoria un titular de la revista “Barcelona” en el que Isabel Perón dice: “Vuelvo para integrarme a la nueva política”.
En estos tiempos en que la cultura del vino nos inunda, a todos y todas, sabemos que en las degustaciones, luego de paladearlo adecuadamente, el maravilloso sumo de la vid se escupe. No se traga. Por eso, esta vez sí, iré al acto eleccionario con mi feta de salame, que llenará de grasa el respectivo sobre y el de sus vecinos de urna. Total, qué le hará una mancha más al tigre.
* María Alejandra Silnik / DNI 17.257.285